martes, 14 de diciembre de 2010

Palma Grande, Costa de oro que se volvió oropel


Políticas viejas en una comunidad que afronta reto de cambio económico y climático; disputas por el manglar y la lucha contra una presa que podría cambiar sus vidas

Tuxpan, Nayarit. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS

"Nosotros ya estamos padeciendo el cambio climático”, señala sin titubeos la presidenta ejidal de Palma Grande, María Guadalupe Medina López. Y no hace referencia al irresistible avance del mar sobre las playas de estas tierras bajas y de reciente formación geológica, sino al aparente cambio del patrón de las lluvias, que les causó desastres en sus cultivos durante la primavera pasada.

“Llovió muy fuerte, y las cabañuelas antes eran solamente lluvias de chipi chipi; como consecuencia, se perdieron casi todas las cosechas”, agrega como explicación. La secunda el presidente del consejo de vigilancia, don Eraclio Rosas Corona: “se perdió lo que es sorgo, frijol, chile, jitomate […] los ríos se nos crecieron, bajó mucho azolve desde diciembre y en enero se dieron las inundaciones; nos agarró de sorpresa a todos…”.

Muchos ejidatarios, que se han presentado esta mañana a la casa ejidal del poblado situado a la orilla de los esteros, murmuran sus desgracias: el dinero que se invirtió y no rindió, las plantas que se pudrieron en pie, las casas que se anegaron, las aseguradoras que no llegaron pues “no sabían que servían para algo”, los muebles ensopados y malolientes que debieron tirar…

Ya encarrerados, estos hijos del extinto emporio agrícola de la Costa de oro –duele olvidarlo: revolución verde más tabaco, dos productos superados- también murmuran sus múltiples abandonos: de las autoridades que no son sensibles a sus quejas; de sus ancestros que no pensaron en los cambios que iban a sobrevenir cuando talaban tierras vírgenes, montaban siembras con agroquímicos, metían pastos invasores para el ganado o contaminaban las fuentes de agua; de los ejidos vecinos, como Unión de Corrientes, que por décadas les han robado su mangle, sus peces y sus mariscos, pues cuando el gobierno, al quedarse sin tierras qué repartir, quiso seguir la revolución repartiendo pantanos, tierra lodosa y agua, no se cuidó de los conflictos que nacerían si no se ponían claras las fronteras. Oh desafíos a la física, ¿cómo fijas una mojonera entre las formas rebeldes del agua?

La versión de Unión de Corrientes también existe, y es la misma, pero al revés. Cambian los papeles, pero no la historia.

Palma Grande está en el municipio de Tuxpan, y tiene la desgracia de padecer la política “al estilo nayarita”. Eso significa que más que ciudadanos, hay clientelas, y los gerentes –los presidentes ejidales- deben responderle al presidente municipal en turno. Pero resulta que doña María Guadalupe se salió del script, y no era la candidata del alcalde, Óscar Zermeño Barragán, quien ha optado por ignorar las iniciativas del núcleo ejidal. La presidenta es muy popular, no sólo por ser mujer en el entorno más tradicional y reacio al cambio que existe, sino porque su reputación está fundada en la eficiencia, y lo demostró cuando administró las fiestas del pueblo con una honestidad espartana; porque habla claro y directo, y reconoce a la ignorancia en todas sus coloraciones como el enemigo a vencer para traer verdadero progreso.

La mentora dirige el plantel escolar de Vicente Guerrero, una comunidad vecina, donde encuentra a sus habitantes mejor preparados para afrontar los desafíos únicos de estos aciagos tiempos. “Son más positivos, y si no les ha ido mejor es porque ahorita no hay muchos recursos, pero se abren más, y sí se dan sus agarrones pero siempre se dan sus espacios para el diálogo; y es lo que les comento aquí, que hay que darnos esas oportunidades nosotros también…”.

Pero sus paisanos a veces parecen que no tienen remedio. Hace tres años tenían a una pasante de medicina que se afanaba en atender las múltiples necesidades de Palma Grande. Hoy están abandonados: “vino un habitante de Pimientillo y trató de violarla, estaba bonita la doctora y era además hija de un hombre rico de Culiacán; además, el culpable fue detenido pero lo soltaron, y eso para nuestro ejido fue una mancha que quedó registrada en la Universidad de Sinaloa, y duramos más de un año sin doctor; los nuevos vienen por pocas horas y además no se les da medicinas; la verdad es que no hemos podido reestablecer bien el servicio de la clínica…”.

La profesora, que es presidenta ejidal porque su esposo Apolinar empeñó su promesa de dejarla competir, añade que no se trata de decirle a la gente que cambia de ideas, “para que piensen como yo; como dice mi marido, que sigan conservando sus ideas distintas, pero que se den la oportunidad de abrir un espacio para dialogar y que puedan promover así un futuro para la comunidad, porque la vida particular de cada uno ya la tienen, pero el futuro de la comunidad lo están mandando a la borda”.

Mientras, llegan los nuevos megaproyectos. La presa hidroeléctrica Las Cruces, en el río San Pedro, que promueve la Comisión Federal de Electricidad y promete que los beneficiará. “Las parcelas que por aquí tenemos no son, digamos, de tierra de muy buena calidad, entonces el agricultor tiene la idea de que al salirse el río trae los limos y eso permite mejorar las tierras con salitre”. Así, se repetiría la experiencia del represamiento del río Santiago, una pesadilla que terminaría de destruir el de por sí precario estilo de vida de una región que alguna vez construyó metáforas en oro. “Todos los pueblos nos estamos juntando, para no permitirlo”.

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