domingo, 29 de agosto de 2010

Utopías, ensueños, amenazas


Actores públicos y privados se disputan el futuro de la selva zoque. Megaproyectos y conservación buscan coexistir en torno a los Chimalapa

Santa María Chimalapas, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS. Edición del 28 de agosto de 2010

"Era alemán, "le decían Coleman; cuando llegó yo me emocioné de lo que nos dijo: que nos iba a dar asesoría técnica para que ya no desmontáramos", recuerda don Valentín Vélez, un guerrerense afincado en la selva de Chimalapas desde 1965.

"Llegó allá por 1983, dijo que nos iba a abrir mercado si nosotros sembrábamos maíz o café; que ese café iba a valer más, pero que ya no siguiéramos tumbando la selva; yo lo llevaba en la lancha, porque vino en época de lluvias […] el interés de él era instalar una papelera en Chimas [Santa María Chimalapas], pero los chimas no quisieron, desconfiaron y le dijeron que no…".

Años después, tal vez 1989, bajó en helicóptero un tal señor Ibáñez, cuyo acento y facha era de un europeo rubicundo y extrovertido, "me dijo que era holandés".

También habló de detener la deforestación. "Pidió que no tumbaran la selva, que él nos quería ayudar para ya no desmontar […] ese señor le dio a las autoridades de la comunidad dos motores de lancha, de 48 caballos; yo les llevé por orden de él, catorce lámparas de gas y catorce lámparas de gasolina; también doce motosierras […]".

El neerlandés de apellido castellano quería asociarse a los indígenas, y montar una fábrica.

Pero nuevamente, los comuneros se negaron a la sociedad, señala el campesino. "Yo transporté por el río al gerente, les quería poner un banco allá a los chimalapas, y no aceptaron ellos…".

No son pocos los extranjeros que han querido colonizar la vastedad zoque en los últimos 200 años, topándose con los usos y costumbres y la formidable frontera de verdor.

Primero con proyectos abiertamente extractivos, después con una mentalidad más "sustentable", sin faltar a últimas fechas los quietos contempladores de la naturaleza, que desean un paraíso intocado.

Estas anécdotas, ya barnizadas por la leyenda, que refiere don Valentín una tarde a la orilla del río Vista Hermosa, revelan el poderoso influjo que lo selvático tiene sobre la imaginación occidental: residencia de la abundancia, de horrores magníficos, de lo primordial no alterado, de la redención de las enfermedades de la civilización, de los buenos salvajes.

Pero Chimalapas también es tierra de conquistadores mestizos, que en las últimas décadas tienen el patrocinio de un gobierno central poderoso.

Presa, autopista, agua, alimentos, madera, energía, son seis palabras que sintetizan lo que los grandes proyectos gubernamentales han buscado detonar en las montañas zoques, aun después del fracaso ambiental de Uxpanapa, la vertiente veracruzana del istmo. No podía estar la región al margen de los delirios desarrollistas, pues representaba un gran potencial, una ventaja geopolítica y un gran negocio que el país debía explotar en su provecho, antes de que se le adelantaran los aventureros cosmopolitas o la codicia de las grandes potencias.

Por eso, pese al fracaso de la revolución verde en Uxpanapa, el gobierno federal insistió en los años 80 en aprovechar los potenciales hidráulicos a favor de la agricultura, ante la evidente abundancia: hay zonas de la selva donde llueven tres mil milímetros al año. O más (en Torreón la precipitación anual es de 200 mm; en Guadalajara, de 850 mm). Y se concibió una gran presa que inundaría algunos miles de hectáreas de la floresta, pero permitiría, con acueductos faraónicos, llevar el agua al sur, a la región de Juchitán, trasponiendo cuencas, y crear el emporio productivo que los tecnócratas echeverristas no supieron lograr en el norte.

"No sé si conozca un lugar que se llama arroyo Morgan -sigue don Valentín-; ahí estaba ya el proyecto […] me buscó el ingeniero a mí que porque querían hacer un estudio; estuve como seis meses trabajando ahí, y ellos brecharon diez hectáreas, hablaban de una cortina de cien metros […] por la selva sólo se podía andar en el río, a mí me tocó llevar por ahí los conjuntos musicales, cuando se hacían fiestas con los ingenieros, era el único que tenía lancha para llevarlos".

Nuevamente, las esperanzas se cancelaron. "Yo le pedí trabajo al ingeniero para cuando la construyeran, me dijo que iban a durar doce años en los estudios, pero ya pasaron más… yo creo que ya no la van a hacer".

Poco después, la ambición fue una gran autopista para comunicar a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, con la ciudad de México a través del golfo.

Pero el naciente ecologismo y el nuevo indigenismo autonomista obligaron a mover el trazo. Sin embargo, los corredores con Veracruz y Chiapas están ya casi cortado por otras carreteras menores y por la gran presa Malpaso, enclavada a un costado de la reserva de la biosfera El Ocote.

Hoy, lo que tiene un empuje espectacular es el gran proyecto eólico de La Ventosa, al sur de las montañas, que cuenta con anuencia gubernamental pero capital privado, y que tiene 500 generadores, contra casi cinco mil que se establecerán, según el delegado en Oaxaca de la Secretaría de Medio Ambiente, Esteban Ortiz Rodea. Es la zona más promisoria del país para electricidad eólica.

Hay también la tentativa de crear un mercado de servicios ambientales, sobre todo con el agua, a pagar por la poderosa industria de Coatzacoalcos, en lo que se empeña la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas en la zona, afirma su representante, Carlos Solano Solano.

Así, bullen propuestas para la mayor selva tropical del hemisferio norte del planeta, muda testigo de destrucciones centenarias.

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