lunes, 27 de diciembre de 2010
Los damnificados del mar
La apertura de un canal artificial entre el océano y los esteros arruinó a lugareños, lo que mezclado al efecto de la presa Aguamilpa, los ha llevado a perder playas, pesca y tierras de cultivo
Santiago Ixcuintla, Nayarit. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO, edición del 24 de diciembre de 2010. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS
Palmar de Cuautla es una de las comunidades mexicanas que viven en carne propia los nocivos efectos de una fórmula desastrosa: la desmesura de los proyectos humanos en aleación con la furia de una naturaleza activa e inestable.
Desde 1973, en que el gobierno federal y el del estado de Nayarit decidieron la apertura del canal de Cuautla, quedó marcado su destino. “El mar no sólo ha ido recorriendo la playa, como 500 o 700 metros, y se llevó como 30 casas del pueblo, sino que se comió mil hectáreas de cultivo y casi 50 ejidatarios se quedaron sin tierras”, explica el presidente del comisariado ejidal, Samuel González Rojas.
El propósito de la obra de ingeniería, la primera que alteró de forma significativa los flujos hidrológicos en las Marismas Nacionales, aún la mayor extensión de manglares de la costa mexicana del Pacífico, fue abrir una salida al mar para conectarlo con la laguna de Agua Brava, de manera que los ejidos de reciente dotación, enclavados en la parte más alejada de estos vastos pantanos, lindando con tierra firme, se vieran favorecidos con la migración de los bancos de camarón, cosa que sí sucedió.
Pero nadie reparó en los “daños colaterales”: la rendija abierta sirvió al océano para recuperar espacio en su eterna batalla contra los ecosistemas anfibios de la marisma. Menos de 20 años después, la entrada en operación de la hidroeléctrica Aguamilpa, sobre el río Santiago, tuvo efectos acumulativos hasta estas latitudes: la notable aportación de sedimentos de esa corriente pluvial, que ayudaban a mantener a las fuerzas marinas a raya, fue eliminada hasta casi cero. Así, las aguas invasoras parecen haber ganado la batalla.
Para los campesinos del Palmar, la imagen más dramática de este proceso está en el paso del huracán Rosa en 1994.
“La trayectoria del huracán rozó la costa de la entidad a lo largo de unos 75 kilómetros entre las localidades de Palmar de Cuautla al sur y Novillero en el norte […] el mayor efecto se advirtió en este bosque [del Palmar de Cuautla] el cual después del meteoro presentaba un aspecto desolador: aproximadamente 150 hectáreas del bosque manglar ubicado a la orilla del estero fueron derribadas”, dicen Cristina Tovilla Hernández y Edith Orihuela Belmonte en el artículo Impacto del huracán Rosa sobre los bosques de manglar de la costa norte de Nayarit, que apareció en la revista Madera y Bosques, del Instituto de Ecología de Xalapa, en 2004.
Para tener una idea del daño cualitativo, una parcela analizada por las científicas perdió nueve de cada diez árboles. “La defoliación en todos los árboles fue catastrófica; más de 80 por ciento de todas las hojas se perdieron, depositándose en el suelo, llegando a formar una capa de 61 centímetros de espesor…”.
Pero el desastre tuvo efectos más duraderos: “fue en 1992 que el gobierno federal le empezó a poner costales de cemento en la boca, como cuatro toneladas, pero se vino el Rosa, entonces se salió de control y se alanchó [sic] como está ahorita; día con día se ha ido comiendo más, nos golpea en tiempo de lluvias, y nos afecta también como en enero, febrero y marzo”, añade el comisario.
Ya durante el gobierno estatal de Antonio Echavarría (1999-2005) se intentó hacer un dique con piedra que sirviera de contención para que no se invadiera el poblado, pero “el mar ya le dio la vuelta”, repone.
Ahora se ha propuesto la construcción de grandes y profundos espigones, pero el ejidatario lo ve con escepticismo: les han dicho que se requieren 450 millones de pesos de inversión.
“Nosotros los pescadores de aquí no creemos que se necesite tanto dinero para hacer algo que nos pueda ayudar, porque por todos lados nos perjudicó: el camarón ya se nos fue de aquí, no tenemos casi pesca y debemos robar de otros esteros; los ejidos de la parte de adentro, Pescaderos, Pancho Villa, Pimientillo, Laureles, San Miguel, esos sí se beneficiaron porque les llegó el camarón”.
Paradojas de la vida: en San Miguel, el comisariado ejidal, Pedro Pérez Rivera, no tiene problemas con la salinidad, sino con los azolves que provienen de los ríos y que están empezando a ahuyentar crustáceos de regreso al poniente, a las aguas más profundas de este inmenso humedal… ¿naturaleza justiciera en la que todos pierden?
El ejido Palmar de Cuautla tiene en papel 4,300 hectáreas desde 1937, pero mil ya están bajo el agua. En la agricultura viven sólo del temporal, y tienen relictos de palmar que están desapareciendo rápidamente, pues muchos campesinos desmontan para abrirse más espacio para el cultivo de productos que tienen muy bajo precio en el mercado: maíz, frijol, tomate de hoja. “Estamos bien olvidados de Dios, como quien dice…”.
De este modo, no es casualidad que 30 por ciento de quienes han nacido en la zona ahora radique en el estado de California, Estados Unidos, fundamentalmente en San Diego. Esas remesas en dólares, cada día más raquíticas, dan respiración artificial a un poblado agonizante.
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