El sabino gigante de La Cañada, una de las cinco estancias de la hacienda El Cedro, donde durmió el cura Hidalgo en diciembre de 1810. FOTOS: AGUSTÍN DEL CASTILLO
Arriba, agua del estanque contiguo; abajo, la mole impresionante del sabino centenario
arriba, árbol genealógico de los Villaseñor y los García; abajo, el ingreso al sabinal, protegido
Celebran al longevo árbol de Ixtlahuacán de los Membrillos; es un ahuehuete de entre 500 y 700 años de edad, que sobrevive en los predios de la familia García Rulfo
La Cañada, Ixtlahuacán de los Membrillos. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO
a casi dos siglos del suceso, sobrevive un testigo del paso del padre Hidalgo por la hacienda de Los Cedros, en Ixtlahuacán de los Membrillos, en su ruta hacia Guadalajara.
El presbítero pionero de la Independencia fue huésped al menos por una noche, tal vez a comienzos de diciembre de 1810, en las fincas de la familia Villaseñor, heredera de los encomenderos que colonizaron la región hacia el 1600, y presuntamente emparentada con el religioso que comenzó la revuelta contra el imperio español.
Sin embargo, el corpulento ahuehuetl o “viejo de agua”, como lo bautizaron los antiguos nahuas, nació al fondo de La Cañada, una de las cinco estancias de la hacienda, en un manantial que fue perenne, quizás antes de que las naves de Hernán Cortés desembarcaran en Veracruz (1519).
Y aun más: no se descarta que para fechar su alumbramiento se deba retroceder otras dos centurias, alrededor del 1300 de la era cristiana, cuando los aborígenes cocas usaban este bosque de galería para sus rituales de magia y los ahuehuetes eran parte de un entorno sagrado. En ese año, los mexicas estaban a punto de arribar al valle de México, los árabes llevaban al apogeo su civilización en India y en Al-Andalus, Dante Alighieri comenzaba su viaje imaginario por el ultramundo, y los papas romanos enfrentaban al implacable Felipe el Hermoso de Francia.
Un ser vivo que supera la escala humana de existencia, es mudo a su lenguaje, pero su corteza, su savia y su crecimiento anillado esconden muchas respuestas sobre las épocas que ha atravesado: cómo era el clima, de qué modo se sintieron los efectos de El Niño, cuán prolongadas fueron las sequías y lo cruento y regular de los incendios. A fin de cuentas, vale preguntar cómo fue que los hombres lo perdonaron. Por qué sigue vivo habiendo tantos muertos.
Árbol majestuoso
En la centenaria vida de este ahuehuete o sabino (Taxodium mucronatum) del rancho de La Cañada, de al menos 3.5 metros de diámetro y 30 metros de altura, hoy habrá un suceso para honrar públicamente esta larga persistencia.
La delegación Jalisco de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) develará una placa reconociendo a este gigante como “árbol majestuoso”, el primero que obtiene tal nombramiento en el estado. Los responsables de su cuidado, la familia García Rulfo Urroz, sienten orgullo, porque hay un esfuerzo de varias generaciones en el cuidado de esa arboleda donde sobrevive el “árbol grande” entre un amplio cortejo de ahuehuetes de diversas edades, sin duda, todos posteriores al tatarabuelo. No conciben sus vidas personales sin las anécdotas bajo la sombra generosa, en el mudo remanso acompasado por aves canoras, brisas matinales y una riada cristalina.
“Allí crecimos”, señala Carmen García Rulfo. Destaca que desde la llegada de los Villaseñor a esta región, en los tiempos virreinales, “esta propiedad perteneció a la familia […] Hay un sentimiento muy fuerte que nos une a esta tierra”.
Cristina Urrea García Rulfo, prima hermana, recuerda a su madre, Josefina, fallecida hace cuatro años, que observaba a su abuelo, don Gabriel, deambular por el paraje, aunque estuviera muerto desde 1937. La imagen no es gratuita: Gabriel García Villaseñor se aferró a conservar el área de los restos de la hacienda; “tuvo oportunidad de escoger otros terrenos, pero precisamente por los sabinos, aunque pudiera ser el menos productivo, y no tenía casco, fue éste el que quiso conservar…”.
