domingo, 23 de enero de 2011
Durango, las montañas embravecidas
En la cuna del agua dulce de las Marismas Nacionales, la delincuencia ha condicionado la vida de la cuenca del río Mezquital-San Pedro, mientras comunidades y gobiernos luchan contra la contaminación del agua y la tala desmedida de bosques
Mezquital, Durango. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS
Faustino Reyes Flores, presidente municipal de Mezquital, demarcación montañosa donde predomina la población tepehuana y cuya accidentada y mal comunicada geografía es más extensa que todo el estado de Colima, ataja abruptamente la pregunta: “Pos está grave. Pero no quiero hacer más comentarios sobre esto”. ¿Está controlado el problema de la seguridad pública?, se le insiste. “Está grave…”.
La entrevista termina al mediodía del 7 de enero de 2011, con la recomendación de no penetrar a la sierra, donde gavillas armadas hacen de las suyas.
Cinco días después se conocerán con más detalles las razones del recelo del munícipe. La Procuraduría de Justicia de Durango informa que un comando armado arrasó con el poblado indígena de Tierras Coloradas, en el corazón de la sierra, el 30 de diciembre de 2010, dos días después de un enfrentamiento a balazos en que dos cuerpos quedaron tendidos en la plaza, y tras que los llamados de ayuda a la presidencia municipal y a la capital del estado no habían sido atendidos.
Los datos que aporta el 12 de enero el procurador estatal, Ramiro Ortiz Aguirre, revelan con amplitud el tamaño del “operativo”: 60 hombres armados y encapuchados, que prenden fuego a 40 viviendas, 27 vehículos y una escuela con todo y mobiliario, irritados y frustrados porque los moradores de Tierras Coloradas, previendo su regreso, desalojaron la aldea y se refugiaron en sus antiguas montañas inaccesibles.
No es el primer ataque que se padece en la zona tepehuana. A comienzos de diciembre, la aldea de Pata de Gallo, de la comunidad de San Francisco Ocotán, también había sido tomada por delincuentes, pero sin cobrar vidas. El 12 de enero, ya publicados los expedientes de violencia, Reyes Flores, él mismo tepehuano, advierte: “si el gobierno no le pone atención a Mezquital, lo que va a pasar es que los indígenas se van a organizar y se van a defender como puedan…”.
Los conocedores de la etnia tepehuana (en náhuatl, “dueños de los cerros”), u o’dam (así se designan a sí mismos: “los que habitan”) no se extrañan de esa actitud autonomista. La historia de este pueblo lo acredita como conquistador de sus vecinos y que no rehúye al expediente de la violencia para defender sus derechos políticos y sobre la tierra, señala el cronista de la demarcación, José René García Nájera.
Mezquital es el corazón de la cuenca alta y media del sistema fluvial San Pedro-Mezquital, principal alimentador de agua dulce de las Marismas Nacionales. Hoy no sólo vive el riesgo de la violencia del narcotráfico, de la tala excesiva de sus bosques (que obligó a una veda que cumple diez años) y del represamiento forzado de sus limos por una gigantesca hidroeléctrica a edificar aguas abajo. Hay un amplio y envejecido expediente de contaminación del agua ocasionada por el emporio fabril de la capital, y por las aguas negras de los poblados desperdigados a los largo de 540 kilómetros sobre una cuenca superior a 2.7 millones de hectáreas, fundamentalmente en Durango y Nayarit.
Este río vivo es un caso único en México: no tiene aún obstáculos para fluir libre en su paso por la Sierra Madre Occidental. Es por eso que el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) lo ha incluido en sus proyectos mexicanos para generar un manejo con adaptación al cambio climático, bajo la premisa de un “caudal ecológico” que mantenga el flujo natural del agua y de la vida, explica la oficial del programa Agua de la organización, Raquel Gómez Almaraz.
