La actividad del gigante ígneo de los límites de Jalisco y Colima disminuye, pero podría cambiar.
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO.
Como sucedió el 20 de enero de 1913, hace menos de una semana, el día se hizo noche… pero no fue el juicio final, aunque el volcán tronó con tal estrépito “que parecía como si estuviéramos oyendo las olas del mar”, señala Cristian Ramón Pérez, delegado de San José del Carmen, en su intento por describir la sorprendente jornada del pasado sábado 11 de julio, cuando el coloso de Fuego despertó –esta vez, en serio-, tras un sueño centenario, y estremeció algunas conciencias religiosas, tránsfugas de un mundo en vías de desaparecer.
“Nos dio mucho miedo, fue un acabose, como si se nos viniera el fin del mundo”, dice una tendera de Comala mientras fríe sabrosas viandas en su cazo -fuego, para qué os quiero-. Aun las conciencias secularizadas, la silenciosa mayoría, creen que podría avecinarse una pesadilla, tal vez sin la parafernalia de diablos y trinches, sin premios ni castigos; solo la fría indiferencia de una naturaleza no volitiva, y paradójicamente, muy candente.
Toneladas de cenizas salieron de la enorme chimenea, hasta acumular quince pulgadas en los ranchos más cercanos, como el Borbollón, como La Mariana, como El Tecuán. José Luis Sandoval Chávez, uno de los 180 jaliscienses desplazados de estas orillas del municipio de Zapotitlán, tiene su relato.
“… te asusta porque ves algo que no habías visto […] la caída de ceniza fue exagerada, me decía un hermano que en un metro cuadrado juntó 15 kilos, ese es el espesor, y que las láminas de asbesto quedaron parejas, los tejabanes fueron destruidos, se cayó la lámina -se dobló-, los árboles están caídos, con las ramas dobladas, por el peso de las cenizas, y se ve muy feo”, refiere meticuloso. Tiene 50 años de edad y es de la zona. Es su primera vez. “Había hecho explosiones fuertes, pero no una caída de ceniza así de tupida”, insiste.
- ¿Qué dicen sus papás o sus abuelos del evento de 1913?
- A mis papás no les tocó lo de 1913; pero unas tías decían que en ese tiempo hasta lava corrió por el río en que colindan Colima y Jalisco, que ahí se veía la lumbre, y a mi mamá lo único que le preocupa es que estemos allá en la rancho, El Borbollón, muy en cortito, sobre todo por las noches. Nos quiere aquí en San José.
En 1913, Zapotitlán era uno de los rincones más remotos de México. Decenas de personas se atemorizaron y los templos y capillas se llenaron de fieles. El fin del mundo, el Apocalipsis, el pago de cuentas para vidas insuficientemente piadosas; el fenómeno alcanzó regiones más populosas, como Zapotlán el Grande. Juan José Arreola lo rescató del olvido:
“…nos cubrió de cenizas y los viejos recuerdan con pavor esta leve experiencia pompeyana: Se hizo la noche en pleno día y todos creyeron en el Juicio Final”.
El vate también es juicioso, como don José Luis, cuando agrega: “Para no ir más lejos, el año pasado estuvimos asustados con brotes de lava, rugidos y fumarolas. Atraídos por el fenómeno, los geólogos vinieron a saludarnos, nos tomaron la temperatura y el pulso, les invitamos una copa de ponche de granada y nos tranquilizaron en plan científico: Esta bomba que tenemos bajo la almohada puede estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los próximos diez mil años” [De memoria y olvido, Juan José Arreola].
