domingo, 18 de septiembre de 2011

Una selva productiva




Noh Bec, un ejido de veracruzanos en tierras mayas. De exportar madera, hoy viven en crisis tras el paso del huracán Dean de 2007. Arriba, la laguna de Noh Bec; abajo, un cenote en tierras del ejido Betania, ambos en la misma región

Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo. Agustín del Castillo, enviado. MILENIO-JALISCO. Edición del 11 de septiembre de 2011. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS


La selva era alta, tupida, apretujada, imponente en su aislamiento. “Salías y veías un venado, un jabalí, faisanes; subías al monte y veías tigres [jaguares], leoncillos, tapir, cabras de monte; si caminabas 100 metros ya podías matar un animal, para comer la carne de monte: jabalí, tepexcuintle, tejón, armadillo, pavos, el cocolito, que es un animal muy sabroso, casi como el pavo...”.

Natividad Tadeo Ferral ha sido en tres ocasiones presidente del comisariado ejidal de Noh Bec, al sur de la zona maya de Quintana Roo, pero no olvida la odisea personal que lo llevó a los quince años de edad, en 1953, desde su natal Acuatempa, en el centro-norte de Veracruz, a estas selvas calurosas, en busca de las tierras que perdió su familia a manos de un terrateniente.

Noh Bec ya había comenzado su historia desde 1936, cuando el presidente Lázaro Cárdenas dotó a un grupo de 46 chicleros veracruzanos (recolectores de la resina del Zapote) de más de 18 mil hectáreas.

“Dos hermanos fueron por mí; primero llegué hasta Coatzacoalcos en autobús, de ahí en tren hasta Campeche, y de Campeche ya había un autobús a Mérida, era un camión viejito de tres diferenciales, de la Segunda Guerra Mundial supuestamente; ese viaje fue hasta Xonjoju, y de allí a pie hasta llegar aquí...”.

Fueron 80 kilómetros, “hicimos tres días caminando, llovía mucho, era más difícil avanzar por pura selva, y los pueblitos bien chiquitos de los nativos [...] no comí en esos tres días porque no me vendían comida, porque yo no hablaba maya y ellos no sabían el español...”.

En sus orígenes, “Noh Bec era un paraje, un lugar donde los arrieros transportaban chicle para Pedro Santos, se juntaban para protegerse, no salir solos [...] cuando llegué, los viejos me platicaban que ellos se vinieron chicleando de Carrillo Puerto, que era la central de transportistas, donde conocieron a Pedro Infante, que llegaba en sus aviones y se iba para Chetumal, y se llevaba bien con la gente del pueblo”.

Don Natividad no llegó de casualidad, pues uno de sus hermanos fue fundador del ejido, su padre ya había muerto y su madre había migrado un par de años antes. “Me gustó tanto que a pesar de que estábamos en un destierro, aislados de toda civilización y de todo, no he vuelto jamás a mi tierra, hace 58 años ya...”.

Desde entonces, mucho se ha perdido de la naturaleza apacible y paradisíaca, por la gran migración; pero de tiempo en tiempo, los elementos les recuerdan a los hombres de la umbría que también pueden ser violentos, destructores. En 1957 Janet dejó una estela de devastación que acabó con una buena parte de los bosques; en 1995 fueron sacudidos por Roxanne, pero nada se compara con la violencia de Dean, en 2007, que arrasó con buena parte de la floresta y dejó en la ruina económica a muchos ejidos mayas y mestizos.

Noh Bec tuvo tiempos prósperos, luego de librarse de la concesión que pesaba sobre sus selvas por parte del gobierno federal a una empresa llamada MIQROO SA, la cual “descremó” los mejores árboles y derramó muy pocos recursos a los campesinos. Al librarse de ese cacicazgo, en los años 80, se generó gradualmente un esquema de producción que los llevó a lograr la certificación de sus bosques, lo que permitió exportar maderas a los mejores mercados del mundo.

Ya con 24,100 hectáreas, fruto de una ampliación posterior concedida, el núcleo agrario dejó 18 mil ha sólo para el uso forestal.

“Desde 1991 los aprovechamientos forestales de Nohbec [sic] fueron evaluados por grupos certificadores norteamericanos y su producción fue reconocida como procedente de un bosque bien manejado. Dos años después, el ejido comenzó a exportar pequeños volúmenes de maderas duras con sello verde. También vende maderas duras certificadas a la fábrica de pisos PIQRO, cuya producción se orienta a la exportación y en parte a los nichos de mercado para productos forestales certificados”, señalaba en 1997 la investigadora de la UNAM, Leticia Merino.

“Sin embargo, utilizar la certificación como instrumento de acceso a nuevos mercados no ha sido simple. El ejido ha tenido que desarrollar la calidad de producción que requieren los mercados internacionales; ha debido también dotarse de la capacidad administrativa y de gestión necesaria para desarrollar actividades de exportación [...]”.

Lo cierto es que este panorama prometedor se derrumbó por el paso de Dean, que destruyó miles de hectáreas de selva cuyos restos no se pudieron aprovechar porque “el monte estaba muy caído y la inversión para sacar madera se fue al triple”. La certificación está suspendida desde 2008, no se puede ahora exportar “y creo que comenzaremos a vivir ahora el problema de la escasez”.

Así, Noh Bec vive ya el desafío de su supervivencia.

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