domingo, 2 de enero de 2011

Las disputas por el agua y los limos




Los precarios equilibrios con el mar se están perdiendo en las Marismas Nacionales. Tres nuevas presas, junto con carreteras y megadesarrollos, ponen en entredicho la salud de los humedales costeros más importantes del noroeste del país

Marismas Nacionales, Nayarit y Sinaloa. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS


El río San Pedro “es uno de los ríos más sanos que hay; nace allá por Mezquital, en Durango, y no hay industrias hacia abajo”, comenta Julio Mata Ceja, restaurantero, prestador de servicios turísticos, pescador y cultivador de ostiones en el ejido Toromocho, al sur de las vastas Marismas Nacionales.

Si se considera que ese sistema hidrográfico aporta más agua dulce que cualquier otra fuente en esta zona costera nayarita, es fundamental para mantener el equilibrio en los complejos ecosistemas locales, pero es un papel ambiental que hoy está amenazado: “nos quieren poner una presa hidroeléctrica los de la Comisión Federal de Electricidad, andan en campaña, estamos muy preocupados”, señala mientras dirige su barcaza por el agua con rumbo a la zona núcleo dos de esta reserva de la biosfera decretada apenas en mayo de 2010.

Los campesinos de todas las marismas han acudido en los últimos meses a diversas reuniones con otros afectados por represas del país, en busca de establecer estrategias para apoyarse en caso de que se les quiera imponer el megaproyecto. La última fue los primeros días de octubre, en Temacapulín, Jalisco. Su oposición la basan en una experiencia probada: las desastrosas consecuencias que ha tenido por 20 años la contención del río Santiago en la cortina de Aguamilpa, que ha privado de nutrientes, limos y agua a la parte sur de la región, y además, ha impedido la llegada al mar de grandes arrastres que mantenían a raya al océano Pacífico, cuyo apropiamiento de las playas se aceleró a tasas de 16 metros por año.

Pero los pescadores de los esteros viven en realidad todos los males que aquejan a los grandes humedales costeros del mundo: la pérdida del equilibrio en la mezcla de los aportes de aguas dulce y salada; el corte de corredores de especies desde las montañas debido a la construcción de infraestructura mal planeada [desde presas hasta carreteras] y en contraparte, la invasión de especies exóticas; la deforestación, los cambios de uso de suelo (con su componente erosivo) y los aprovechamientos excesivos de los recursos naturales para actividades agropecuarias; y la contaminación por agroquímicos, por aguas negras de los poblados y por la basura, señala el director de la reserva, Víctor Hugo Vázquez Morán.

El funcionario de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), subraya la emergencia de un movimiento local propicio a la recuperación de la ecuación que hizo posible mantener la región por siglos; en la actualidad, los ejidos ya cuidan sus mangles y han establecido grupos de vigilancia para evitar saqueos de animales silvestres “porque han aprendido que del cuidado de sus ecosistemas depende la pesca, que les da subsistencia”.

No obstante, “hace falta que rija esa visión de cuenca, es muy complicado porque son diversos los ríos que tributan hacia las marismas, lo que obliga a buscar evitar daños en las partes media y alta de las cuencas que no son parte del área protegida ni de los sitos Ramsar, y en esto la Conanp no puede sola, requiere el concurso de otras autoridades federales, de los estados y los municipios”, pone en relieve.

La Conanp se compromete a estudiar y analizar el tema de Las Cruces una vez que se abra el debate formal, pues hasta ahora no hay manifestación de impacto ambiental. No obstante, la convención Ramsar, que envió una misión especial a solicitud del gobierno mexicano, en agosto de 2010, ya le entró al tema.

El sitio de la hidroeléctrica se ubica cerca de las comunidades de San Pedro Ixcatán y San Juan Corapán, en el ascenso hacia la sierra de los coras; prevé la inundación de 4,547 hectáreas y reubicar el poblado de San Blasito, de 100 habitantes, además de afectar otras cinco aldeas nayeris o mestizas.

El informe de asesoramiento de Ramsar destaca que en México, las políticas de agua han estado tradicionalmente separadas de la gestión de territorio y que suelen favorecer los usos productivos (irrigación o generación de electricidad) por encima de los ambientales. También destaca los débiles procesos de participación ciudadana en la toma de decisiones, y la falta de consideración de los “efectos acumulativos” de distintos proyectos cuyo historial en la región de las Marismas no ha sido el más afortunado.

Y aunque no adelanta una conclusión, el informe recuerda la norma oficial mexicana NOM-022-SEMARNAT-2003: “Toda obra de canalización, interrupción de flujo o desvío de agua que ponga en riesgo la dinámica e integridad ecológica de los humedales costeros, quedará prohibida, excepto en los casos en que las obras descritas sean diseñadas para restaurar la circulación y así promover la regeneración del humedal costero”. Para los ecologistas, es difícil defender el proyecto Las Cruces ante este enunciado tan contundente.

