Tala ilegal se lava con negocios ganaderos que aumentan devastación de Chiamlapas, advierten expertos. Los comuneros más viejos acusan a la “avaricia” que introdujo el mercado como el resorte que va reduciendo las selvas de forma inexorable
Santa María Chimalapas, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS. Edición del 21 de agosto de 2010
La sed de madera preciosa desangró en el pasado las grandes selvas del istmo. Hoy permanece como el motor que además de fabricar dinero fácil, rompe la cohesión comunitaria y arrasa ecosistemas.
“Todo mundo tumba árboles y destruye; la gente se dedica a la pesca, a la cacería, al corte de palos, pero no nada más para su consumo; buscan el negocio, el dinero, vivir de otro modo”, se queja amargamente don Cirilo Hernández Zárate, viejo comunero zoque.
“No se conforman con la milpa, el maíz, el frijol y los camotes, como los de antes […] lo que reina es pura avaricia”, añade con voz firme; y aunque tras esa denuncia habría que esperar la mirada encendida de un indignado Savoranola, lo que se asoma por sus ojos sugiere templanza, decepción y hastío.
Tarde de calor y sol, con el humo de un incendio forestal que invade la cabecera comunal y nubes dispersas. Don Cirilo nació en 1934 y ha visto muchos cambios en su mundo. Antes llovía más meses, veían animales salvajes, los árboles eran gigantes y el sol no alcanzaba el piso.
Pero del autoconsumo propiciado por el aislamiento se pasó a los negocios y la dependencia. Los grandes recursos de caoba y cedro desaparecieron casi completamente, primero bajo las hachas, luego aceleradamente, con las motosierras. La vasta selva ha sido invadida en todos sus linderos. La depredación es regla. El anciano calcula que 30 por ciento de los comuneros, de todas las procedencias, están agotando los recursos más valiosos, y peor aún: sólo se hacen ricos sus compradores, todos fuereños.
Recuerda su infancia y juventud. “Esta montaña no tenía casi gente, nadie quemaba y tampoco hacía falta salir de la sierra para vivir […] se vivía con lo que se tenía”. Sin embargo, ya en el temprano 1940 data el arribo de un maderero, Jesús Silva. “Me platicaba mi abuelo, Amador, que le daban permiso por 30 o 50 pesos las autoridades de la comunidad, y sacaba la madera por Acayucan, hacia Veracruz, y era pura madera fina, cedro o caoba, porque el roble no lo tocaban…”.
Con los años fue peor. Los comuneros aprendieron a apreciar el “oro verde” y otros bienes anhelados por la sociedad de consumo. Se consolidó la cultura extractiva, totalmente descontrolada.
“No es una historia de aprovechamiento, sino de sobreexplotación […] en Santa María eso pasó tanto con empresas privadas como de parte de los mismos comuneros; estos han extraído tablones aserrados con motosierra, básicamente de manera ilegal; es una situación que se viene dando de más de 30 años, pero de forma drástica los últimos seis u ocho años; se ha logrado bajar probablemente a 10 o 15 por ciento de lo que había, en buena medida porque los pocos cedros y caobas que les quedan están ya muy retirados, a tres o cuatro días de camino, y no les es rentable”, explica el delegado de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Esteban Ortiz Rodea.
El funcionario subraya que esto ha permitido ir generando una conciencia de la necesidad de cuidar el recurso para poder vivir de él, y por eso se deben buscar empresas comunitarias que den empleos, que permitan la formación de sus técnicos y que eso derive en que las propias comunidades manejen sus recursos, lo que concilia el proyecto autonomista zoque con el desarrollo sostenible.
El documento del programa de manejo forestal que está actualmente en proceso de aprobación por la Semarnat, con base en el cual se pretende aprovechar el paraje conocido como arroyo Pato, destaca sin cortapisas los problemas de las costumbre contemporáneas de los propios zoques.
“El principal problema radica en el hecho de que la economía de Chimalapa [sic] se sustenta en la tala y el comercio ilegal de madera tropical […] la necesidad de los comuneros de resolver sus problemas de desarrollo familiar se traduce en un proceso de destrucción forestal, por el libre acceso individual a la explotación selectiva de especies comerciales, lo que a corto y mediano plazo descapitaliza las zonas arboladas en las orillas de los centros de población y orillas de los ríos. Una superficie que no tiene arbolado de interés se vuelve terreno propicio para la milpa y establecimiento de potreros. Paradójicamente, los recursos para la compra de ganado provienen de la propia venta de madera. Esto significa que la explotación forestal está subsidiando el desarrollo ganadero”.
Y así, continúa: “la venta de madera es un negocio ilegal; por tanto, no conviene a los comuneros invertir en la industria forestal […] las ganancias de la tala clandestina se invierten en ganadería extensiva, que se ve fortalecida por el Progan [un estímulo que da la Secretaría de Agricultura]; en 2006, los ganaderos recibían un subsidio de 300 pesos por cada vaquilla o vientre reportado”.
Y si se agrega que la asamblea comunal no debe aprobar los proyectos ganaderos, la apropiación del territorio es con base en el número de reses de que se disponga.“En resumen, las condiciones institucionales favorecen un cambio de economía forestal a economía ganadera en Los Chimalapas; esto significa un proceso lento pero seguro de destrucción de la selva…”.
En Santa María se habla de unas 20 familias que controlan la salida de maderas preciosas y semipreciosas y sacan la mercancía a los valles contiguos. En toda casa que se respete hay una motosierra. El humo de incendios por la ganaderización domina sobre los vapores primordiales de la lluvia. Y es así como envejecen una selva y sus hombres.