Su diversidad va más allá de lo que sugiere su toponimia: lugar de Mezquites. Nacido en el desierto, penetra montañas áridas que después se vuelven bosques densos y lluviosos, para bajar a la promesa tropical de las marismas. Sus aguas han sido curso milenario de culturas y naciones.
El valle extenuado
Guadiana es el nombre de la amplia planicie que aloja a la capital de Durango, en el corazón de ecosistemas semisecos y continentales, con precipitaciones anuales apenas superiores a 500 milímetros (en Guadalajara llueven 900 mm al año; en Minatitlán, sur de Veracruz, más de dos mil mm). Si bien, la capital no aloja más de medio millón de habitantes, su uso obligado de las aguas del subsuelo ha generado un progresivo abatimiento del nivel del manto freático, situación que preocupa a las autoridades locales y federales.
“Traemos un gran problema de desperdicio de agua potable, porque Durango requiere 45 millones de metros cúbicos al año, pero se le meten 70 millones; esta sobreoferta se debe a una alta pérdida en la conducción, del orden de 40 a 50 por ciento, aunado a que no se tiene una red única, sino que se abastecen sistemas de 80 pozos sin la menor eficiencia”, señala Pedro Romero Navar, subdirector de asistencia técnica operativa de la delegación de la Comisión Nacional del Agua (CNA).
De este modo, añade, hay un déficit ya de 20 millones de m3 que se va acumulando, aunque del lado positivo, la metrópoli ya sanea el total de sus aguas negras, cosa que no sucede con los miles de poblados donde habitan otras 300 mil personas en el resto de la cuenca.
Para esta capital, añade Enrique Urbina Arredondo, subdirector de Consejos de Cuenca de la CNA, se tiene un proyecto para abastecerla con agua superficial proveniente de presas ya existentes, dado que se trata de una región hidrográfica vedada desde 1952, lo que obliga a adquirir derechos vigentes de parte de terceros para el aprovechamiento alternativo. La idea es también tecnificar el riego agrícola para abrir nuevas oportunidades productivas, aunque los grupos ecologistas insisten en la necesidad de recuperar humedales y darle su espacio a la naturaleza.
Un actor que por más de tres decenios ha sido responsable fundamental de la contaminación del río Mezquital es la planta de Industrias Centauro, una procesadora de celulosa que es el principal establecimiento fabril de la ciudad. “En los años anteriores representó una gran fuente de deterioro; generó una gran contaminación que llegó hasta Nayarit, pero a partir de 1996 se sujetó a la norma oficial mexicana en la materia, y después de 20 años de contaminar, contó con plantas de tratamiento […] no obstante, hemos comentado al seno del consejo que esa normatividad la consideramos muy corta, porque sí permite aún tal vez 30 por ciento de contaminación, y eso persiste físicamente, en el entorno”, explica la gerente operativa del Consejo de Cuenca de los ríos Presidio-Mezquital, Alma Rosa Soto Ortiz.
Los pasajes del río en su ruta al sur, antes de llegar a Mezquital, reflejan de forma clara el deterioro: extensos sabinales, vegetación perennifolia (siempre verde), lucen secos en las orillas de la corriente que arrastra materia grisácea que se acumula en las paredes de los enormes y antiguos ahuehuetes.
“Fue a partir de 1978 cuando las descargas más fuertes de los residuos de la fábrica de celulosa empezaron a barrer con toda la fauna acuática: bagres, mojarras, matalotes; yo lo recuerdo bien aunque era niño: había peces por montones en las orillas, y la gente se alegró, llenábamos costales, pero no sabíamos qué estaba ocurriendo y por qué salían tan fácil… resultó que se murieron todos, no quedó nada”, narra el cronista de Mezquital, José René García.
Más de 30 años después, el río no ha recuperado la antigua vitalidad.
