La mayor reserva tropical de México, enclavada en un deslumbrante reino maya extinto, y designada “patrimonio de la humanidad” en 2002, es parte de un proyecto para mantener al segundo mayor macizo de bosques tropicales de América
Calakmul, Campeche. Agustín del Castillo, enviado. MILENIO-JALISCO. Edición del 18 de septiembre de 2011. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS
La tarde declina cuando los viajeros arriban a la gran planicie sobre la que se asienta la capital del reino de la Serpiente (Kaan en protomaya), hoy reducida a unas ruinas gigantescas llamadas Calakmul, devoradas por una selva milenaria y multicolor que se extiende por todo el horizonte.
Calakmul tuvo como primer gobernante un “Creador del Cielo” y en los tiempos de su cruento enfrentamiento con Tikal, fue presidida por un “Testigo” del mismo empíreo (griego, empyrios, “en fuego”). No parece gratuito que la metrópolis quisiera ser dueña del mundo.
En unos minutos, el sol se ha puesto y la noche invade la atmósfera sofocante. Entonces, el fuego del cielo se enciende. Surge primero una nerviosa traza luminosa que agrieta la bóveda despejada. Se extingue pronto, pero en otro rincón se enciende otra serpiente, que crece larga y esplendorosa, avariciosa de tierra y de materia sólida, para morir en tres segundos sobre su intenso fulgor, Y otra, y otra, y otra, se multiplican en miríada, fabricadas en un firmamento recargado de electricidad, como una fiesta a la cual los mortales sólo pueden asistir como lejanos y perplejos espectadores.
Los relámpagos resquebrajan la quietud de las hoy modestas aldeas humanas. Luces, viento, caos, fascinación, estos destellos de cosmogonía y serpientes de fuego recuerdan la inmensidad del cosmos y el melancólico destino de las civilizaciones.
Calakmul, el reino de Kaan, quiso ser dueña del mundo, pero sus sueños duermen entre piedras colosales que se desmoronan al influjo del sol, el agua y el viento, debajo de una selva diseñada para enterrar el lustre finito de sus constructores.
Caciques y conservación
Calakmul, además de ser una magnífica ciudad frustrada, es uno de los tesoros del país. Sus ruinas y su pedazo de biosfera fueron declaradas en 2002 “patrimonio de la humanidad” por la UNESCO, en 2002. Es la selva tropical protegida más extensa de México, con una superficie original de 723 mil hectáreas (decreto presidencial de 1989) que creció a más de un millón de hectáreas debido fundamentalmente a la creación de dos reservas estatales de Campeche, Balamkú y Balamkim.
Tiene frontera con la Reserva de la Biosfera Selva Maya, de El Petén de Guatemala, y corredores biológicos hacia Sian Ka’an, de Quintana Roo, y Montes Azules de Chiapas, lo que multiplica su importancia: la comunidad científica internacional habla de la Selva Maya como un solo bloque de ecosistemas en tres países (México, Belice y Guatemala), el mayor del continente tras la inmensa Amazonas.
Antes de la protección, fue tierra de caciques que iban por sus maderas preciosas. También fue vista como una gran reserva para cazar jaguares, tapires y águilas elegantes y harpías o para capturar monos o aves de ornato.
Un testigo de las transformaciones es Santiago Pérez Oy, habitante de Zoh Laguna, un antiguo campamento de Caobas Mexicanas, del empresario Abraham Perlo.
Los murciélagos de Balamkú, uno de los prodigios de la selva
“Mi papá llegó aquí en 1940, pues la empresa, que tenía una explotación en Colonia Yucatán, al ver que se acabó el bosque, se vino para acá; el gobierno de Campeche le dio una concesión de maderas preciosas e instaló un aserradero de 12 pulgadas, que producía como mil pies de caoba al día”.
Zoh Laguna fue creciendo en la medida en que llegaban más trabajadores y se expandía la tala. Todas las selvas de la península estaban divididas en concesiones madereras. Según su testimonio, Perlo no era mal patrón y estimulaba a sus trabajadores más cumplidos con vales extra para adquirir despensas. Y si bien era de ascendencia judía, obligaba a sus empleados a acudir a misa católica y participaba en todas las fiestas y peregrinaciones; “es curioso, se sentaba en primera fila y no toleraba las faltas”.
