miércoles, 21 de septiembre de 2016

Nuevo Temaca, un poblado que no terminó de nacer



Abandonado a su suerte con siete familias, el fraccionamiento tienen servicios precarios y arrastra promesas incumplidas.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

Un fraccionamiento californiano o extraído de los suburbios residenciales de Guadalajara no se sospecha en medio de los eriales del río Verde, un mundo remoto, rural y largamente olvidado, hasta que se atravesó el megaproyecto de El Zapotillo.

Pero eso es justamente el Nuevo Temaca, un extraño conjunto de edificaciones montado sobre una áspera meseta: el ingreso, al traspasar la malla ciclónica celosamente vigilada por un gendarme adusto pero amable, es por una ancha calzada de jardineras centrales y pavimento de mampostería, que parece el póstumo homenaje al ‘gótico estalinista’ versión ‘precolombino recargado’; luego, asoman algunas decenas de casas blancas con cristales transparentes que lucirían sólidas, si no se estremecieran a cada momento con el ulular de los vientos, inclemencia que ya ha esquebrajado las novísimas cubiertas de los muros, con tiras de pintura barata y nerviosas rasgaduras en el manto alguna vez blanco

Los aún numerosos lotes baldíos han sido nuevamente colonizados por las hierbas; los maizales crecen ávidos a las orillas de las fincas precariamente habitadas. Gallinas, pollos, algún cerdo desbalagado, canarios y pericos estentóreos, revelan la impronta de los escasos colonos –antiguos residentes de Palmarejo y Acasico-, que tratan de domesticar, de hacer suyo, un mundo que les sigue siendo ajeno: han crecido entre muros de adobe, tejas ruinosas, piedras, polvo, alacranes, frondas generosas de mezquites y zalates, y el constante discurrir de las aguas sempiternas del río color verde opalino.

“Son casas de primera, para vivir mucho mejor”, les dijo un funcionario de la Comisión Estatal del Agua (CEA), cuando se animaron a llegar los primeros. Con eso de que la vida en el rancho es no sólo incómoda, sino antihigiénica. José Inés Zaldívar, quien tenía un pie de casa en Palmarejo, entregó sus escrituras y llegó ilusionado, pues con una discapacidad que le impide caminar, pensó que tendría un destino digno para su familia. Pero a cinco kilómetros queda la escuela, en la cabecera, la carretera recién terminada está llena de hoyancos y si no tienes carro estás perdido.

“No nos cumplieron; prometieron ponernos las puertas [de madera] y nunca regresaron, y estas no resisten; prometieron darnos pintura para resanar las bardas y usted ve como se cae la pintura a pedazos”, señala amargo. El agua les llega en pipas, la luz es precaria aunque tiene una moderna infraestructura de conducción, pero las luminarias jamás funcionan.

Ironías de la historia: mientras el viejo Temacapulín, el de las casa de adobe, el de los amplios zaguanes, el de las puertas de madera y el de las arcadas de cantera, se aferra a la existencia aunque –para decirlo con licencia poética- se le apunte con una pistola, el Nuevo Temaca, el de los vastos presupuestos y las licencias gubernamentales, ni siquiera ha nacido. Talicoyunque, comprado por el gobierno de Jalisco para mudar el poblado colonial, ha sido abandonado con sus siete casas habitadas, expuesto a los elementos y amenazado con un largo olvido, como es común en la historia de estos pueblos remotos.

SRN

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