Los bosques agotados
Mezquital es un municipio fundamentalmente indígena. Predomina la etnia tepehuana, pero hay importantes asentamientos de huicholes (wixáricas) y mexicaneros (probablemente antiguos migrantes nahuas que llegaron con los conquistadores españoles), y una vecindad con las grandes culturas huichol y cora (nayeri), a través de los intrincados laberintos de la sierra.
Casi seis mil kilómetros cuadrados de tierras comunales cuentan con un importante núcleo de bosques templados que hace un siglo permanecían intocados y alojaban una fauna hoy extraña de lobos, osos negros, pumas, águilas reales y carpinteros imperiales, en su mayor parte, ya extintos. La riqueza forestal fue extraída en el siglo XX por los grandes madereros de Durango. En el caso de los o’dam, las últimas décadas el esquema explotador significó graves daños a los ecosistemas propiciados por la corrupción de autoridades y la colisión del sector ambiental oficial a favor de los madereros. Eso, a la par que provocó una gran crisis política al interior de las comunidades tepehuanes, fundamentalmente de Santa María Ocotán y San Francisco Ocotán, llevó a la exigencia de una veda indefinida en el aprovechamiento de los bosques, la cual se mantiene.
"Ahorita apenas se está recuperando; no hay otra cosa más que se recupere a sí mismo el bosque. Todo fue por falta de atención que se dieron las situaciones correspondientes, porque ellos [las autoridades federales, Secretaría de Medio Ambiente y Procuraduría Federal de Protección al Ambiente] se supone que son los reguladores, se supone que son los ordenadores; es como un motor que va funcionado y no trae el alternador, y truena totalmente, y aquí en el bosque pasó lo mismo, dónde estaba Profepa, ya que estaba pelón, se lo acabaron, los paró, pero dónde estaba antes”, se queja amargamente el alcalde Reyes Flores, miembro del pueblo o’dam.
En la comunidad de San Francisco Ocotán, la maquinaria que arrasó las florestas se está pudriendo en medio de los pinares, pues las empresas ya no pudieron sacarlas tras la intervención gubernamental.
Los tepehuanes emigran todos los años, pero “es nomás por los temporales, a Nayarit, Zacatecas, aquí mismo en Durango, en Camotlán, o va la gente a Sinaloa al tomate; aquí vienen los camiones y se los llevan hasta Sinaloa”. La pobreza ya era grande y no se aminoró con la depredación de los recursos.
En el ayuntamiento se tiene un presupuesto anual de 29 millones de pesos; pero el territorio a atender es de 7,196 kilómetros cuadrados; hay cerca de mil pueblos de todos los tamaños y unos siete mil kilómetros de caminos, en buena parte, defectuosos.
Los caminos de la vida
Mejorar la red caminera es la base de todo lo demás en Mezquital: llevar escuelas, abrir redes de agua y sistemas de energía, entregar productos básicos a menor costo, transportar policías, entregar medicinas y abrir clínicas con médicos permanentes. La idea es clara en esta demarcación de la Sierra Madre Occidental, donde Durango linda con los estados de Nayarit, Jalisco y Zacatecas. Es por eso que está a menos de 30 kilómetros de concluirse una carretera pavimentada que ya cruzó desde el sur la zona cora y que del norte, desde Victoria de Durango, ha penetrado muy adentro de la región tepehuana. Está también pendiente el enlace desde Huejuquilla, Jalisco, para pasar por Canoas —aldea tepehuana— y comunicar con los huicholes de San Andrés Cohamiata y los coras de Jesús María.
El camino es progreso… y mejores condiciones para combatir a la delincuencia que se enseñoreó de la sierra.
No en balde, los rumores dicen que Huazamota, poblado de los o’dam de 700 habitantes y 600 metros sobre el nivel del mar enclavado cerca del límite nayarita, es una de las zonas de seguridad de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, jefe del cártel de Sinaloa (Héctor González Martínez, arzobispo de Durango, insistió sobre ello en marzo de 2010). Pero hay datos más comprobables para que las autoridades municipales de Mezquital se preocupen: el antecesor de Faustino Reyes Flores al frente de la alcaldía, Manuel Estrada Soto, fue asesinado en la capital del estado hace menos de un año, el 21 de febrero, por un grupo de sicarios.