La empresa tuvo altas y bajas económicas. “Se llevó todo, nomás tumbaban y nunca reforestaban, pensaron que nunca se iba a acabar”, refiere don Epifanio Borges, viejo trabajador y chiclero. La concesión de 50 años venció, el hombre murió y los hijos ya no pudieron sobrevivir a la pérdida del monopolio. Los trabajadores quisieron mantener la empresa tras un largo pleito laboral, pero fracasaron.
Cuando se estableció la reserva federal en 1989, los ejidos locales se resistieron. Acosados por el fantasma de que perderían sus tierras y no podían tocar animales y plantas, la situación se puso tan álgida, que dos inspectores forestales federales fueron asesinados en circunstancias nunca aclaradas, lo que provocó gran preocupación en el gobierno federal, que temía levantamientos similares a los zapatistas en Chiapas.
“Dicen que unos chiapanecos se enojaron porque les confiscaron sus motosierras […] había un solo camino para entrar y salir de la selva, los esperaron y los agarraron a balazos”, señala Miguel Álvaro Méndez, que trabaja para la reserva de la biosfera pero es miembro de la diáspora chiapaneca que comenzó a llegar tras la explosión del volcán Chichonal, en 1982.
La falta de tierras y los impulsos de colonización de los gobiernos mexicanos desarrollistas habían hecho la zona un auténtico crisol: hoy viven personas originarias de 25 entidades federativas, lo que ha hecho una integración complicada.
La reserva dirigió una ofensiva gubernamental para legitimarse con proyectos productivos, creación de infraestructura y dotación de servicios básicos, sin distingo de comunidades atendidas. Fue tan exitoso, que eso derivó en la creación del municipio de Calakmul, en 1996, y en el respaldo que las labores de conservación reciben desde entonces por parte de ejidos y propietarios.
La tierra del jaguar
Las vastas soledades de la selva maya son ricas en especies. Jaguares, ocelotes, tigrillos, tapires, pecaríes, venados, monos araña y saraguato, tucanes, águilas. Predomina la selva mediana, pero hay representación de selva baja inundable, selva caducifolia y selvas altas en el lindero con el Petén guatemalteco.
Por eso era un gran coto de cazadores. “Llegaban por Escárcega, del lado de Campeche, venían en camiones de redilas de tres toneladas, traían herramientas, planta eléctrica, focos, armas y hasta cocinero, como le hace n en África […] cazaban el jaguar con carnada, borregos vivos o carne de caballo, y duraban semanas adentro de la selva. Había guías en los pueblos que los llevaban por un buen dinerito, y le daban a todo lo ue se les atravesaba”, recuerda Epifanio Borges.
El jaguar y en general, los gatos de piel moteada fueron protegidos en los años 80, pero no cesó el furtivismo y hacerse de la vista gorda hasta que entró en funciones la reserva de la biosfera. “Hace como 22 años se acabó casi todo, pero todavía en los años 90 venían de fuera a cazar águila elegante, que se parece a la harpía, pero es más chica; un señor de Xpujil los llevaba al sur de la reserva”, pero con el aumento de la presencia institucional, ese fenómeno se redujo casi al mínimo
A don Epifanio le parece que los jaguares han vuelto a prosperar. No en balde, en 2005, se hizo la ceremonia del año del jaguar entre las ruinas mayas, con presencia del entonces presidente Vicente Fox. “Ahora les da por atacar borregas, a veces se llevan hasta catorce en una sola matada, porque se excitan y atacan todo lo que se mueve”; las quejas se multiplican entre los ganaderos, pero asegura el viejo que el fondo de aseguramiento que instituyó el gobierno federal está resolviendo los problemas: un ataque comprobado del felino deriva en el pago de la pieza cobrada.
Poco a poco se conocen más maravillas de Calakmul, como son los murciélagos que todos los anocheceres emergen de una cueva en Balamkú: dos millones de seres pequeños que se dispersan por la floresta y son alimento de depredadores, polinizan y esparcen semillas para el sostenimiento de este viejo mundo amenazado.
Salida
Es de nuevo noche cuando los viajeros abandonan la mística comarca sobre la carretera a Escárcega, recientemente ampliada con sus pavimentos en perfecta negritud, sus balizamientos bien trazados, sus fantasmas reflejantes que marcan carriles.
Calakmul, da un último regalo luminoso, instantáneo como los relámpagos de la víspera, estremecedor: al entrar a una curva, el vehículo dobla y se encuentra por tres segundos con una pantera moteada, que sólo mueve la gran cabeza para observar el auto, mientras acelera su raudo cruce hacia el sur de la selva.
