domingo, 18 de septiembre de 2011

El final de una dinastía política de 116 años



Velaron al hijo de don Javier y nieto de don Marcelino. La clase política despide a Javier García Morales, asesinado el martes pasado

Guadalajara. Agustín del Castillo. MILENIO-JALISCO. Edición del 8 de septiembre de 2011

La dinastía nació en el oscuro Cuautitlán (hoy de García Barragán), de la remota costa sur de Jalisco, el 2 de junio de 1895. En México no existe nobleza de sangre, pero ayer, 116 años después, el tercero en la línea de sucesión de la familia García fue despedido para siempre de la tierra que gobernó el abuelo como su feudo, y sobre la cual el padre proyectó la sombra omnímoda del poder que sólo poseían algunos en el antiguo régimen.

Una casa de velación con hombres serios, muchos de ellos amigos del padre, casi todos hombres de la política; la competencia por la visibilidad del ornato funerario redondo, hecho de follaje, flores y madera, siempre idéntico, salvo el nombre de quien rinde el homenaje; las conversaciones ahogadas, los dolientes que balbucean el santísimo rosario, los trajes negros, los perfumes caros, las frases cuidadosas, las miradas ausentes.

Es la funeraria Gayosso, de Guadalajara, y se ha ido Javiercillo, el tercero, trece años después de la partida de don Javier, amado y temido, quien pudo ser presidente de la república, y 32 recién cumplidos de la partida de don Marcelino, hombre marcado para la posteridad por la violencia de la infausta jornada del 2 de octubre de 1968, lo que hace olvidar su larga y accidentada trayectoria política, siempre con las fuerzas armadas, muchas veces desde la disidencia política.

México ha sido un país de caciques. Los críticos de don Marcelino García Barragán y de don Javier García Paniagua los llamaron caciques. Los enemigos no: también lo eran. Javier García Morales, asesinado el pasado martes a las 12:30 horas en una calle transitada de una colonia pudiente que irónicamente se llama Providencia, no pudo ser cacique. Lo alcanzó la modernidad. Pero eso le permitió vivir en la comodidad de la sombra, como detentador de un poder fáctico heredado por su apellido.

Siempre cercano al ejército, con amigos entrañables, muchos con reputación dudosa, algunos presos. Tras la muerte del adusto y enérgico padre en noviembre de 1998, muchos vieron en su hermano Marcelo al verdadero sucesor del clan, pero lo cierto es que quien tuvo el último puesto político relevante fue Javier, como secretario adjunto de Elba Esther Gordillo en el PRI de Roberto Madrazo.

Un velorio es un lugar de discreciones pero también sobresale el anecdotario del muerto. Algunos políticos recuerdan que habiendo nacido en Colima hace 58 años, el único cargo que de verdad buscó Javiercillo fue la gubernatura de esa entidad, lo que lo enfrentó con Fernando Moreno Peña, a la postre gobernador (1997-2003), para emular a otra escala la famosa derrota de última hora de su padre en la carrera presidencial con Miguel de la Madrid, según el presidente José López Portillo (Mis tiempos, 1988).

Y casi de quedito, el tema que pudo acarrear su muerte: la vinculación al crimen organizado, su amistad con narcos famosos, asunto que le mereció averiguaciones previas, un secuestro exprés en el año 2000, la acusación de un testigo protegido que alguna vez fue su amigo (Tomás Colsa McGregor), el estigma social, que poco parecía preocuparle. En Tepames, su feudo cercano a Colima, sus vecinos sólo vivieron la generosidad y el asombro por un tren de vida que los salpicaba.

Javiercillo vuela a mediodía de ayer a esa tórrida ciudad, pues descansará en su rancho colimense tras los servicios funerarios y el saludo de los suyos. Allí, el final de la dinastía de 116 años se lee como una trémula, nerviosa clave dictada por Carlos Fuentes: “...te traje adentro y moriré contigo... los tres... moriremos...Tú... mueres...has muerto...moriré” (La muerte de Artemio Cruz).

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