A la salida de la sierra, hacia la capital duranguense, las carreteras del atardecer lucen desoladas. Cuando se toma el retorno al centro del país, el viajero atisba la impresionante ciudad que ha crecido en torno a la fábrica de celulosa de Centauro, que expulsa sus humos que ocultan las estrellas y opacan la sonriente luna en cuarto creciente. Luego se llega a Nombre de Dios.
Un operador de un camión de personal baja lívido y cuenta su última historia, de los minutos anteriores: al negarse a dar parada a unos extraños, fue perseguido por una camioneta y su vehículo, baleado. “Vivimos con miedo”, repone el avejentado taquero tras escuchar las tribulaciones de su paisano. La recomendación es subir vidrios y jamás detenerse hasta entroncar la autopista en Fresnillo, ya en Zacatecas. Afuera, las montañas colosales y la grandeza nocturna transcurrirán impertérritas ante el color diminuto de los dramas humanos.
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Pueblo Nuevo, la otra frontera
La Ciudad es el nombre irónico de un pueblo forestal enclavado sobre la carretera Mazatlán-Durango, a más de 2,500 metros sobre el nivel del mar, y cuyos habitantes necesitan acudir a la verdadera ciudad de la región, El Salto, cabecera de un municipio que se llama Pueblo Nuevo, para surtirse de productos básicos y realizar gestiones.
“Tenemos los mejores bosques del estado y cada año nos cae nieve, por eso uno prende la fogata a partir de octubre”, señala don Pedro, un mecánico cuyo oficio se ve enriquecido por el paso constante de camiones de carga en una zona que también ha tendido a la inseguridad. “Hace dos meses nos pegó feo el narco, pero con los soldados se ha calmado. De todos modos, si lo agarra la noche, mejor quédese”, recomienda el regordete lugareño, mientras tira mazazos debajo de un auto en reparación.
Aquí hay también un núcleo de tepehuanos coexistiendo entre una mayoría mestiza —no en balde hay una amplia colindancia con Mezquital—. Pueblo Nuevo colinda con Sinaloa, hacia el oeste, y es bañado por el río Presidio, otro de los grandes aportadores de las Marismas Nacionales. Pero la historia allí es diferente: Pueblo Nuevo tiene algunos de los mejores aprovechamientos forestales de México, en ejidos certificados que están vendiendo madera y subproductos en el mercado internacional. La certificación significa que el daño ambiental se ha minimizado, no se extrae madera ilegal y los inmensos pinares cubren la montaña y permiten actividades alternas como el ecoturismo.
Durango “cuenta con casi cinco millones de hectáreas de bosque templado y ocupa el primer lugar de existencias volumétricas de material forestal en el país, con un volumen aprovechable promedio al año que oscila entre 2.5 a 2.8 millones de metros cúbicos […] el estado contribuye con 22 por ciento de la producción nacional, mientras que el municipio de Pueblo Nuevo genera 25 por ciento de la producción forestal estatal. La actividad forestal es, dada su magnitud en cuanto a inversiones y por el producto y empleo que genera, muy importante en la economía de Durango. Se estima que la silvicultura participa a nivel estatal con 8 por ciento del Producto Interno Bruto y genera el 45.3 por ciento del empleo manufacturero en la entidad”, señalan Hernán Luna Pérez y Jorge Abel Sánchez Medrano en su tesis profesional: Evaluación operacional y ambiental del abastecimiento forestal en el Ejido San Pablo, Pueblo Nuevo, Durango, del año 2008.
Aquí no hubo depredación, sino aprendizaje para generar un emporio maderero con sustentabilidad, señalan orgullosos sus habitantes. Un dato revela mejor esa situación: de poco más de medio millón de hectáreas certificadas en todo el país por ejidos y comunidades forestales, más de la quinta parte son de esta región. Un ejemplo contrastante con el arrasamiento de bosque que ha padecido Mezquital en la última década.