Tras la epifanía, el regreso a los dominios efímeros del hombre.
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Carreteras, el gran desafío
La conservación biológica de Calakmul se debió a su poca población, la cual derivaba de agua escasa e inaccesibilidad geográfica. Pero en los años 60 del siglo XX, la historia dio un giro al abrirse la carretera que conecta a Xpujil, la cabecera municipal, con Escárcega al poniente y Chetumal al oriente, además de obras hidráulicas que asentaron pueblos y los permitieron crecer en medio del clima tórrido.
En los último años, una nueva vuelta de tuerca: si bien, la reserva de la biosfera federal y las dos reservas estatales extienden un sistema de protección sobre más de un millón de hectáreas, la ampliación y mejora de la infraestructura genera alarma entre los ambientalistas: es el caso de la ampliación de la carretera Xpujil-Escárcega, de siete a doce metros, sin pasos de fauna, y de la ampliación del tendido eléctrico paralelo, que potencializa las posibilidades de los esquemas de colonización agresivos que registra la historia mexicana del último medio siglo.
El informe “Análisis ambiental y económico de proyectos carreteros en la Selva Maya, un estudio a escala regional”, publicado en 2007 por los investigadores Dalia Amor Conde, Irene Burgués, Leonardo C. Fleck, Carlos Manterola y John Reid, de Duke University, Conservación Estratégica CSF y Unidos para la Conservación AC, destaca el alto impacto de este proceso, si bien, se logró reducir al convencer a la Comisión Federal de Electricidad de no abrir la servidumbre de su tendido de alta tensión un kilómetro al norte de la ruta carretera, sobre la selva.
“Las carreteras afectan de forma directa la vida silvestre, ya que incrementan la mortalidad de las especies con alta movilidad y promueven la fragmentación del hábitat. A mediano plazo, esos efectos pueden desembocar en la pérdida de hábitat, el aumento del efecto de borde y un incremento en la accesibilidad a los bosques para actividades extractivas”, destacan en la página 35 del documento.
La ampliación de la carretera Escárcega-Xpujil “afectará la conectividad para varias especies debido a: 1) el aumento en el tránsito diario promedio anual, el cual se estima entre 1,887 y 2,170 vehículos; 2) de una carretera tipo C cambiará una carretera tipo A-2, lo que permitirá el aumento en la velocidad hasta 110 kilómetros por hora; y 3) la ampliación de la carretera de 7 a 12 metros. Es altamente probable que la mortalidad de especies aumente por atropello, y que la conectividad disminuya debido al tráfico. Esto es alarmante debido a que esta carretera divide la reserva de la Biosfera de Calakmul y a la reserva estatal Balam-kú en dos, por lo que el objetivos del CBM [Corredor Biológico Mesoamericano] de mantener la conectividad de los parches de selva conservados del norte de la península con los del sur se verán severamente afectados” (pág 52).
Las estimaciones de la deforestación que ha sido ocasionada por esta obra, según los expertos, van de 16,972 hectáreas para 2015, y un acumulado de 47,488 ha perdidas en 2030, aunque se evitó deforestación por más de 41 mil ha que ocasionaría el tendido eléctrico un kilómetro al norte.
Esta ampliación ya es una realidad, así como sus consecuencias: la muerte de animales silvestres se exhibe de forma cotidiana sobre el amplio asfaltado, mientras los pueblos comunicados siguen en crecimiento.
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Amenazadas, 311 mil ha de selvas
La Selva Maya que comparten México, Guatemala y Belice, con casi 13 por ciento de la biodiversidad mundial (incluye Chiapas), podría ver acelerados sus procesos de destrucción con la construcción de una amplia red de carreteras por sus gobiernos nacionales.
Los corredores a desarrollar son Caobas-Tikal, San Andrés-Mirador, Mirador-Calakmul, Uaxactún-Mirador, Yaxhá-Nakum-Naranjo, Melchor de Mencos-Arroyo Negro, Lamanai -frontera con Guatemala, El Ceibo-El Naranjo, y Escárcega-Xpujil.
“Si todos los proyectos mencionados son implementados en la región, se deforestarían alrededor de 311,170 hectáreas de selva en los próximos 30 años. Esto causaría la liberación de por lo menos 225 millones de toneladas de dióxido de carbono, que implicarían un costo global ambiental de por lo menos US$ 136 millones (valor presente)”, dice el informe.
