lunes, 9 de agosto de 2010

La historia de un colono


PÚBLICO EN PRIVADO. Agustín Ángeles Fernández. Campesino del ejido Carolino Herrera. Foto: Marco A. Vargas

Uxpanapa, Veracruz. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO

Este poblano de nacimiento vive en lo que alguna vez fue la selva húmeda más vasta de México, en el istmo de Tehuantepec –zona Olmeca de Veracruz–. Fue fruto de su larga búsqueda de tierra, desde los valles templados de Chicontepec, Puebla, donde nació, pasando por la feracidad tropical de Palma Sola, muy cerca de Poza Rica, donde residió antes de dar el gran paso.

Este 2010 cumple 82 años. Tenía casi 43 cuando divisó por primera vez las extensas llanuras pobladas de árboles gigantes de Uxpanapa: un mandato presidencial estaba a punto de generar una drástica transformación del paisaje y los recursos.

“Yo me vine en 1971, el dos de febrero, para conocer, pues nos dijeron que había tierras que el gobierno iba a repartir […] me vine después de otras personas que nos dijeron que se habían muerto porque se volteó una lancha en el río a la venida, y que fueron a dar hasta el mar. Pero no fue cierto, acá estaban todos. Un señor que se llama Facundo se trajo a muchos, pero la mayoría se regresó, no les gustó porque había muchos zancudos…”.

De hecho, tampoco había trabajo, y don Agustín, cuando empezó a pasar hambres, retornó a Palma Sola. También recuerda la fecha: 4 de abril de 1971. “Cuando llegué estaban enfermos dos hijos, entonces ya no me vine pronto, tuve que quedarme y todo el dinerito que tenía me lo gasté para que se aliviaran, tuve que vender la milpa, demoré cuatro años”. De salida, su patrón lo quiso retener; tenía un sueldo decoroso, buen trato, espacio y amigos para sus hijos. “Usted qué sabe si allá va a encontrar buenas gentes”, le espetó. Pero él estaba decidido a obtener su pedazo de tierra. Le prometió regresar si fracasaba. Ya han pasado casi 35 años.

En 1975 viajó con toda la familia. Ya existía la comunidad Carolino Anaya o “Poblado Dos”, según la ordenación territorial que hicieron los expertos planificadores del gobierno echeverrista. Todavía hoy, una calle lo separa del poblado Uno, la cabeza de playa de esta ambiciosa colonización.

Apenas empezaba el cambio. Llegó exactamente el 27 de octubre. “Estaba casi igual que cuando llegué en 1971, pero ya estaba el poblado, y pensé que ya no me iba a tocar tierra, pero vino un señor licenciado –ya ni recuerdo su nombre–, y nos ayudó como avecindados, porque se salieron algunos del grupo del ejido”.

Seguía todo el derredor “lleno de monte”, pero “estos compañeros los fueron tumbando de a poquito, conforme lo iban sembrando”. Más hacia el oriente, hacia la Laguna, donde hoy se ubica la cabecera municipal, llegaron máquinas para acelerar los desmontes, pues el gobierno reubicó a miles de chinantecos para edificar la presa Cerro de Oro, en Oaxaca.

La radical transformación hizo que miles arribaran a vivir a un entorno difícil. Hoy están relativamente bien comunicados por una carretera pavimentada, por fin cuentan con muchos servicios básicos, pero el sueño de una agricultura tecnificada y de copiosas cosechas no se realizó. “La mayoría vive de su ganadito, y la falta de árboles nos da calor y hace que llueva menos”, explica el viejo mientras se sacude un insecto de su vestimenta de manta y se acomoda el sombrero de palma. Luego sigue por las calles aún de tierra del poblado Dos.

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