domingo, 19 de diciembre de 2010

La isla del señor Tecuani



Esfuerzos por salvar al jaguar, el rey de las Marismas Nacionales en Nayarit. La vida silvestre es rescatada en la región, que tiene escenas espectaculares como la parota inmensa que funciona de central camionera de las garzas, o el señor Tecuani, que deambula por su isla (foto cortesía de Alianza Jaguar AC / Conanp y GTZ del gobierno alemán); ejidatarios, ONG y gobierno tratan de hacer viable coexistencia con los grandes depredadores


Marismas Nacionales. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO, edición del 18 de diciembre de 2010. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS 


Es un modesto islote en medio de la naturaleza ambigua del humedal. Al compás de la temporada del año, del ímpetu de los elementos e incluso de la hora del día, esa isla de menos de cuatro hectáreas crece o decrece, se llena de vegetación o se desvanece, perdida entre el dédalo de los esteros y expuesta al gobierno de las mareas o de las crecidas, según el agua provenga de la Sierra Madre Occidental o del océano Pacífico, las dos inmensidades a las que estas tierras bajas sirven de frontera. Allí habita el tecuani, la “fiera” de los antiguos mexicanos.

Hugo, Catarino y Andrés Valadez, Roberto Virgen Ceja, Santos Inda Ponce, Daniel García Piña, todos moradores de Los Corchos, dieron con la ínsula hace unos cinco años.

“Es una isla del ejido Toromocho que había sido descubierta hace mucho, algunos le dicen La Trozada, pero nunca fue explorada; nosotros nos metimos, pues somos pescadores, me habían dicho que podía haber allí jaguar; nos bajamos, nos gustó y empezamos a limpiar, vimos que tiene un estanque de agua dulce, rodeada de la marisma y el agua salada… y descubrimos las huellas […] mi hermano me dijo que hiciéramos un grupo para vigilar y monitorear, y empezamos a hacer moldes en yeso de esos rastros”, explica Catarino.

Pocos mejor que ellos. Un abuelo de los Valadez fue trampero y mató felinos hace más de medio siglo, aunque más que la Pantera onca, sus víctimas era los pequeños y hermosos Felis pardalis (ocelote o “guanduri”, en el habla popular) o Felis wiedii (tigrillo), todos intensamente perseguidos por su piel moteada y tersa. Pero el gran trofeo era el “tigre” (Panthera onca).

Era una auténtica “tierra de nadie”: las marismas nayaritas y sinaloenses fueron por décadas la meta de grandes cazadores deportivos nacionales y extranjeros; su segundo destino en el país, tras la Península de Yucatán, para cobrar piezas.

“En aquel tiempo se dice que había muchos en esta zona y que atacaban al ganado; yo recuerdo que se dijo que un tigre atacó a un burro, y la gente se llenó de temor, entonces no esperaban a que sucediera de nuevo […] yo estaba chico, y hoy tengo 58 años; llevaron un tigre recién muerto a la escuela y todos nos asomábamos con miedo, el cazador era Estanislao Pérez y ese señor ya murió”, explica Santos Inda.

Así, los descendientes de quienes guiaban las matanzas del mayor felino de las Américas, son los que se han dado a la tarea de cuidarlo. En el principio, con su puro trabajo e intuición, comenzaron a mejorar la reputación del depredador, a hablar bien del misterioso gato moteado con sus vecinos, a desacreditar las leyendas de sus horrores. Luego llegó la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), que cristalizó un decreto de reserva de la biosfera en la zona nayarita y dio impulso al cuidado de la especie. Recientemente se contrató a la Alianza Jaguar Nayarit, con recursos del GTZ (siglas del ministerio alemán de Medio Ambiente) provenientes de un fondo para proyectos de cambio climático en áreas naturales protegidas, para determinar la situación del tecuani y consolidar el esfuerzo con un componente técnico. Así, la ínsula tiene fototrampas y han visto deambular panteras entre los suelos arenosos resquebrajados.

Sigue incierta la suerte de las fieras. Pero un puñado de vigilantes comunitarios trabaja para que no desaparezcan.

Ciencia y conservación
Rodrigo Núñez Pérez, experto en jaguares en el occidente de México, encabezó un estudio aún en proceso para determinar la situación de la Pantera onca. “Se podría decir que la población de jaguares se está recuperando gracias a la creación de la reserva. En el reciente estudio se encontró que él es abundante en la zona sur de Marismas, pero es más raro en el resto, aunque falta hacer un monitoreo más intensivo […] es difícil saberlo tan pronto, este tipo de datos se obtienen en dos o tres años. Además, sabemos que todavía existen cazadores que matan al jaguar”.

El científico advierte también sobre la pérdida de las presas naturales por la presión humana sobre ellas; la transformación del hábitat, las enfermedades. “Otras amenazas son las represas de los ríos que alimentan a marismas y que a su vez afectarán la vegetación y la población de hervíboros. También el cambio climático podría traer graves consecuencias a largo plazo. Si sube el nivel del mar gran parte de marismas se inundará casi todo el año y la fauna será desplazada”.

