domingo, 23 de mayo de 2010

Ganaderos, jaguares y apoyos que no llegan




En la Costa Norte de Jalisco, felinos muertos por atacar ganado: en la época de secas, es común la muerte de becerros atribuida al “tigre” y el consecuente “control de daños” a cargo de cazadores clandestinos. Ismael García, en la foto, trata de frenar la cacería ilegal

El Refugio de Suchitlán, Cabo Corrientes. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO

Todos lo llaman Nacho, pero no dan más señas de dónde ni con quién buscarlo; trabajó de peón con el famoso cazador de jaguares y señor de la costa de Jalisco en los años setenta y ochenta del siglo XX, Álvaro Zuno Arce, en la comunidad indígena de Chacala, y no había manera de perder: guías nativos, perros, vehículos 4x4 y rifles de alto poder, además de adrenalina e impunidad, en persecución del legendario tecuani.

Desde entonces, no se ven muchos “tigres” por allá, pero, si un ganadero de la comunidad vecina, El Refugio de Suchitlán, tiene problemas con una pantera que ande matando sus vacas… hay que llamar a Nacho.

Los tiempos han cambiado. La Panthera onca está hoy oficialmente “en peligro de extinción” y es un delito perseguirla. En las más de 22 mil hectáreas de El Refugio, el tecuani (“fiera” en náhuatl) cobra de forma periódica la vida de becerros en los amplios potreros, que en realidad forman parte de una selva subcaducifolia que ha sobrevivido a muchos decenios de colonización intensiva.

Algunos dicen que ese comportamiento se debe a la fuerte presión que ejerce el hombre sobre los animales silvestres, entre ellos el venado cola blanca y el pecarí, presas favoritas del mayor felino americano, lo que lo obliga a depredar ganado. Otros aseguran que se acostumbra a presas fáciles, no adaptadas a la competencia despiadada de la jungla, sobre todo cuando el cazador es un macho viejo o una hembra recién parida y débil.

Lo cierto es que, en estos pueblos de origen nahua, los meses secos suelen llenarse de anécdotas de ganaderos infortunados o molestos de tener que subsidiar con su patrimonio la alimentación del gran felino.

Hace menos de un mes, le pasó a un comunero en la zona de El Aguacate. Rescató a su becerro, pero murió después por las heridas. Al menos otras tres piezas de la misma área han sido ultimadas esta temporada por jaguares. “Necesitan documentar bien los casos, porque se pide comprobación para que el gobierno esté dispuesto a pagar los becerros”, señala don Refugio Hernández.

Amanece en la cabecera de Suchitlán. Ismael García Joya, vigilante comunitario de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), reconoce que el trabajo se le multiplica: debe disuadir a los ganaderos de matar “tigres” y debe enfrentar otros dolores de cabeza de la comunidad: la tala ilegal de maderas preciosas y la extracción de aves de sus diversas zonas de crianza, también prohibida por la ley.

“Protegemos toda la vida silvestre: ya no pueden cazar ni siquiera guacamayas ni pericos. Antes venían y ponían redes y se llevaban pericos y lo que querían, y la gente de aquí no les decía nada, pero esto se puso más estricto, más penado, como de seis años para acá, y se nota que ha servido: ya ve uno volando parvadas de guacamayas […] Todavía tratan de entrar los pajareros por Aquiles Serdán, pero se les detiene al entrar a la comunidad. El año pasado me quisieron convencer, que traían permisos y todo eso, pero les dije que no y se dieron la vuelta”, subraya el campesino, que ostenta además el cargo de regidor.

También ha atrapado cargamentos de madera, pero, por complicidades internas, un talador clandestino fue liberado casi en sus narices, lo que decepcionó a sus compañeros del cuerpo de vigilantes comunitarios. Cuando comenzó Ismael, eran seis integrantes. Pero ahora lo han dejado solo, y no se amilana: se toma muy en serio su trabajo y ha logrado infundir respeto en sus vecinos.

De cazadores de “tigre” no se sabe mucho. Si algún dueño contrata a Nacho o a otro especialista para “controlar” su problema ganadero, todo se da con sigilo y nadie presume la piel moteada, como en el pasado. Hay también problemas con pumas y coyotes, pero no tienen el valor de trofeo de un jaguar, aunque pueden ser muy “dañeros”, según don Refugio.