Santa María Chimalapas, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS. Edición del 21 de agosto de 2010
La sed de madera preciosa desangró en el pasado las grandes selvas del istmo. Hoy permanece como el motor que además de fabricar dinero fácil, rompe la cohesión comunitaria y arrasa ecosistemas.
“Todo mundo tumba árboles y destruye; la gente se dedica a la pesca, a la cacería, al corte de palos, pero no nada más para su consumo; buscan el negocio, el dinero, vivir de otro modo”, se queja amargamente don Cirilo Hernández Zárate, viejo comunero zoque.
“No se conforman con la milpa, el maíz, el frijol y los camotes, como los de antes […] lo que reina es pura avaricia”, añade con voz firme; y aunque tras esa denuncia habría que esperar la mirada encendida de un indignado Savoranola, lo que se asoma por sus ojos sugiere templanza, decepción y hastío.
Tarde de calor y sol, con el humo de un incendio forestal que invade la cabecera comunal y nubes dispersas. Don Cirilo nació en 1934 y ha visto muchos cambios en su mundo. Antes llovía más meses, veían animales salvajes, los árboles eran gigantes y el sol no alcanzaba el piso.
Pero del autoconsumo propiciado por el aislamiento se pasó a los negocios y la dependencia. Los grandes recursos de caoba y cedro desaparecieron casi completamente, primero bajo las hachas, luego aceleradamente, con las motosierras. La vasta selva ha sido invadida en todos sus linderos. La depredación es regla. El anciano calcula que 30 por ciento de los comuneros, de todas las procedencias, están agotando los recursos más valiosos, y peor aún: sólo se hacen ricos sus compradores, todos fuereños.
Recuerda su infancia y juventud. “Esta montaña no tenía casi gente, nadie quemaba y tampoco hacía falta salir de la sierra para vivir […] se vivía con lo que se tenía”. Sin embargo, ya en el temprano 1940 data el arribo de un maderero, Jesús Silva. “Me platicaba mi abuelo, Amador, que le daban permiso por 30 o 50 pesos las autoridades de la comunidad, y sacaba la madera por Acayucan, hacia Veracruz, y era pura madera fina, cedro o caoba, porque el roble no lo tocaban…”.
Con los años fue peor. Los comuneros aprendieron a apreciar el “oro verde” y otros bienes anhelados por la sociedad de consumo. Se consolidó la cultura extractiva, totalmente descontrolada.
“No es una historia de aprovechamiento, sino de sobreexplotación […] en Santa María eso pasó tanto con empresas privadas como de parte de los mismos comuneros; estos han extraído tablones aserrados con motosierra, básicamente de manera ilegal; es una situación que se viene dando de más de 30 años, pero de forma drástica los últimos seis u ocho años; se ha logrado bajar probablemente a 10 o 15 por ciento de lo que había, en buena medida porque los pocos cedros y caobas que les quedan están ya muy retirados, a tres o cuatro días de camino, y no les es rentable”, explica el delegado de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Esteban Ortiz Rodea.
El funcionario subraya que esto ha permitido ir generando una conciencia de la necesidad de cuidar el recurso para poder vivir de él, y por eso se deben buscar empresas comunitarias que den empleos, que permitan la formación de sus técnicos y que eso derive en que las propias comunidades manejen sus recursos, lo que concilia el proyecto autonomista zoque con el desarrollo sostenible.
El documento del programa de manejo forestal que está actualmente en proceso de aprobación por la Semarnat, con base en el cual se pretende aprovechar el paraje conocido como arroyo Pato, destaca sin cortapisas los problemas de las costumbre contemporáneas de los propios zoques.
“El principal problema radica en el hecho de que la economía de Chimalapa [sic] se sustenta en la tala y el comercio ilegal de madera tropical […] la necesidad de los comuneros de resolver sus problemas de desarrollo familiar se traduce en un proceso de destrucción forestal, por el libre acceso individual a la explotación selectiva de especies comerciales, lo que a corto y mediano plazo descapitaliza las zonas arboladas en las orillas de los centros de población y orillas de los ríos. Una superficie que no tiene arbolado de interés se vuelve terreno propicio para la milpa y establecimiento de potreros. Paradójicamente, los recursos para la compra de ganado provienen de la propia venta de madera. Esto significa que la explotación forestal está subsidiando el desarrollo ganadero”.
Y así, continúa: “la venta de madera es un negocio ilegal; por tanto, no conviene a los comuneros invertir en la industria forestal […] las ganancias de la tala clandestina se invierten en ganadería extensiva, que se ve fortalecida por el Progan [un estímulo que da la Secretaría de Agricultura]; en 2006, los ganaderos recibían un subsidio de 300 pesos por cada vaquilla o vientre reportado”.
Y si se agrega que la asamblea comunal no debe aprobar los proyectos ganaderos, la apropiación del territorio es con base en el número de reses de que se disponga.“En resumen, las condiciones institucionales favorecen un cambio de economía forestal a economía ganadera en Los Chimalapas; esto significa un proceso lento pero seguro de destrucción de la selva…”.
En Santa María se habla de unas 20 familias que controlan la salida de maderas preciosas y semipreciosas y sacan la mercancía a los valles contiguos. En toda casa que se respete hay una motosierra. El humo de incendios por la ganaderización domina sobre los vapores primordiales de la lluvia. Y es así como envejecen una selva y sus hombres.
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