Núñez Pérez, pionero del monitoreo de jaguar en Jalisco, Michoacán y esta región, insiste en que las represas como la de Las Cruces, que proyecta la Comisión Federal de Electricidad, “causan un desbalance entre aguas dulce y salada, por lo que podría morir el bosque de mangle y perder los felinos su refugio. También en la costa la amenaza de los desarrollos [turísticos] está presente; generalmente conllevan un incremento en la población local y de consumo de recursos, generación de basura, contaminación visual […] desafortunadamente las marismas se están aislando por la deforestación existente en los alrededores; la construcción de carreteras acentúa el efecto”.

El aislamiento, subraya el investigador, puede ser de consecuencias fatales. “Si existen pocas salidas es complicado para los felinos que se dispersen en busca de nuevos territorios. Si a la larga no hay un intercambio con poblaciones de otras regiones se corre el riesgo de perder variabilidad genética”. Y por ese camino llega la decadencia de los individuos y la extinción, como a todos los mamíferos.

¿Por qué sobrevivieron exitosamente el jaguar, y en general, las especies silvestres, en esta región? “De manera natural, moscos, lodos, inundaciones, entre otras características, hacen de las marismas una fortaleza natural e impenetrable para la gente de a pie […] se espera que gracias a la declaratoria de reserva de la biosfera, en cinco a diez años la población de jaguares y de la fauna terrestre en general se incremente”. Pero siempre que los intereses del “desarrollo” no continúen alterando el entorno y presionado a los seres vivos.

Recuentos de lo perdido
Años de devastación no hacen olvidar la portentosa naturaleza que los vigilantes comunitarios de Toromocho vieron en sus años mozos.

Roberto Virgen dice que “nomás había brechas de tierra y se transitaba por los caminos reales, estaba todo lleno de manglar y de monte; las escuelas eran palapas y no había doctores; eran tierras nacionales, todo estaba libre…”.

Toromocho se hizo ejido en 1953. A partir de ese entonces, comenzó una lenta batalla contra la selva, la cual se fue tecnificando. En los años 70, como en otras demarcaciones silvestres de México, los programas desarrollistas metieron grandes máquinas para destruir florestas en cuestión de horas. “Traían unas cadenotas con las máquinas, se ponían una a una a 100 metros y empezaban a jalar. Se llevaron como mil hectáreas aquí en los alrededores”. Y por si faltaran aliados, los huracanes han sido eficientes devastadores del monte. El más poderoso de las últimas décadas es Santa Rosa, en 1992, que arrasó buena parte del humedal. “Desde esos años ya no hemos vistos guacamayas [Ara militaris], pasaban volando en grupos de sur a norte, en octubre, grandes y ruidosas, y desde ese ciclón no regresaron más”, apunta Andrés.

Ni se diga de las tortugas marinas: “Hace como 34 años hubo una matazón fuerte, había una cooperativa apoyada por el gobierno, se llegaron a matar hasta mil tortugas diarias, la carne se congelaba, se aprovechaba todo y la concha se tiraba […] recuerdo que llegaban las lanchas y aventaban afuera 30, 50 tortugas, y había muchas lanchas trabajando; nosotros estábamos chavalos, eran cerros de conchas”, narra Virgen.

Hoy, estos vigilantes comunitarios son un cuerpo de 19 personas que van de los 30 a los 66 años, y protegen al gran tecuani, al cocodrilo de río (Crocodylus acutus), a las tortugas golfinas, a las aves más diversas y a todo el manglar. Su trabajo ha sido reconocido institucionalmente, pues se han liberado animales salvajes desde el centro de vida silvestre que tiene la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en Guadalajara.

“La gente no siempre nos comprendía, pero ahora apoyan. Decían que estábamos locos, que cómo protegíamos a un animal que hacía daño, como es el jaguar. Incluso decían que la Conanp venía a dejar tigres, como si hubiera tantos para aventar”, añade irónico Hugo Valadez.

Hoy, todos los ejidatarios de Toromocho defienden sus animales y expulsan a los cazadores. El señor de la isla ignota sigue rugiendo algunos atardeceres, en medio de un mundo amenazado.

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CLAVES

La vida silvestre entendida desde el grupo comunitario

Los grupos de vigilantes comunitarios es un esquema que ha propiciado la Profepa para apoyarse en los ciudadanos, dueños de los recursos, para evitar daños en la vida silvestre.

En Marismas Nacionales, diversos ejidos y comunidades han implementado esos cuerpos de vigilancia, con suerte diversa; trabajan gratuitamente y no tienen ni armas ni facultades de sancionar.

Además de albergar importante fauna terrestre y ribereña, las marismas son hogar de cientos de miles de aves migratorias, las cuales utilizan la vegetación de los esteros para pasar los inviernos.

El jaguar, el ocelote y el tigrillo son felinos que el gobierno mexicano tiene bajo estatus de “peligro de extinción”, su cacería está prohibida con pena de cárcel y alta multa económica.

La Conanp y la Alianza Jaguar AC han realizado una primera inducción sobre el estado de los jaguares en la zona, determinar si tienen poblaciones estables y hacia dónde migran. Los estudios siguen.

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