martes, 11 de abril de 2017

La Cristiada, los niños de la guerra



Miradas infantiles a más de 90 años del estallido de la última guerra santa de Occidente (I de V partes).

Agustín del Castilo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

La víspera de 1927 fue la más sombría que se recuerde en San Julián, el último poblado hacia el oriente de la gran meseta de Los Altos, pero primero de la zona que se alzó en armas contra las políticas antirreligiosas de la triunfante revolución mexicana, encarnada en Plutarco Elías Calles, el jefe máximo.

Entre ansiedades por el futuro aciago que se precipitaba sobre sus vidas monótonas y apacibles, y la extraña emoción apocalíptica que ocasionan todas las rupturas en el espacio absoluto de la fe, el niño Juan José Martínez de la Cruz, de apenas ocho años, vio cómo en los días finales de diciembre de 1926, el misticismo se devoró la conciencia de sus parroquianos.

"Todo mundo se preparaba para lo que venía; los que vivían en unión libre, pedían casarse por la ley de Dios; todos se querían confesar, estaban desde la madrugada esperando, el cura estaba ya viejito, y andaba corriendo para atender a todos [...] para la misa de media noche, cuando dieron la última campanada empezó la misa, y se veía una cosa triste, porque en el sermón le daba la despedida al año peri también el cura se despedía; tenía que irse, y a veces la gente lloraba, y él hablaba: pues son nuestras culpas, decía...".



Las culpas a las que aludía el presbítero era la inminente guerra que se anunciaba para el amanecer del 1 de enero; en su sistema de creencias, Dios probaba a su pueblo con el azote anticlerical y le daba oportunidad de limpiar sus pecados.

"Al día siguiente, la gente andaba en la plaza, las mujeres yo estaba chiquito todavía andaban con la preocupación, pos qué irá a pasar [...] llegó Don Miguel Hernández con sus hombres, y dijo: 'veo que mi presencia les causa novedad, porque yo estaba en el gobierno, y yo gritaba viva Carranza, viva el Supremo Gobierno; qué me cuesta ahora decir viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe, y pos todos levantaron las manos y ahí empezó, como a las 3 de la tarde, y se disculparon con don Miguel, porque le tenían miedo y desconfianza; ahí planeó la salida o el levantamiento a las 5 de la tarde del día 1 de enero", añade el anciano, conocido popularmente como El Tripero, quien además de sus habilidades para sacrificar cerdos y hacerlos carnitas, ostenta una hoja de servicios a su iglesia que sólo terminó cuando la edad lo obligó a pasarla sentado.

Ese día de nueve décadas atrás, salió el regimiento de Miguel Hernández a hacer sentir el peso de la rebelión. "No fueron muchos los que se levantaron; iban como 30, y entonces empezaron a traer caballos y a formarlos ahí por donde está el portal grande, y ya como a las 4:30 empezó el canto de las muchachas, 'mexicanos al grito de guerra', y con nosotros los niños, ya estaba la plaza llena; llegó don Refugio, después Nicolás Soto, que era el de la bandera; Fernando Soto, hermano de Nicolás, y Jesús Aguilar, como asistente; Refugio García, que quedaba como ministro para conseguir las armas, Silverio y su hijo [...] ya estaban Gerardo Torres, don Nacho Padilla, Hilario Valle, Hilario Valtierra, Evaristo Rodríguez, Pablo Ramírez, Marquito Hernández, de los que yo me acuerdo; eran 30, porque los otros los estaban mirando nada más...".

"A las meras 5 de la tarde sale el señor cura con la custodia, y que le da al bendición. A una señal de don Miguel, montaron su caballos, y se oyó el grito ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!, y se extendió una bandera, dos banderas, en el camino a San Miguel el Alto, en la tarde [...] toda la gente se recogió temprano, y qué va a hacer don Miguel, no pos sabe que va a hacer; nosotros vivíamos en una casita de aquí por la orilla, y se fueron a San Miguel porque el presidente de allí era gobiernista...".



Pero fue en marzo cuando todo alcanzó el rojo vivo. El gobierno callista mandó el 78 regimiento a cargo de Espiridión Rodríguez Escobar. Miguel Hernández combatía por el rumbo de Jalpa (Zacatecas), pero defendían la plaza el famoso Victoriano Ramírez El Catorce, el padre Reyes Vega y Luis Anaya.

"Sería como a las tres de la tarde, cuando un mozo por allá, de las casas de El Terrero, que les da un recado: les mandan a decir a los cristeros que si salen, o vienen a sacarlos. ¡Ah pos que se vengan!, les responden". Así empezó, el 14 de marzo de 1927, la batalla de San Julián.

El pueblo vive su mayor prueba. Las mujeres se esconden con los niños en las casas mientras los adultos combaten. "...se mandó a decir a las casas que se acopiaran de alimentos, porque no sabían lo que fuera a pasar, y luego todo se quedó en silencio. Como a las 4 o 5 de la mañana, que van llegando, con el grito de ¡Viva el Supremo Gobierno!, y las trompetas, y hasta adentro se pasan los cabrones, y que empieza el tiroteo, y cállese la boca, yo ya no hallaba qué hacer. Nosotros vivíamos en esa casita que le dije, y tenía un agujero en la pared que daba a la callecita, y la puerta estaba atrancada con piedras, y adentro de la casita había unos costalitos, era la cocina, y ahí estaban mis hermanas [...] nomás se oían los gritos, que unos estaban perdiendo, y los del gobierno gritándoles, arriba muchachos, dos horas de saqueo y dos horas de mujeres...".