La infancia está llena de recuerdos. “Era a donde nos íbamos a bañar, en la casa no había baños, y allí es un nacimiento de agua; con tubos hicieron una pileta de tres por cuatro, nos turnábamos día a día hombres y mujeres para bañarnos; también andábamos a caballo, y en el arroyo lavábamos en piedras nuestra ropa […] era ir al paraíso, brincar, correr, nos tomábamos de la mano para ver si le dábamos la vuelta al tronco y, como éramos pequeños, el árbol parecía aún más enorme”, añade Cristina. Los García Rulfo Urroz tienen hoy una pequeña propiedad de 280 hectáreas. Los Urrea García Rulfo conservan alrededor de 40 ha. Ambos predios convergen en el arroyo y la fronda.
“Los rancheros vestían de manta blanca todavía y sombrero blanco; en los años cuarenta y los cincuenta, no había tractores; era yunta de bueyes, carretas, caballos; no había luz eléctrica […] diario se rezaba el rosario; por la noche jugábamos con luciérnagas. Había leoncillos, venado, coyotes… la gente hablaba de que se robaban las gallinas […] en la finca vendían quesos, tenían caballos y vacas, y sembraban”.
Carmen nació en 1945. En esos años, visitar La Cañada era “mucho más largo y complicado, por la antigua carretera a Chapala, venía una brecha, y sólo circulaba un Jeep de mi papá; el resto eran burros y caballos, toda la mercancía se cargaba en remudas […] en tiempo de lluvias no podíamos entrar, nos esperaban caballos en la antigua carretera y nos traían”.
Agrega que la zona conserva el uso agrícola y ganadero, pero además se practica ya el ecoturismo y el turismo rural. “Trabajamos campamentos para niños en verano y, durante el año, campamentos escolares; damos todos los servicios, hospedajes y comidas, servicios de guía […] empleamos alrededor de 30 personas durante el año y, en verano, hasta 60, más los trabajadores del rancho, que son como quince”.
La muerte acecha
Carmen pone en relieve que, del antiguo bosque de sabinos, sólo sobrevivieron los contiguos a los predios familiares: “Termina la primera propiedad, sigue el río y ya no hay sabinos, nosotros conservamos ese santuario pero los agraristas talaron y vendieron todo”.
El mal manejo de la cuenca pasa facturas. Hace cuatro años, los ahuehuetes estuvieron enfermos, y se contrató a expertos para curarlos. El diagnóstico del mal ya era claro: el arroyo no sólo se estaba contaminando desde los poblados de las partes altas, sino que el agua desaparecía amplios trechos del año, y eso estresaba a los gigantes.
“La cuenca cambió rotundamente, yo creo que de unos quince a 20 años […] No sé qué harán en Las Trojes, en Potrerillos, pero sueltan basura, no protegen la ecología…”.
Su hermano Manuel advierte que tratan de paliar el mal bombeando agua de un pozo para irrigar los sabinos. Pero admite que, si no se ordenan los usos de suelo en la parte alta, el gigantesco ahuehuete de hasta 700 años de edad podría morir. Con todo y declaratoria de “árbol majestuoso”, y el asombro de los hombres.
a casi dos siglos del suceso, sobrevive un testigo del paso del padre Hidalgo por la hacienda de Los Cedros, en Ixtlahuacán de los Membrillos, en su ruta hacia Guadalajara.
El presbítero pionero de la Independencia fue huésped al menos por una noche, tal vez a comienzos de diciembre de 1810, en las fincas de la familia Villaseñor, heredera de los encomenderos que colonizaron la región hacia el 1600, y presuntamente emparentada con el religioso que comenzó la revuelta contra el imperio español.
Sin embargo, el corpulento ahuehuetl o “viejo de agua”, como lo bautizaron los antiguos nahuas, nació al fondo de La Cañada, una de las cinco estancias de la hacienda, en un manantial que fue perenne, quizás antes de que las naves de Hernán Cortés desembarcaran en Veracruz (1519).