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Jerónimo Vázquez Hernández, comisario del ejido Agua Zarca
El hombre del desierto
Don Jerónimo es hijo de estas tierras ardientes enclavadas al sur de la capital de Durango, donde poco llueve, no se levantan vigorosas las mazorcas de maíz o las espigas de trigo y la contaminación de la gran papelera del valle de Guadiana mató un río copioso y ubérrimo, el Mezquital, hace más de 30 años.
Su pueblo es El Troncón, donde fue parido un 3 de marzo, en el año 1951. Se ostenta como comisario del ejido Agua Zarca, nombre que remite a una corriente azulácea hoy gris y corrompida, cuyos limos adulterados asesinan lentamente los soberbios sabinales que acompañan desde hace siglos su paso entre las implacables montañas.
Con sus padres y abuelos, El Troncón ya existía. Pero la vida era muy diferente. La cercanía geográfica a la ciudad no la hacía accesible por los malos caminos, y se andaba en bestia. La distancia se medía por jornadas, y se requerían hasta tres en remuda para transportar productos agrícolas a comerciar en Durango.
“Aquí se ha vivido todo el tiempo de la agricultura y la ganadería; maíz, frijol, cacahuate, camote, chile, papa; había unas huertas grandísimas de naranja, y criaban vacas, cerdos […] uno producía lo que se comía, y eso ya no pasa porque ya no es buen negocio…”.
Según el inminente sexagenario, el clima cambió. “…antes, pos llovía más y había más vegetación, y ahorita ya está muy deprimido todo, el agua es más escasa, la lluvia no siempre llega; en aquel tiempo donde querías había para tomar agua […] en los mismos arroyos tenía la gente sus huertecitas, y vivía de eso; recuerdo un huerto famoso en el arroyo del rancho: naranja, lima, limón, chirimoya, zapote, guayaba, pitayas […] las familias de eso se sostenían y se cambiaban cosas, el que tenía su frijol lo daba a cambio alguna fruta y no había que salir a comprarlas a otras partes…”.
Con toda esta cornucopia maravillosa, la región apenas estaba poblada de mezquites y matorrales, pues los bosques comenzaban a partir del Cerro Blanco, una montaña ancha colmada de peñascos que domina el paisaje desde la cabecera municipal. De allí se penetraba en la región de La Michilía, con sus lobos y osos extintos, y grandes pinares hoy mermados.
“Animales así, salvajes, me tocó venado o jabalín, león muy escaso, lobo decían que había los más viejitos, y coyotes…”.
- ¿No bajaban los lobos para atacar ganado?
- Pues platicaban los antiguos, como mi papá, que había lobadas y bajaban a comerse los animales […] acababan con todo lo que había, y a todos dejaban sin animales…
En la reserva de la biosfera La Michilía está en operación un programa de crianza para una futura reintroducción del Canis lupus Baileyi. Don Jerónimo ve difícil, ante el triunfo aplastante de la leyenda negra del depredador, que los campesinos, aunque forman parte de una generación que jamás vio un solo cánido en libertad, acepten ese regreso.
De sus pérdidas, la que sí les pesa es la del río Mezquital, que deambula sinuoso y solitario. “Yo me acuerdo, estaba muy limpia el agua; nosotros de chiquillos de cinco años íbamos al río a tomar y a nadar, y la gente vivía de sus peces: bagres, camarón grande… pero al poco tiempo se empiezan a hacer las presas y bajó menos agua; luego, Celulósicos Centauro [hoy Industrias Centauro] lo contaminó, y como la capital creció, sus drenajes se vinieron para acá y empeoraron todo…”. Así, la Arcadia del desierto desapareció, y los campesinos comenzaron a migrar en busca de nuevos sueños y renovadas abundancias.
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