- ¿Ese era el premio por ganar la batalla?
- Eso querían los cabrones y a eso se fueron, a la 11 empezaban según eso con el saqueo, pero como a las 12 se desplegó una bandera, venía don Miguel, a la carrera, de Jalpa, y vino a reforzar a don Victoriano [...] empezó el combate duro, y duró como hasta las seis de la tarde, en que ya empezaron a correr los del gobierno; lo que sí le digo es que la placita estaba tirada con caballos y muertos a lo cabrón, muchos; otros se quedaron en el corral donde trabaja don Artemio Hernández, ahí estaba el de ordeñador, y ahí había niños, como esta niña [señala un retrato en medio de la austera sala], y los mataron los del gobierno a pura bayoneta;en la tarde, según platican, Celedonio Hernández, que venía con los de don Miguel, fue sacando a los del gobierno que se habían escondido en las casas, en los corrales, en el hospital que tenía el gobierno, y juntó 28 para fusilarlos...".

Los cálculos de Juan José: unos 180 muertos federales, que dejaron buenas armas, porque estas escaseaban.

"Se acabó ese combate, y pos nosotros seguimos aquí, y el gobierno regresaba más duro [...] una vez amenazaron con bombardear el pueblo, luego entraron los cabrones y quemaron todo, desde el rastrojo y todo, hicieron un desmadre y se fueron, y pos ahí estuvo muy feo para nosotros, muy duro [...] mi madre, que vendía comida, aquí la mandaron para que les hiciera de tragar [a los soldados], y con el pendiente de un hermano [que estaba con los cristeros] que entraba por un corral, qué le digo, pos cállese la boca, pero ya al menos comimos, no teníamos nada que comer. Fueron tres años muy duros".

Algunas mujeres se iban a pie a Lagos de Moreno a conseguir provisiones, siempre en secreto y bajo la amenaza de ser descubiertas, vejadas o asesinadas; si llegaban regimientos, escondían a las muchachas porque los soldados querían violarlas. Los curas que atrapaban eran conducidos al poblado y fusilados delante de todos. Era parte de un método de sometimiento.

"Por eso le pusieron a San Julián 'La cuna de los cristeros', porque fue el primero que se levantó, pero batallamos mucho, sufrimos mucho, vimos a morir a mucha gente, mi hermano entre ellos; tuvimos que vivir tres reconcentraciones [la gente era obligada a dejar sus ranchos y a concentrarse en torno a algunas cabeceras, normalmente en descampados, donde debían afrontar condiciones extremas y escasez de alimentos; quien se negaba era considerado rebelde y enfrentaba la urgencia de huir ante la posibilidad de ser fusilado]; sólo dejaban salir con un salvoconducto de un general; la última reconcentración sí duramos mucho, tres meses, y apenas comíamos



Los horrores parecían interminables, pero los acuerdos de 1929 parecieron ponerles fin. Parecieron, pues la persecución de los dirigentes cristeros no cesó, cientos de ellos fueron asesinados tras la licencia de las armas, y muchos regresaron al monte, como medida de defensa al sentirse también abandonados de la jerarquía católica que no alzó la voz para evitarlo. Fue la Segunda Cristiada.

A don Juan José, cuyas fuerzas ya declinan, la vida se le compuso, y dedicó sus energías a su negocio de carnitas y a trabajar de cerca con su parroquia, con pocas sombras para la duda, pues tanto había costado rescatar su mundo. 90 años después, en realidad, ese mundo ya no existe. Hoy la meseta alteña es recorrida por nuevos insurgentes con una capacidad de fuego que jamás tuvieron los depauperados guerrilleros de los años 20, pero pertrechados en teologías materialistas y de corto plazo: no hay espacio para la vida eterna en las tierras que se disputan de Los Zetas y el Cártel Jalisco Nueva Generación, entre cientos de víctimas colaterales.

Él prefiere ignorarlo. El Tripero habita una modesta casa a un costado de los arcos de ingreso a San Julián. "He recorrido mucho, para qué voy a decir que no; ahora ya no puedo andar y ya no puedo pagarme, luego casi ni oigo, pero Dios aquí me tiene, quién sabe hasta cuándo...".


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Claves

ABC de la Cristiada

La guerra cristera (1926-1929) fue esencialmente una rebelión popular azuzada por el conflicto no resuelto entre la Iglesia católica y el estado mexicano desde las reformas borbónicas del siglo XVIII, y sobre todo, tras la guerra de Reforma de 60 años atrás

El estado revolucionario reactivó el expediente de separación de iglesia y estado, y sobre todo, de control de la institución eclesiástica y de su patrimonio, lo que se reflejó en algunos artículos esenciales de la Constitución de 1917. El presidente Calles pretendió hacer efectivo este control, lo que lo llevó a un conflicto con la jerarquía, y con los católicos mexicanos

"En 1985, el presidente Miguel de la Madrid en su informe presidencial, dijo: 'no olvidemos que aún en los años veintes 200,000 mexicanos perdieron la vida en una guerra religiosa'. Fue la primera ocasión que, de una fuente oficial, se hablara de un número de víctimas tan elevado. Esto ocasionó que, meses después durante un viaje a Francia, el mismo primer mandatario afirmara en entrevista a un diario francés: 'De esto resultó en los años veinte una guerra de religión que causó 250,000 muertos', afirma el historiador Juan González Morfín (en http://www.arquidiocesisgdl.org/2012-11-4.php)

SRN


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