miércoles, 29 de diciembre de 2010
Abigail Agredano, la resistencia campesina
PERSONAJE DEL AÑO DE PÚBLICO-MILENIO, entre 12 jaliscienses notables
Guadalajara. Agustín del Castillo. Edición del 26 de diciembre de 2010
Doña María Abigail Agredano Sánchez nació en 1949 en un pueblo que hoy el progreso parece condenar: Temacapulín.
Situado en una meseta que se asoma hacia el río Verde -esa antaño frontera inexpugnable entre Los Altos propiamente dichos, y la agreste Caxcania de indios rebeldes-, y poblado ininterrumpidamente, según los cronistas locales, desde el siglo VI de la era cristiana, fue a partir de los años treinta del siglo XX, pasadas las convulsiones de La Cristiada, un rincón apacible que se hizo famoso por los versos del padre Alfredo R. Plascencia (“El Cristo de Temaca”), festejando ese Señor de las Peñas que todavía atrae a cientos de peregrinos, y por su balneario de aguas termales.
A la sexagenaria le tocaron décadas de paz y olvido, pero todo cambió hace cinco años, cuando los técnicos de la Comisión Nacional del Agua (CNA) y de los estados de Jalisco y Guanajuato determinaron que la megapresa para abastecer a la sedienta León y la demandante Guadala-jara se ubicaría unos kilómetros aguas abajo, entre los paredones del río.
En su primera versión, la cortina no inundaba a Temaca, a condición de instalar diques que los vecinos veían con escepticismo. La segunda versión, propuesta por el gobierno de Emilio González Márquez, hace imposible esa salvedad. Así, una mayoría de lugareños decidieron defenderse y cambiar su destino al de decenas de pueblos que en México han sido inundados por gigantescos embalses, sacrificados al progreso material.
Fue el turno de doña María Abigail. La enérgica mujer encabeza el Comité Salvemos Temacapulín, Acasico y Palmarejo (por los otros dos pueblos que también serían inundados) y ha dado, junto con sus vecinos, luchas en todas las trincheras, recordando que los alteños –Temaca es el borde de la meseta alteña- son indómitos frente al poder.
Hay poco más de 300 habitantes, aunque tuvo dos mil. Cuando nació María Abigaíl, llegaron 30 niños ese año, “ahora difícilmente llega uno”, dice. La falta de oportunidades antes, la presión por la presa hoy, ha expulsado a muchos. De los que quedan, los mayores han enfermado de los nervios o agravado males crónicos. Es una lucha desigual, admite.
La mujer encabeza la resistencia que crece como reguero de pólvora ante muchas obras de ingeniería en México. Resistencia a salir y morir en otras tierras y otros cielos, a ser estadística de inventarios burocráticos, a ser usados y tirados por los intereses urbanos, políticos y económicos. Símbolo del campo, que fue alma nacional y ahora vive su largo y me-lancólico crepúsculo.
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