sábado, 15 de abril de 2017

60 años, Pedro Infante ...tal vez no murió



Francisco Godínez Rodríguez, cantante.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

Que Pedro Infante no había muerto era una de las "verdades alternativas" más populares en el México de la segunda mitad del siglo XX, a la altura de "un mundo nos vigila" de Pedro Ferriz Santacruz, y sin la ambición ramplona, manipuladora y siniestra, con ecos de un Derrida leído sin puntuación - o quizás redactado al revés-, que ese "modelo" ha pretendido adquirir entre los "intelectuales" de la administración Trump.

En cierto modo, esa conseja incomprobable revela lo fuerte que la figura del cantante y actor mazatleco ha calado en el imaginario nacional. Ningún otro integrante del Star sistem del sur del río Bravo podría aspirar a ese lugar.

Pedro, sin ser el mejor cantor ni el mayor actor de la "época de oro" de la cinematografía nacional para eso están Emilio Tuero, Jorge Negrete o Javier Solís en el primer departamento; Pedro Armendáriz, Cantinflas o Fernando Soler en el segundo , es el más querido. Para que los tapatíos entiendan: estamos ante una especie de Salvador Reyes, el mediocampista del Campeonísimo Guadalajara que jugaba al lado de gigantes como El Chale Héctor Hernández o el magnífico Jamaicón Villegas, pilares de la generación más ganadora de la historia del futbol mexicano, y que sin embargo, por ese misterio llamado carisma, el famoso Chava representa mejor.

Así, Pedro Infante, el carismático, el de la voz de crooner educada y melosa, el de las escenas tragicómicas de Nosotros los pobresLos tres García o Escuela de vagabundos; el audaz piloto de avioneta que murió joven para ponerle el ejemplo a James Dean de que las pasiones personales importan más que la existencia;el boxeador de bíceps y tríceps poderosos que con Pepe el Toro se adelantó 30 años a Rocky Balboa, es un hombre y un icono que muchos mexicanos desearían, aún hoy, ser.

Francisco Godínez Rodríguez, nacido en la perdida ranchería de Canales, en el municipio de La Barca, Jalisco, es uno de sus admiradores más genuinos. No solo guarda una semejanza física con Pedro Malo de Dos tipos de cuidado, sino que ha educado su voz para cantarlo. Pero lo que más le gusta a Pedrito, como le dicen sus conocidos, es que su vida real se parece mucho a las que ilustró Pedro Infante en sus películas.

"Mi vida fue muy bonita, pobre pero alegre; mi padre fue chivero, y fui el tercer hijo, igual que Pedro; vivimos en casa de zacate, de tejas, y me nació ser fan de Pedro porque llevé una vida similar a las películas [...] cuando él se mato en 1957 tenía yo dos años; en el rancho no teníamos servicios, yo vine ver sus películas en Guadalajara, como a los doce años, y todas me llegaban", explica.

Además de la pobreza, que a los cinco años debía trabajar cuidando chivos y llevando leña, le tocaron tragedias íntimas como la muerte de siete de sus hermanos. "Fuimos 15 hijos, igual que el tamaño de la familia de Pedro; nueve murieron y quedamos seis; de diferentes enfermedades, todo se trataba de curar con raíces y hierbas del rancho, no había medicinas y aunque el hospital nos quedaban en Ocotlán, como a diez kilómetros, no había dinero [...] se le morían a mi mama en los brazos, yo recuerdo esos tiempos, la verdad fueron muy tristes".

Su madre murió de 71 años, hace cinco; su padre de 62, los que don Francisco tiene, hace como 20. Le costó mucho trabajo desarraigarse del rancho, pero la ciudad lo encandilaba.

En Guadalajara habitó en Polanquito, y como un profesor lo quiso dejar en mal con sus compañeros, abandonó la escuela desencantado y comenzó su largo peregrinar por trabajos diversos: panadero, fabricante de mosaico –"a los quince años yo traía mi chalán"-; supervisor de una fábrica de balones y once años en la fábrica de galletas Maribel. En 1982 quiso probar suerte como cantante. "Lo vi como una posibilidad de que con buena suerte eso me abriera las puertas, poder cantar en diferentes lugares y ganar dinero, pero no se me dio...".

Su relanzamiento estelar ocurrió a bordo de un minubús de la ruta 604 en Circunvalación. Allí cantó a capela y se ganó el apelativo de "Pedrito"; y si bien no come del arte y depende de ingresos de trabajos menos rimbombantes pero de más seguro flujo monetario –"soy conserje de un edificio, pero me gusta que me digan administrador, se oye mejor"-, el canto de este juglar de vida complicada como personaje de ficción de Nosotros los pobres, se puede apreciar los domingos en la plaza del templo Expiatorio, donde todo mundo le llama como a su admirado norteño, y decirle su nombre original es tan extraño, que a él mismo no le parece tan grave que le cambien el "Godínez" de su padre por "Galván", como se incurrió en cierta radiodifusora local...

Don Pedrito festeja a su ídolo con todo México, sin pensar en verdad, en deconstrucción y en Derrida, aunque él ya sea ejemplo de confusión de personajes. En cierto modo, Pedro Infante no ha muerto.

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