viernes, 24 de mayo de 2013
Hace 20 años, el día en que se desataron los demonios
24 de mayo de 1993, 3.45 pm en el aeropuerto internacional de Guadalajara, una serie de circunstancias desafortunadas llevan a la muerte, en medio de una balacera, a siete adultos, entre ellos, dos sicarios, dos viajeros, dos choferes oficiales… y un cardenal
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO
Es hoy, pero de hace 20 años: un día también solar con vientos avaros, calor extremo (casi 35 grados centígrados) y cielo despejado, con algunos humos de incendios forestales que se elevan por el horizonte de la carretera Guadalajara-Chapala. Pasan de las 3.45 pm cuando un lujoso automóvil Ford Grand Marquís, brilloso, blanco y con vidrios semipolarizados, ha abandonado la autopista y penetra silencioso al estacionamiento del aeropuerto internacional Miguel Hidalgo de Guadalajara.
Es cuando se desatan los demonios.
Salen de todos lados asesinos que a la postre serán identificados con bandas rivales por el mercado de drogas. Comienzan las ráfagas de metralletas Kalashnikov (AK 47), las famosas “cuernos de chivo”, y R-15 que suelen usar los regimientos militares. Unos dicen que los sicarios van drogados y alcoholizados, otros, que por el contrario, no podían darse el lujo ante el riesgo de sus propias vidas. Caen dos ciudadanos “de a pie” a la puerta del aeropuerto.
El Grand Marquís blanco es martirizado: encontrarán más de 50 casquillos que penetraron su estructura en un espacio de pocos minutos, o de 25 segundos (según la famosa versión “Nintendo” del procurador Jorge Carpizo). Adentro, yacen dos cuerpos a los que las balas no han perdonado. Uno es una víctima tan notable en la vida pública nacional, que la exigencia de esclarecer su homicidio va a condicionar buena parte de la historia local y regional durante los siguientes años: con catorce balas en su cuerpo, Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara y cardenal de la iglesia Católica, prelado negociador, acorde a las políticas de distensión que maneja el Vaticano, amigo personal, se dice, del presidente Carlos Salinas de Gortari, y alma de las nuevas relaciones entre el gobierno mexicano y las iglesias: dio el estoque final al Estado jacobino.
También fue obispo de Cuernavaca hasta 1987, y de Tijuana hasta 1982, la ciudad de los hermanos Arellano Félix, y donde el famoso padre Miguel Ángel Montaño –al que conoce bien- ha servido de capellán de los narcos durante años, pues son católicos que van a misa y otorgan limosnas generosas para limpiar sus largas culpas.
La referencia no es gratuita: según la versión de la Procuraduría General de la República (PGR), la balacera en que muere es desatada por pistoleros de esa familia de capos y sus rivales sinaloenses, Héctor Palma El Güero y Joaquín Guzmán Loera, el Chapo.
¿Muerte por confusión, o por error -que no es lo mismo-? La versión inicial es que ha estado en el sitio equivocado en el momento equivocado y muere en fuego cruzado. Había acudido a recoger al nuncio apostólico mexicano, Girolamo Prigione, y se dirigían a una actividad privada. De algo no hay duda: el forense más prestigado de Jalisco, Mario Rivas Souza, aclara esta misma noche de 1993: “no sólo fueron [tiros] directos [contra el cardenal], sino directísimos”.
La notoriedad de este muerto hace olvidar a los otros seis: Pedro Pérez Hernández, chofer de monseñor Posadas; Martín Aceves Rivas, chofer del alcalde de Arandas, ausente de la escena; Juan Vega Rodríguez y Francisca Rodríguez Cabrera, alcanzados por las balas antes de tomar su vuelo a Los Ángeles, California. Los otros dos fueron sicarios caídos en el fuego.
A las 22.00 horas de este día aciago, un presidente mexicano se presentará por primera vez, con investidura oficial, desde los tiempos de la Reforma, en una iglesia abarrotada de dolientes. Carlos Salinas de Gortari hace guardia de honor unos minutos en el féretro del cardenal y entrega sus condolencias personales a la curia, frente al altar mayor de la catedral de Guadalajara.
Hoy, 20 años después, la balacera no se ha desatado, pero los termómetros en la ciudad apuntan a un día con calor: más de 24 grados despuecito de las nueve de la mañana. Los humos suben por el horizonte; la canícula aprieta en este día solar.
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