Y aun más: no se descarta que para fechar su alumbramiento se deba retroceder otras dos centurias, alrededor del 1300 de la era cristiana, cuando los aborígenes cocas usaban este bosque de galería para sus rituales de magia y los ahuehuetes eran parte de un entorno sagrado. En ese año, los mexicas estaban a punto de arribar al valle de México, los árabes llevaban al apogeo su civilización en India y en Al-Andalus, Dante Alighieri comenzaba su viaje imaginario por el ultramundo, y los papas romanos enfrentaban al implacable Felipe el Hermoso de Francia.
Un ser vivo que supera la escala humana de existencia, es mudo a su lenguaje, pero su corteza, su savia y su crecimiento anillado esconden muchas respuestas sobre las épocas que ha atravesado: cómo era el clima, de qué modo se sintieron los efectos de El Niño, cuán prolongadas fueron las sequías y lo cruento y regular de los incendios. A fin de cuentas, vale preguntar cómo fue que los hombres lo perdonaron. Por qué sigue vivo habiendo tantos muertos.
Árbol majestuoso
En la centenaria vida de este ahuehuete o sabino (Taxodium mucronatum) del rancho de La Cañada, de al menos 3.5 metros de diámetro y 30 metros de altura, hoy habrá un suceso para honrar públicamente esta larga persistencia.
La delegación Jalisco de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) develará una placa reconociendo a este gigante como “árbol majestuoso”, el primero que obtiene tal nombramiento en el estado. Los responsables de su cuidado, la familia García Rulfo Urroz, sienten orgullo, porque hay un esfuerzo de varias generaciones en el cuidado de esa arboleda donde sobrevive el “árbol grande” entre un amplio cortejo de ahuehuetes de diversas edades, sin duda, todos posteriores al tatarabuelo. No conciben sus vidas personales sin las anécdotas bajo la sombra generosa, en el mudo remanso acompasado por aves canoras, brisas matinales y una riada cristalina.
“Allí crecimos”, señala Carmen García Rulfo. Destaca que desde la llegada de los Villaseñor a esta región, en los tiempos virreinales, “esta propiedad perteneció a la familia […] Hay un sentimiento muy fuerte que nos une a esta tierra”.
Cristina Urrea García Rulfo, prima hermana, recuerda a su madre, Josefina, fallecida hace cuatro años, que observaba a su abuelo, don Gabriel, deambular por el paraje, aunque estuviera muerto desde 1937. La imagen no es gratuita: Gabriel García Villaseñor se aferró a conservar el área de los restos de la hacienda; “tuvo oportunidad de escoger otros terrenos, pero precisamente por los sabinos, aunque pudiera ser el menos productivo, y no tenía casco, fue éste el que quiso conservar…”.
La infancia está llena de recuerdos. “Era a donde nos íbamos a bañar, en la casa no había baños, y allí es un nacimiento de agua; con tubos hicieron una pileta de tres por cuatro, nos turnábamos día a día hombres y mujeres para bañarnos; también andábamos a caballo, y en el arroyo lavábamos en piedras nuestra ropa […] era ir al paraíso, brincar, correr, nos tomábamos de la mano para ver si le dábamos la vuelta al tronco y, como éramos pequeños, el árbol parecía aún más enorme”, añade Cristina. Los García Rulfo Urroz tienen hoy una pequeña propiedad de 280 hectáreas. Los Urrea García Rulfo conservan alrededor de 40 ha. Ambos predios convergen en el arroyo y la fronda.
“Los rancheros vestían de manta blanca todavía y sombrero blanco; en los años cuarenta y los cincuenta, no había tractores; era yunta de bueyes, carretas, caballos; no había luz eléctrica […] diario se rezaba el rosario; por la noche jugábamos con luciérnagas. Había leoncillos, venado, coyotes… la gente hablaba de que se robaban las gallinas […] en la finca vendían quesos, tenían caballos y vacas, y sembraban”.
