domingo, 11 de septiembre de 2011

“Nos daba miedo..”



En Privado. Heliodoro Camaal Couoh • Nativo de Celestún, Yucatán, protector de fauna

Celestún, Yucatán.Agustín del Castillo, enviado. MILENIO-JALISCO. Edición del 21 de agosto de 2011. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS

Año 1950. “Aquí todo era muy salvaje; el tigrillo bajaba hasta el pueblo a robarse las aves de corral, las gallinas, los pavos; había pocas casas, era puro monte para ir al cementerio, deba miedo allá por los años 50, te ibas por una veredita, y a ver qué te salía, culebras de montón, tigres, alimañas”.

Don Heliodoro Camaal Couoh tiene 72 años y es nativo del poblado de Celestún, hoy reserva de la biosfera, y que de ser una de las zonas más vírgenes del territorio yucateco, se transformó con la enorme migración maya, a partir de los años 70.

No olvida la historia del pasado. “Si acaso había unas 400 personas, y la gente se dedicaba a la extracción de sal, que era por temporada, de marzo a junio, o hasta agosto si se trabajaba con las aguas; pero terminando no había más trabajo, se acababa la sal y estaba muerto todo, pero aunque no teníamos ni luz, ni carretera, ni comunicaciones más que por mar, había un mundo de pescado, entonces no se pasaban hambres. La carretera creo que llegó hasta 1979”.

El traslado hacia Campeche, era a 20 leguas por mar. Mérida estaba demasiado lejos por tierra, y también se embarcaban para llegar a la zona de Puerto Progreso para poder penetrar hacia la capital. La actividad económica más notorio, además de la sal, era la cacería por pieles de cocodrilo (Crocodylus moreletti) y de jaguar (Panthera onca), especies que ahora gozan de protección especial por estar en riesgo de desaparición de toda la biosfera mexicana.

 “Ahorita ya hay de nuevo bastante jaguar, está protegido por nosotros, pero en aquel entonces, lo cazábamos, igual que al ocelote y al cocodrilo; se les mataba para vender la piel, yo recuerdo que me pagaban a 70 pesos la piel de jaguar grande, y yo maté a varios, fui un buen cazador, pero era para sobrevivir porque no teníamos empleos [...] ahora resulta que mi trabajo es cuidarlos, jajaja”, señala con un tufillo de cinismo.

Explica que entre junio y julio era la época de apareamiento de los grandes gatos, y procuraban respetarlo para garantizar su reproducción, aunque no todos lo hacían. Lo cierto es que don Heliodoro aprendió a engañar la pantera, imitando su rugido por una pieza construida con el caparazón del armadillo, un estropajo y una fibra que se deja secar al sol. “Esa pieza podía reproducir a la perfección el rugido del jaguar, y cuando andaban apareándose, pues los confundías, entonces llegaban al lugar de donde habían escuchado el sonido, y les pegabas el tiro”, señala.

 La clave era saber matarlos, más que por su peligrosidad “las balas siempre se han impuesto a la ferocidad silvestre, por evitar que la piel fuera horadada en un sitio donde perdiera su estética y su valor. Tenías que darles en la frente para que se aproveche bien y te lo paguen al precio justo”, refiere el anciano.

Este cazador maya vio la debacle de los animales silvestres, el crecimiento desordenado de su pueblo, y la llegada de la “civilización” traducida a lámparas de luz y chapopote. Fue a partir del 70. En los años 90, se hizo cuidador, hasta este momento, de la vida que depredó en el pasado. Una vez más, el diablo se ha puesto al servicio del orden terrenal.

No hay comentarios: