jueves, 22 de septiembre de 2011

Día de la Independencia

Crónica: Desfile



La lluvia, el cansancio de una ciudad que castiga a quienes la transitan y fantasmas más oscuros no impidieron la vistosidad tradicional de los contingentes escolares, policiales y de rescatistas

Guadalajara. Agustín del Castillo. MILENIO-JALISCO. Edición del 17 de septiembre de 2011

Tras la noche de los últimamente parcos festejos del cumpleaños de don Porfirio Díaz, transformados en el “grito de Dolores” por la mercadotecnia revolucionaria, unos 20 mil tapatíos acuden la gris y húmeda mañana del 16 de septiembre a la avenida homónima para festejar el Día de la Independencia, que algún sarcástico señala como “Independence day” cuando los ruidosos helicópteros Bell 214 de la Policía Federal Preventiva, de tecnología estadounidense, irrumpen sobre las calles y alteran la atención de los ciudadanos de su fascinación por el espectáculo marcial.

La lluvia, el hartazgo por el caos vial, y los temores propios de tiempos de violencia masiva, son factores que han ahuyentado a muchos de los habituales asistentes al acto cívico, 201 años después del verdadero comienzo de la gesta independentista, en cuya primera etapa, Guadalajara y Jalisco tuvieron papeles protagónicos.

Lo del chubasco pocos lo esperaban, tras muchas jornadas de calor y sequía. Poco antes del amanecer cayó una fuerte tormenta eléctrica que se prolongó por casi tres horas en algunos puntos de la ciudad, e incitó a muchos habitantes a permanecer en casa. Los registros más altos de la Comisión Nacional del Agua marcaron a las siete de la mañana 9 milímetros en la estación de Colomos, pero quién niega la majestad inhibitoria de rayos y centellas.

Así, el Centro, alrededor de las 10:00 am, luce con gente sobre el eje 16 de Septiembre-Alcalde, pero medianamente activo fuera de esa zona, con muchos locales cerrados, aunque presencia nutrida de ambulantaje y de policías municipales, que ya han cerrado los accesos viales.

En la zona del paso de los contingentes, llena de curiosos, no se impide el libre tránsito sobre las banquetas. “A mí me parece que esta vez muchos no quisieron venir, siempre pasa cuando llueve tanto”, comenta don Epifanio Pérez, vecino de Analco que acude con sus nietos a admirar policías, bomberos, agentes de Protección Civil, escuelas privadas militarizadas, policías federales y elementos de la Procuraduría de Justicia del estado, que —dicen— nunca habían puesto pie en algún desfile; serán cosas de imagen y popularidad.

Los tapatíos se ven contentos, toman fotografías y video: banderas nacionales, efigies guadalupanas, estandartes olvidados, vehículos nuevos y no tanto, uniformes coloridos, gestos adustos y graves que simulan la Vemoción patria.

“Se ven muy guapos con esos uniformes y además, se trata de defender nuestro país de sus enemigos, y les debemos dar un aliento”, comenta la profesora Martha Alcantar: “Estamos los mexicanos cansados de no poder salir a las calles, por eso debemos venir, a decirles a los delincuentes que somos más”, dice con voz alzada, casi en arenga; otros asistentes la ven de reojo, asombrados de la ardiente catilinaria.

¿Quién inventó los desfiles? Grecia, o Roma, o los guerreros, o las naciones donde el pueblo debía ser deslumbrado con pruebas de que la renuncia a la libertad individual vale la pena ante el orden, la disciplina y la mano vigorosa que preserva el pacto social. A fin de cuentas, es un rito balsámico para recuperar una sensación de seguridad, hoy perdida.

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