Carmen nació en 1945. En esos años, visitar La Cañada era “mucho más largo y complicado, por la antigua carretera a Chapala, venía una brecha, y sólo circulaba un Jeep de mi papá; el resto eran burros y caballos, toda la mercancía se cargaba en remudas […] en tiempo de lluvias no podíamos entrar, nos esperaban caballos en la antigua carretera y nos traían”.
Agrega que la zona conserva el uso agrícola y ganadero, pero además se practica ya el ecoturismo y el turismo rural. “Trabajamos campamentos para niños en verano y, durante el año, campamentos escolares; damos todos los servicios, hospedajes y comidas, servicios de guía […] empleamos alrededor de 30 personas durante el año y, en verano, hasta 60, más los trabajadores del rancho, que son como quince”.
La muerte acecha
Carmen pone en relieve que, del antiguo bosque de sabinos, sólo sobrevivieron los contiguos a los predios familiares: “Termina la primera propiedad, sigue el río y ya no hay sabinos, nosotros conservamos ese santuario pero los agraristas talaron y vendieron todo”.
El mal manejo de la cuenca pasa facturas. Hace cuatro años, los ahuehuetes estuvieron enfermos, y se contrató a expertos para curarlos. El diagnóstico del mal ya era claro: el arroyo no sólo se estaba contaminando desde los poblados de las partes altas, sino que el agua desaparecía amplios trechos del año, y eso estresaba a los gigantes.
“La cuenca cambió rotundamente, yo creo que de unos quince a 20 años […] No sé qué harán en Las Trojes, en Potrerillos, pero sueltan basura, no protegen la ecología…”.
Su hermano Manuel advierte que tratan de paliar el mal bombeando agua de un pozo para irrigar los sabinos. Pero admite que, si no se ordenan los usos de suelo en la parte alta, el gigantesco ahuehuete de hasta 700 años de edad podría morir. Con todo y declaratoria de “árbol majestuoso”, y el asombro de los hombres.
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CLAVES
Árboles majestuosos, un proyecto
Por iniciativa de la delegación Semarnat, Jalisco se sumará a la integración de un listado de árboles de valor patrimonial, sea por su longevidad, su gran tamaño o su relevancia en un sitio histórico determinado. Público convoca a los lectores a mandar sus propuestas a ciudad.gdl@milenio.com e internet.gdl@milenio.com
Entre los árboles reconocidos que podrían integrar la lista, se ubican, en la zona metropolitana de Guadalajara, la gran parota de avenida La Paz, casi esquina Lope de Vega, y la ceiba de avenida Vallarta, esquina Nelson, cerca de la Minerva.
En municipios foráneos, el gran zalate de Amacueca; el zalate enclavado en la calle principal de Tecolotlán y el que se ubica en la cabecera de El Limón.
Hay una notable caoba de más de dos siglos en la plaza principal de San Cristóbal de la Barranca, y una higuera de colosales dimensiones al lado del centro de salud en Tomatlán
Pero la convocatoria no se limita a árboles de entorno urbano; los jaliscienses tienen la oportunidad de designar árboles en zona rural, como sucede con el sabino de La Cañada, que hoy será objeto de homenaje.
Jalisco es uno de los pocos estados que no ha integrado un listado en la materia, pese a que la norma estatal ambiental 001/2003 así lo prevé. La Comisión Nacional Forestal y diversas organizaciones no gubernamentales plantearon un proyecto en todo el país, pero el gobierno de esta entidad no envió ninguna propuesta.
El Ayuntamiento de Guadalajara ha premiado a dueños de árboles patrimoniales, pero no se ha dado seguimiento al proyecto en los últimos años.
La Semarnat se compromete a abrir una página de Internet para integrar un listado oficial de “árboles majestuosos” en el país y garantizar su conservación a largo plazo.
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Experto recomienda carbono 14, pues las dimensiones de los ahuehuetes suelen confundir acerca de su edad.
Experto recomienda carbono 14, pues las dimensiones de los ahuehuetes suelen confundir acerca de su edad.
Los sabinos, milenarios, pero de difícil cálculo
Sí es el ahuehuete o sabino un árbol que puede alcanzar hasta dos mil años de vida, y ostentar sin duda el título de una de las especies más longevas del planeta. Pero estimarlo no es tarea fácil: las técnicas usuales no funcionan para calcular con precisión, y se debe apostar por la técnica del carbono 14 para asegurar el dato, advierte el experto forestal José Luis Gámez Valdivia.
Además de tener bajo su responsabilidad el bosque La Primavera, este técnico sostiene un vivero y una consultoría forestal, y su experiencia le dicta que hay que ser desconfiados ante posibles “cálculos alegres” de la edad de los “viejos de agua”, pues la imagen impresionante de estos vegetales puede emocionar al observador.
Señala que el desarrollo de estos árboles es lento, pero está muy condicionado a la calidad del sitio en que nacen y a aspectos difíciles de estimar con técnicas habituales. Considera que el diámetro no es un indicativo claro del crecimiento, porque su velocidad puede variar mucho. Aun así, sin atreverse a estimar edad, no descarta que la prueba arroje los 500 a 700 años que diversos biólogos y forestales han calculado al sabino de Ixtlahuacán. Al menos, el dato coincide con un sabino histórico que está protegido en la ciudad de México: el sabino de la plaza de San Juan, que es de dimensiones similares, tiene de 600 a 700 años, según la publicación Compendio de árboles históricos de México, del Instituto Nacional de Ecología (1997).
Por esa posibilidad, sin atreverse a asegurarlo, se inclina el ingeniero forestal Enrique Jardel Peláez, investigador de la UdeG y miembro del Consejo Nacional de Áreas Naturales Protegidas.
El ahuehuete es el árbol nacional de México, designado por el gobierno federal desde 1921, pues se trata de una especie espectacular y casi exclusivamente mexicana en su distribución natural. Es una especie de la familia de las coníferas que prospera en tierras húmedas y sombrías, especialmente las diversas cañadas de la geografía nacional, entre 250 y 2,500 metros sobre el nivel del mar.
El sabino más famoso es el árbol del Tule, de Oaxaca, con dos mil años de edad, calculada, precisamente, con la técnica de carbono 14.
Además de tener bajo su responsabilidad el bosque La Primavera, este técnico sostiene un vivero y una consultoría forestal, y su experiencia le dicta que hay que ser desconfiados ante posibles “cálculos alegres” de la edad de los “viejos de agua”, pues la imagen impresionante de estos vegetales puede emocionar al observador.
Señala que el desarrollo de estos árboles es lento, pero está muy condicionado a la calidad del sitio en que nacen y a aspectos difíciles de estimar con técnicas habituales. Considera que el diámetro no es un indicativo claro del crecimiento, porque su velocidad puede variar mucho. Aun así, sin atreverse a estimar edad, no descarta que la prueba arroje los 500 a 700 años que diversos biólogos y forestales han calculado al sabino de Ixtlahuacán. Al menos, el dato coincide con un sabino histórico que está protegido en la ciudad de México: el sabino de la plaza de San Juan, que es de dimensiones similares, tiene de 600 a 700 años, según la publicación Compendio de árboles históricos de México, del Instituto Nacional de Ecología (1997).
Por esa posibilidad, sin atreverse a asegurarlo, se inclina el ingeniero forestal Enrique Jardel Peláez, investigador de la UdeG y miembro del Consejo Nacional de Áreas Naturales Protegidas.
El ahuehuete es el árbol nacional de México, designado por el gobierno federal desde 1921, pues se trata de una especie espectacular y casi exclusivamente mexicana en su distribución natural. Es una especie de la familia de las coníferas que prospera en tierras húmedas y sombrías, especialmente las diversas cañadas de la geografía nacional, entre 250 y 2,500 metros sobre el nivel del mar.
El sabino más famoso es el árbol del Tule, de Oaxaca, con dos mil años de edad, calculada, precisamente, con la técnica de carbono 14.
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