La guerra cristera abre un espacio para la legitimación de la violencia en el siglo XX que los jesuitas deben reconocer, advierte Fernando M. González (II de II partes)
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO.
A Fernando M. González le gusta referir una frase muy aguda de Javier Cercas: "Una guerra es un espeluznante lugar sin matices" (La verdad de Agamenón, 2006). Y es muy a propósito en relación al desbordamiento pasional que entraña en conflicto cristero y sus secuelas, donde pareciera que la racionalidad, el examen lúcido de causas y efectos, el señalamiento de pecados y errores, está vedado. Pero moralmente, las organizaciones católicas están obligadas a hacerlo.
Su opinión: la responsabilidad de miembros de la Compañía de Jesús en el desenlace violento del enfrentamiento entre Iglesia católica y estado revolucionario, es solamente una dentro de una historia accidentada en el siglo XX, en la cual no ha habido la autocrítica necesaria: pasa por reconocer desde la creación de movimientos de la extrema derecha católica hasta la vertebración ideológica para la guerrilla extremista a partir de los años 60 en México y América Central.
"La mayoría de los jesuitas estuvieron apoyando la lucha armada de los años veinte; siempre estuvieron ligados a la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa, a la parte más radical del episcopado mexicano y sin embargo no es una historia asumida [...] tampoco es una historia asumida la de los años treinta: su participación directa en la fundación de los Tecos, en la de Los Conejos, y en el año 53 en la fundación de El Yunque; son historias en las que los laicos se lanzan, pero con una responsabilidad previa de sacerdotes [...] al padre Pro lo ves alabando a sus hermanos de la liga, por estar en la liga y mandar armas, pero por otro lado se deslinda, diciendo, yo soy un sacerdote para todos, y luego quiere ser un mártir a fuerzas, y Calles que era muy generoso lo manda matar sin previo juicio, lo cual es tremendo, pero al mismo tiempo esa historia queda borrada, le quitan la pólvora a Miguel Agustín Pro, y le dejan la sangre, con los brazos abiertos diciendo ¡Viva Cristo Rey! Con el tiempo sólo queda la parte del mártir, pero al tipo que apoya a los armados, lo borran...", señala en la conversación con MILENIO JALISCO de la que ofrecemos la segunda parte.
- ¿No habría que agregar a esto todo el arsenal ideológico y justificación que desde la orden se provee para la violencia guerrillera de los años setenta?
- Sí, pero habría una diferencia contextual; en el caso mexicano tienes que seguir la pista en los años cincuenta del movimiento estudiantil profesional, junto con la incorporación de estudiantes mexicanos. Cuando el grupo secreto Los Conejos se funda en 1935 , al mismo tiempo que los Tecos, en México están en los colegios lasallistas y maristas, mientras que los Tecos salen de los colegios jesuitas, y se meten a los maristas [...] hay un grupo de jesuitas que apoya la formación de la autónoma, y frente a la famosa educación socialista, se divide a la UdeG y se crea la primera universidad privada del país; pero si sigues la pista, en 1947, Los Conejos son eliminados por el entonces arzobispo primado de México, Luis María Martínez; de la liga, asesorada por jesuitas, surge un grupo de estudiantes que va a ser parte en la fundación del PAN [...] los jesuitas son muy tortuosos, porque juegan en varias canchas.
Luis María Martínez, fundador de la U, "es el que va a llevar en realidad la guerra cristera, y se van a pelear durante la guerra con la LNDLR, fundada en 1925 con respaldo jesuita [...] pero a partir de los años treinta, los jesuitas van a estar involucrados directamente en La Base, que después se va a convertir en el fundamento del Movimiento Nacional Sinarquista, en el cual La Base es la sociedad católica secreta, o reservada, como lo llamaban ellos [...] la Compañía de Jesús va a ser importantísima porque tiene una centralidad importante, de los años veinte hasta los setenta, y ya después va decayendo".
Fernando M Gónzález señala que de los restos de Los Conejos y la Unión Nacional de Estudiantes Católicos surge, de la mano del también jesuita David Mayagoitia, la Corporación de Estudiantes Mexicanos," y ahí se articula con el Movimiento Estudiantil Profesional, y si les sigues las pista vas a encontrar que en los años sesenta, a finales, vas a encontrar que el que va a ser el líder de la Liga Comunista 23 de septiembre es Ignacio Salas Obregon, de Aguascalientes, miembro del movimiento y que se formó como jesuita; él va a ser importante, se forma con los jesuitas de Guadalajara, fue casi compañero mío, y otro más joven es José Luis Sierra Villareal".