Esto “incrementará la vulnerabilidad del ecosistema ante incendios y huracanes. Aumentarán presiones antropogénicas como la toma de tierras dentro de áreas protegidas, la tala irregular de madera y el contrabando ilegal de flora y fauna”, además de la formidable barrera para la movilidad que significa para muchas especies una carretera convencional.
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Madera para una economía precaria
Los mayas descendientes de los rebeldes del siglo XIX, hoy levantan en las selvas de Quintana Roo un modelo económico que les permita conservar su apego a la milpa y las tradiciones, al tiempo que acceden al desarrollo.
Son la variada flora y fauna locales la materia prima de cambio. Sus bosques tropicales, situados entre dos enormes áreas naturales federales: Sian Kaan al oriente, Calakmul al oeste, son un gran corredor biológico, pero los aborígenes se niegan a aceptar una reserva protegida en sus ricas florestas, que a su juicio pasarían a ser controladas por la burocracia ambiental; como en otros sitios del país, confían en que los usos comunitarios mantengan la integridad de los ecosistemas y le permitan un mejor futuro.
Los 20 ejidos integrados a la Organización de Ejidos Productores Forestales de la Zona Maya emergen de la antaño próspera economía de la fabricación de durmientes, que les permitió establecer una base organizativa regional que mejora sus oportunidades en un entorno competido, ahora que entran en los aprovechamientos forestales.
“El durmiente nos hizo ver que esta región tiene una alta capacidad productiva, y de las principales fortalezas que dejó fue una organización para la producción, y sin intermediarios; a diferencia de la madera en rollo, el durmiente trabajó con créditos bancarios, porque Ferrocarriles Nacionales nunca daba anticipos, pagaba la madera al recibirla en sus centros de concentración; se hicieron organizados y administrados, en esa época la gente compraba camiones, reparaba escuelas, ponía canchas, pagaba la instalación de la luz porque había dinero”, explican Victoria Santos Jiménez y Rosa Ledezma Santos, directivas de la organización.
Es sabido que esa economía cerró prácticamente en 1998, con la privatización de Ferronales, pero de forma gradual, se ha ido accediendo al libre mercado. Por un lado, los campesinos se convencieron de la pertinencia de adquirir la tecnología de los microaserraderos y ahora están en la etapa de aprendizaje de ese sistema.
Uno de los problemas más serios fue el paso del huracán Dean, en 2007, pues el gobierno suspendió en su mayor parte los aprovechamientos que estaban debidamente autorizados como efecto de la contingencia, lo que propició por un lado un escaso aprovechamiento de maderas muertas y su conversión en combustible para incendios, pero además, dañó el proceso de cambio. “En lugar de reajustar los programas de manejo prefirieron imponer el acto de autoridad”, señala Rosa Ledezma.
No obstante, sigue la transformación. “El microaserradero sirve para el ejido más chico y para el más grande, porque es por módulos y te permite caminar por pasos; si eres un ejido grande y necesitas 20 módulos, puedes empezar por cuatro, luego sumas cuatro hasta completarlo; nuestra experiencia de los años 70 con el durmiente es clave, porque nadie le da a un ejido un crédito por cuatro millones de pesos para un aserradero tradicional, pero puedes obtener 300 mil o 400 mil para ir comprando módulos del microaserradero portátil, que además tiene menos impacto ambiental”, observa Victoria Santos.
Los 20 ejidos por año tienen posibilidad de producir hasta 400 mil metros cúbicos de madera, una gran potencia forestal nacional si se llega a cuajar el sistema (Jalisco completo apenas da ese volumen), sin afectar existencias ni procesos de la naturaleza, asegura.
Uno de los ejidos con mejor organización y que lograron mantener su aprovechamiento pese a Dean es Betania. Don Pedro Celestino, presidente ejidal, destaca que de 11,030 hectáreas, tres mil ha se dedican a conservación, unas 45 ha son para agricultura de autoconsumo, y el resto de aprovecha de forma ordenada, sobre la base de 20 especies, tanto madera como “palizada”, que son árboles delgados muy usados para construcciones en la industria hotelera.
“Los compañeros estamos metidos en el trabajo, aprender para producir sin dañar al bosque, y además hacer otras cosas, como el ecoturismo; ese es el camino que hemos marcado”, puntualiza.
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