sábado, 15 de abril de 2017
Los misterios de una guerra popular
La base del éxito de una guerra librada con tan poco equipamiento y balas, fue la solidaridad de los pueblos; como el zapatismo, la Cristiada se trata de una guerra popular (V y última parte).
Agustín del castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO.
Las fuerzas federales que combatieron en Los Altos de Jalisco y las demás regiones sublevadas entre 1926 y 1927, se toparon con una realidad sorprendente: que no combatían contra un enemigo como los que habían afrontado en la larga lucha de facciones revolucionarias.
Quizás sólo comparable a lo que se encontró en Morelos en la insurrección zapatista quince años antes, aunque esto era a una dimensión mucho mayor; se dieron cuenta que afrontaban guerra de guerrillas con una base social que hacía invisibles y casi invencibles a los rebeldes. Las lecciones de la Cristiada son permanentes, y mucho tuvieron que ver con las políticas contrainsurgentes adoptadas por el gobierno mexicano con posterioridad. Tal vez eso sea la clave del asesinato "quirúrgico" de muchos jefes rebeldes tras los acuerdos de 1929, que eran auténticos líderes en sus poblados y constituían una amenaza potencial para nuevos levantamientos. Lo que lleva a recordar la famosa sentencia del francés Albert Camus, de universal aceptación: "la razón de Estado es la justificación del asesinato".
Pablo Márquez Márquez era solamente un niño cuando comenzó la revuelta en su natal San Julián. Pero ya se acercaba a la adolescencia cuando se libraba la Segunda Cristiada a mediados de los años treinta. "Victoriano Ramírez, El Catorce, y los padres Pedroza y Vega, iban a la casa de mi abuelito y oían misa; porque se cerraron los templos y no había matrimonios ni bautizos, y llegaban a esa casa los sacerdotes y también los generales con su estado mayor; una ocasión, Victoriano estaba por los pirules, en un patio grande, y me subí a su caballo, a jugar".
El rancho de la familia se llama San Carlos, "porque el general Carlos Blanco celebró su cumpleaños en la casa de mi abuelito, le decían Los Sánchez, y dijo el padre que celebró la misa: aquí ya no se va llamar así, se va a llamar san Carlos, eso dijo el padre que celebró la misa", destaca el anciano de piel blanca, hablar vacilante y mirada cansada, que ha rebasado los nueve decenios de vida y afronta dificultades fuertes para moverse, pero fue un hombre muy activo en las labores del campo y en frecuentes viajes de trabajo incluso hasta los Estados Unidos, como tantos hombres de su tierra lo han hecho por más de un siglo.
La guerra popular, por la frustración que genera en la soldadesca oficial, desmoraliza y se transforma en una experiencia de crueldad. "En la reconcentración, mi papá, mi mamá y mis tíos se iban a ir a León, y mis abuelitos también [...] y resulta que las mujeres estaban en otro rancho, donde ya no se asomaba el gobierno, y ya venían cuando iban a llevar las cosas, metates, molcajetes, para que no los encontrara el gobierno, y le dijo mi tío a mi papá, sabes que yo ya me voy, y se fue, y mi papá se quedó esquivando balas por el río, pero era al padre Pedroza al que le tiraba el gobierno; mi papá se fue por el lienzo, que llegaba cerca de la barranca, y ahí estuvo; los federales estaban enfrente, cerquitas, pero no lo vieron, si no lo matan, ahí estaba tirado, y cuando oscureció se fue, pero faltaba mi tío con la señora y un chiquillo; resulta que se los llevaron los federales y los querían matar, y se abrazaban ella, él y el chiquito, mátennos a los tres para qué nos van a dejar vivos, y los soldados los insultaban...".
- ¿Entonces su padre andaba con los cristeros?
- No, no andaban, pero todos ayudaron a la causa, todos. Mi padre se llamaba Gabriel Márquez Márquez y sobrevivió, yo creo que se trataba de que llegaban unos y les daban tortillas o frijoles, y llegaban los otros y era igual, los de aquí estábamos dentro de las casas, y como después de las reconcentraciones los dejaban venir a sembrar y se levantaron cosechas, yo no supe si hubo mucha escasez porque era muy chico, un pobre chiquillo, no me acuerdo ni de la mitad, lo que sí le digo es que estaba muy mal comunicado San Julián, no había un camino real, [...] pero fíjate en la importancia de San Julián, fue el primero: nos dio la bendición el señor cura, luego fue San Miguel, y después se empezaron a levantar más cristeros.
En marzo de 1927 fue la batalla de San Julián, la que le demostró a las fuerzas del ministro de guerra, Joaquín Amaro, que la rebelión no era cosa de lunáticos sino una verdadera insurrección popular. Las represalias no se hicieron esperar, "agarraron al padre Julio Álvarez y lo mataron aquí como escarmiento, él era de Michoacán pero lo trajeron para que escarmentara, y ese pobre padre fue el que la llevo; ahí lo encontraron luego a la orilla del pueblo".
- ¿Por qué fue la guerra?
- Porque quería Calles mandar en el clero, quería poner a los sacerdotes que él quería y a donde le pidiera, eso fue, y luego había un patriarca, un sacerdote rebelde, que quería ser como papa.