Y eso es justamente lo que hoy dicen los expertos a los lugareños, menos rústicos que sus abuelos en temas de ciencia y naturaleza: “Debemos estar preparados para una eventual fase III, ahora andamos en la fase II, pero no podemos saber si esto ya pasó o sólo es antesala de algo más fuerte cuyo radio de afectación pueda ser mayor”, sostiene el presidente municipal, José María Velasco de la Cruz. La cabecera municipal, que apenas fue comunicada por carretera pavimentada hace quince años, luce llena de cenizas. Los trabajadores municipales se afanan en lavar la plaza porque se acercan las fiestas de María Magdalena –¡oh de nombres y símbolos de la humana, naturaleza caída!- y cientos de moradores de las comunidades aledañas se apiñarán en torno al atrio de la iglesia, y entre ceremonias piadosas se entregarán a ritos profanos, en espera de no agraviar a una deidad recelosa…
También ocupan las calles camiones robustos con soldados que patrullarán veredas que conducen a la montaña: Huitzometl, El Tecuán, El Borbollón; o pegadas al río Armería, como Mazatán o San José. Los operadores de las unidades de protección civil tratan de convencer al puñado de lugareños que se niegan a dejar sus bienes y su ganado en la vecindad con el volcán, pero se cuelan curiosos, que esta noche observarán con arrobo las ráfagas de fuego del inframundo que se precipitan por las enormes laderas de la montaña cónica, un prodigio que cada vez menos remite a la idea del tormento eterno de los abuelos que reposan -¿será?- en la soledad de los camposantos.
“Nadie se va por esto, es parte de nuestra vida”, advierte el delegado Cristian al salir de una inspección por las barrancas del Borbollón, preocupado por “daños colaterales”: La destrucción y contaminación del manantial y la línea de dotación del agua potable. El verdadero demonio expulsor es la pobreza, que ha hecho que cientos, como él mismo, migren a lugares tan lejanos como Los Ángeles. “Hay más gente del pueblo allá que acá”, asegura, mientras la noche cae y el espectáculo de luces y fuego de la montaña que dormía se ha echado a andar…
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Claves
Frente a frente, 1913 y 2015
El Volcán de Colima “es un aparato de características geodinámicas de grandes zonas de subducción, es decir, es un volcán que emite lavas de tipo andesítico, con una alta viscosidad, la cual tiende a formar un domo que obstruye el cráter, permitiendo acumular altas presiones de gas, el gas se expande de manera explosiva arrastrando consigo grandes cantidades de ceniza y lava en forma de nubes ardientes y caída de piroclástos hacia los valles y el pie de monte del volcán; el impacto de estos productos es tal que podían destruir toda actividad ya sea urbana o económica de manera temporal o permanente”
En la erupción de 1913, “los medios informativos de la época (periódicos) y algunas personas entrevistadas no reportaron pérdidas económicas, por lo que consideramos que éstas fueron mínimas y que se debieron fundamentalmente a que la mayor parte de la población y las actividades productivas se desarrollaban en las haciendas. Esta situación de principios de siglo ha ido modificándose paulatinamente con el transcurso de los años, hasta tener en el presente una amplia distribución poblacional y una alta dinámica actividad económica”
En 1913, “la población de la zona de riesgo era de aproximadamente 108,000 habitantes (Dirección General de Estadística, 1913), que representa el 25.22 por ciento de la población actual con posibilidades de ser afectadas por una actividad explosiva; así como, la actividad económica, se centraba principalmente en las haciendas como las de San Marcos, Huescalapa, La Purísima, el Jazmín y otras”
Hoy, la población susceptible a ser afectada, directa o indirectamente por una posible actividad explosiva del Volcán de Colima, está distribuida en los municipios de Tuxpan, Zapoltitic, Ciudad Guzmán, Colima, Villa de Álvarez, Cuahutémoc, Comala, Coquimatlán, Ixtlahuacán, Armería y Tecomán”.
La actual diversificación económica de la zona “se apoya en una amplia infraestructura, -principalmente carretera y portuaria- la cual ha permitido en los últimos 10 años el desarrollo de la región, estas particularidades regionales han incrementado considerablemente el riesgo volcánico que presenta el Volcán de Colima con respecto al escenario pre-eruptivo de 1913 en toda su zona de influencia”
Fuente: Análisis y mapa de riesgo del volcán de Colima, Carlos Suárez Plascencia y Gustavo Saavedra De La Cruz, Centro de investigación de la Facultad de Geografía, UdeG
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