De allí va a salir un grupo que se radicalizará, primero en Chihuahua en 1965, "con influencia jesuita en el Instituto Regional de Chihuahua; después, te vas hacia Monterrey en 1967, en el Tecnológico de la Universidad de Nuevo León, y de ahí van a salir dos de los líderes de la 23, Nacho Salas una vez que se radicaliza en los setenta, y Nacho Olivares Torres, que es el que va a secuestrar aquí a Aranguren y a Anthony Duncan Wiliams, y hay un grupo de jesuitas, alrededor de cuatro: Luis del Valle, del Centro de Atención Teológica en México; Martín de la Rosa Medellín, Javier de Obeso Orendain, de Guadalajara, hermano de Carlos de Obeso, y un claretiano, esto contado por un actor directo, que participaron en el Jueves de Corpus", la famosa marcha dispersada por la policía capitalina en 1971.
Tras esos hechos, muchos jóvenes se deciden por la lucha armada, y los jesuitas reculan, pero "ya era demasiado tarde; habían dejado correr demasiado [...] Javier de Obeso dudó, pero después, a partir de que se funda la 23 de septiembre en Guadalajara, en marzo de 1973, lo volvieron a localizar, y cuando matan a Garza Sada, el 11 de septiembre de 1973, Javier de Obeso dijo: sí, me voy con ustedes a la lucha armada, pero al matar a Aranguren que era como su pariente dijo, no, y entonces, según me cuenta la viuda, fue amenazado por la liga y debió huir".
El historiador destaca que los movimientos radicales de esa época en Nicaragua, en El Salvador, en Chile, también tienen alimentadores ideológicos entre jesuitas; "como aquí, ves la confluencia de las juventudes comunistas y esta minoría de católicos y estos jesuitas, que lanzaron un mensaje de justicia, pero no midieron las consecuencias". Como contraste, dos integrantes del movimiento del 68, Heberto Castillo y Luis González de Alba, no encontraron legítima la opción por las armas, añade.
Son las contradicciones de la propia iglesia católica, que "se hace muy prudente" desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, jamás avala la violencia aunque al hablar de justicia social, "implicaba que algunos se radicalizaran, como los jesuitas y dominicos, o una parte de ellos; y por otra parte el vaticano empieza a decir, no, hay que ser reformistas, no tan radicales, y la Teología de la Liberación empieza a entrar en crisis", hasta la restauración conservadora con Juan Pablo II.
- Esto nos regresa al tema de los cristeros, cómo se negoció su suerte de forma cupular...
- Sí, los puentean totalmente de una manera antidemocrática, brutal: ahí pongo las cartas del general en jefe de los cristeros, Gorostieta, diciendo, nos van a negociar, vamos a ser una espina para la iglesia [...] Degollado Guízar es el que finalmente silencia las tropas, 'ave cesar, los que vamos a la muerte te saludamos'; a los que supuestamente deberían recibir el fruto, los hicieron a un lado y los mataron. A 1,300 combatientes cristeros los ajusticiaron.
- ¿Por mandato del Estado mexicano?
- Eso es clarísimo. Heriberto Navarrete, que fuera del estado mayor de Gorostieta y que salió vivo de la trampa el 2 de junio de 1929, cuando viene entregar su pistola aquí al general Ferreira, le dice este: 'váyase a México y llévese la pistola, si lo ven aquí en Guadalajara, lo matan'. Navarrete se fue y se hizo jesuita al poco tiempo [...] creo que la iglesia, la manera que ha encontrado de edulcorar la historia por la participación del episcopado y de Roma, es la creación de mártires; el problema es que la tercer generación de mártires, la de Anacleto, la de Gómez Loza, se olvida que Gómez Loza sí participo, y Anacleto aceptó la lucha armada aunque no disparó un solo tiro, pero era el jefe moral [...] decir que eran gente de paz, y que el pueblo hizo una lucha civil, como si ellos no fueran parte de ese pueblo y parte de esa lucha como uno de los bandos, es hacer una tergiversación histórica impresionante, y falta de probidad ética impresionante.
Remata: "con qué cara puedes hablar si hay muertos; no fue un conflicto de pedradas, es un conflicto en el cual tu tuviste la responsabilidad, y la Compañía de Jesús la tuvo, sin duda".
SRN
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