San Julián estaba aislado, no tenía luz eléctrica; la escuela era parroquial y se contaba con un cura que debía hacer su ministerio con dificultades, por la noche a veces, siempre a caballo. Médicos hasta León. Los Márquez fueron hombres de paz pero cercanos a la iglesia. "Mi papá cargaba los ornamentos en una canasta que llevaba cuando había misa por otros ranchos, los tenía aquí escondidos bajo tierra, en un chiquero de tierra; si el gobierno los encontraba, lo mataban, pero no lo lograron, no hallaron ningún rastro de nada...".
Cuando se firmó la paz "los mataron a todos" los generales cristeros, es decir, a muchos. "El general don Miguel Hernández, era general de división, y se fue a México, allá murió en la pobreza, pero a todos se los echaban, los mataban; a algunos los mataron por la espalda, los acabaron".
- ¿La iglesia no metió las manos por ellos?
- No, pos que hacía, si metían las manos los volvían a reprimir; la libertad no duró mucho, yo recuerdo mejor la Segunda Cristiada, ya estaba más grande; se hacían misas a escondidas otra vez, recuerdo que se levantó un general Rocha, parece que por las escuelas y la educación; ya fue menos, ya tuvo menos agarre, y las personas ya no apoyaron tanto a los de la segunda, ya no era igual [...] que yo recuerde duró poco, estaba en la escuela y se llevaron el pizarrón a la barranca, porque si nos agarraba el gobierno nos mataba, a los particulares, nos íbamos a la barranca con el pizarrón.
- ¿Eso fue porque el gobierno prohibía la educación religiosa?
- Sí. Pero esa guerra ya duró poco y al que se levantó, lo mataron, y pos ya se acabo el mitote. Las cosas fueron cambiando, cuando llegó el presidente Ávila Camacho todo mejoró mucho.
Don Pablo se casó en 1947. Con su mujer tuvo ocho hijos que llegaron a adultos, y otros que no pasaron de la infancia. Tiene 16 nietos y seis bisnietos. Pero la familia Márquez es grande. Cada mes de octubre se reúnen en San Julián como 300 miembros, que viene de los lugares más diversos: Nebraska, Iowa, California, Guadalajara, León, México,Tijuana. "Se les hace una misa y una comida". Uno de los Márquez más notables es sobrino de don Pablo, y el actual gobernador de Guanajuato, Miguel Márquez Márquez, quien abiertamente ha reconocido sus raíces en San Julián y su condición de ser descendiente de la diáspora propiciada por la guerra religiosa.
Los Márquez cambian, San Julián también. Por ejemplo, sus tradicionales carnitas de cerdo, que son casi una marca para la zona de Los Altos, están en declive, porque se depende fuertemente de la fluctuación de precios de esos cárnicos. "Ya lo traen más de afuera, son pocos los que las hacen aquí", comenta uno de sus nietos.
San Julián, la mata de los Márquez y de la rebelión alteña, duerme en su reputación de bastión rebelde en medio del áspero clima de Los Altos. Las huellas de las balas del combate de marzo de 1927 permanecen en la plaza parroquial, en la torre de su templo de cantera, en las campanas de bronce. Es como el subconsciente de sus pobladores, el cual desean no haya necesidad de despertar otra vez.
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Claves
La insurrección popular
"En la mayoría de los casos los levantamientos no fueron premeditados. Así empezó en muchas partes; en otras partes sí hubo levantamientos organizados. Pero lo más impresionante fueron esos movimientos espontáneos. Después es el círculo vicioso de que la misma represión del gobierno viene a aumentar la violencia y a que se expanda, como un incendio en el bosque donde el fuego va brincando de pino en pino. Y así fue como nos encontramos en esa guerra civil. ¿Se pudo evitar o aminorar esta guerra? La historia nos agarra siempre desprevenidos..."
" En el caso de la Cristiada, tanto la Iglesia como el gobierno subestimaron la capacidad del pueblo mexicano, subestimaron su enojo. La Iglesia subestimó la fe religiosa de la gente; el gobierno también. El gobernador provisional de Jalisco [1926], Silvano Barba González, viajó a México para decir al presidente Calles que había que frenar el conflicto religioso. Le dice que la gente en Jalisco ya está muy alborotada, e incluso que tiene noticias de emigrados que regresan de Estados Unidos con armas y parque para levantarse. Y Calles opina que no les tienen miedo. Barba le vuelve a decir, 'es que mi gente en Jalisco es brava'. Y el presidente Calles le contesta: '¡Jalisco es el gallinero de la República!' Años después entrevisté al gobernador Barba González y me dijo: '¡y qué gallos le salieron de ese gallinero al presidente!..."
"El general Joaquín Amaro estaba presente en la entrevista y Calles dice: 'además, nos conviene que se levanten porque si se levantan los aplastamos de una vez y para siempre. ¿verdad mi general? ¿Cuánto tiempo necesitamos para aplastarlos?' 'Tres semanas, señor presidente'. Y Barba dijo: 'Ojalá no sean tres años, señor presidente', y luego me comentaba: fueron tres años, ¡y no los aplastaron! Hubo necesidad de pactar los arreglos. Así que sí fue una tragedia, y ojalá hubiese podido evitarse..."
Jean Meyer, entrevista en el contexto de IV Premio Tenamaxtle, CUNorte UdeG, por Francisco Vázquez Mendoza, Gaceta, 22 de marzo de 2010.
SRN
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