De la cabecera comunal, un pintoresco poblado de palmeras, empedrados bien hechos y casas de adobe, se sigue al poniente hacia La Sauceda, y luego se desciende por una buena terracería entre la jungla, y se llega al mar, a Punta Corrales, la “esquina” que Jalisco hace entre la bahía de Banderas y el océano Pacífico.

Allí, tierra adentro, hay casos recientes de ataques de jaguar. Don Mariano Joya León, su hijo Laureano y su vecino Miguel Hernández ya perdieron cinco animales en lo que va del año. Una hembra de 22 días de nacida y unos 40 kilogramos fue devorada hace pocas semanas en un paraje de selva cercano a un estero que da a la playa de Chimo.

Don Mariano sube todos los días desde Corrales por una empinada montaña y luego vuelve a bajar hacia sus potreros, pegados a un arroyo. Son corredor biológico de la pantera, lo sabe no de oídas; tiene 40 años habitando aquí.

“Pos no hay un año en que no nos maten algún becerro; nunca ha habido escasez de tigre, siempre hay tigre, y creo que león también que ataca al ganado […] por allá arriba hay unas cuevas muy feas y dicen que allí viven […] antes no estaba prohibido cazarlos, pero andaba uno con miedo porque son animales fuertes; sacaba uno la piel de aquí, los mataba, y ahora ya la gente se cuida, pero hay algunos que todavía matan: hace como tres meses mataron una hembra aquí cerca…”.

—¿El gobierno no ha hecho nada para resolverles el problema? Prometieron una especie de seguro para pagarles los becerros atacados.

—Pos sí, pero nomás dicen […] Yo, como en quince días voy a tener otro par de becerros, pero ya me los voy a llevar lejos de aquí, porque me los mata […] dicen que anda una tigra recién parida, que anda con un tigrito y necesita carne para alimentar a su cría.

Así, hay para los ganaderos de El Refugio de Suchitlán angustia por doble vía: la merma del patrimonio familiar ante un jaguar “empicado” con ganado, y la posibilidad de perderlo todo si fueran enjuiciados por matarlo. El monto máximo de sanción económica que establece por ello el artículo 127 de la Ley General de Vida Silvestre es de 50 mil salarios mínimos (57.46 pesos en la zona A, en 2010); esto es, dos millones 873 mil pesos. Un becerro de 200 a 300 kilogramos, con un valor comercial de 17 a 19 pesos por kilogramo, alcanza hasta 5,700 pesos. Así, un “tigre” vale lo que 504 becerros de 300 kilogramos. Ni todos los que existen en la comunidad. En caso de reincidencia, el monto puede ser del doble.

En la elaboración de los censos de jaguar que actualmente se levantan en la región Costa Norte de Jalisco, la buena noticia es que hay lugares como El Refugio de Suchitlán, donde la especie aún abunda, y que el jaguar ha resultado admirable en su adaptación a la fuerte presencia humana. La mala es que la promesa del gobierno federal (Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación), de reparación del daño a los ganaderos que pierden reses en las garras del depredador, no ha aterrizado. Y no falta quien prefiera “cortar por lo sano”… y buscar al famoso y eficiente Nacho.

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En Tomatlán, más quejas

La molestia ganadera por la persistencia de jaguares en la costa no se limita a Cabo Corrientes. Esta misma semana, hubo una reunión en la presidencia municipal de Tomatlán para abordar quejas en el mismo sentido. La zona más afectada es la parte alta de la presa Cajón de Peña (La Quebrada, Rosa Morada) y la cuenca media del río San Nicolás: entre Llano Grande y La Cuesta, de Talpa de Allende.

Los campesinos reclaman lo mismo que sus vecinos de Cabo Corrientes: que se haga efectivo un seguro ganadero, si la idea es que la especie se debe conservar. Para muchos ganaderos, un becerro o dos que le maten los “tigres” significan toda la utilidad del año, pues se trata de una ganadería extensiva, de bajo costo y pocos animales por unidad productiva.

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