El investigador de la Universidad Autónoma de Nayarit Manuel Blanco, ve esa obra como la puntilla para las Marismas Nacionales. “Indudablemente, la hidroeléctrica retendrá todos los sedimentos de fondo, provocando un efecto similar a la erosión litoral que provocó Aguamilpa […] pero en las lagunas costeras interiores, además de alterar el régimen hidrológico del corazón de las marismas. Los impactos sedimentarios serían la alteración de la programación aluvial y estuarina con procesos erosivos agresivos similares a los que se viven en la playa, especialmente en las cuencas mareales [de mareas] de Agua Brava y Camichín-Mexcaltitlán”, esto sin olvidar que la falta de sedimentos hará menos productivos los ecosistemas. “Sin duda alguna sería una insensatez construirla”, advierte.

El tema de la hidroeléctrica Las Cruces va aparejado con la creación de otros dos grandes sistemas de represamiento en Sinaloa: las presas Picachos, sobre el río Presidio, y Santa María, sobre el río Baluarte, lo que trae aparejada la apertura de un nuevo distrito de riego adyacente a los pantanos de Huizache Caimanero, que es el extremo norte de las marismas. Esto por sí solo demuestra la desconexión de discurso y estrategias entre el sector ambiental oficial y las demás autoridades formales, que además, pretenden abrir al menos un megaproyecto turístico (en Escuinapa) y concluir dos grandes autopistas para conectar desde el oriente (Monterrey-Durango) y el centro del país (Ciudad de México-Tepic) una zona que permanece porque nunca fue de fácil acceso (ver gráfico anexo).

Este complejo entramado es a lo que se enfrentan pescadores como Julio Mata, que tratan de mantener la producción de los esteros. En su recorrido matinal llama la atención sobre el modo en que el lirio, una especie invasora, prospera en tiempos en que hay más flujo de agua dulce, y luego muere estacionalmente cuando las mareas son las que triunfan. El manglar es como una selva y sus grandes brazos cierran canales y obligan a buscar nuevas salidas. Los visitantes recorren las zonas de reproducción inducida del ostión, que da de comer a buena parte de los ejidatarios, proceso económico que salvó al molusco de su extinción local por sobreexplotación. Y llegan a la isla de Mexcaltitán, que este día es una pequeña Venecia con calles anegadas, morenas exuberantes que se acicalan en el portal con sus shorts apretados, muchachos bulliciosos que beben cervezas, señoras que ahuyentan el calor con sus abanicos mientras comentan la última novedad del islote.

Es un orgullo nayarita. Se dice que formó parte del mítico Aztlán de los mexicas peregrinos, que en el año 1325 edificarían a mil kilómetros de aquí la ciudad que hoy tiene los mayores problemas ambientales del planeta. Historias de conquista, de globalización y de cambios climáticos.

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Humedales costeros,
una crisis planetaria

El cambio de uso de suelo fomentado por el hombre y no el cambio climático global es el factor que está destruyendo los humedales costeros de México y el mundo, advierte el investigador del Centro Universitario de la Costa Sur de la Universidad de Guadalajara, Francisco de Asís Silva Bátiz.

En su ensayo predoctoral denominado “Impacto del cambio de uso de suelo y la cobertura vegetal en los humedales costeros”, el también jefe del Departamento de Estudios para el Desarrollo Sustentable de Zonas Costeras de la casa de estudios señala, además, la modificación de los flujos del agua dulce, la sobreexplotación de los recursos vivos y la sedimentación excesiva, como motores de deterioro.

“El desvío del agua dulce que normalmente llega a los estuarios ha significado pérdidas en la llegada de agua y sedimentos a las áreas de crianza y sitios de pesca en la zona costera, afectando el sustento de millones de personas que dependen de estás áreas para la producción pesquera […] a nivel mundial, aunque las actividades humanas han aumentado los flujos de sedimentos a los ríos en cerca de 20 por ciento, las represas y el desvío de las aguas impiden que alrededor de 30 por ciento de los sedimentos alcance el mar, resultando en una reducción neta de la llegada de sedimentos a estuarios […] en alguno casos el proceso es al contrario, es decir, incremento de sedimentos debido a la deforestación de la cuenca alta y media…”.

“En las últimas cuatro décadas, la carga excesiva de nutrientes ha pasado a ser uno de los factores directos […] el flujo de nitrógeno reactivo hacia las costas y océano se incrementó en 80 por ciento desde 1860. Las aplicaciones de fósforo se incrementaron tres veces desde 1960 a 1990, lo que provocó su acumulación en los suelos que mantiene hasta nuestros días un arrastre de hacia los humedales”.

¿Por qué se propicia esta destrucción? Hay beneficios económicos en el corto plazo que son mayores a los de conservar los humedales, pues muchas veces traen subsidios públicos que disfrazan las pérdidas; las personas que más se benefician directamente de su conservación son pescadores y agricultores pobres, sin influencia en la toma de decisiones políticas; además, hay una amplia ignorancia de los servicios ambientales de un humedal, tanto en relación al enorme aporte que hacen a las pesquerías comerciales como en cuanto al amortiguamiento de fenómenos climáticos extremos.

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Gilberto Aguas Ríos. Cuidador del manglar en el ejido Palma Grande

El navegante de la marisma

PÚBLICO EN PRIVADO

Los laberintos que forma el agua al abrirse paso entre miles de hectáreas de mangle tupido, en el corazón de las Marismas Nacionales, no han atemorizado a la última generación de sus conquistadores, que conocen casi cada palmo de este enorme reino de fronteras difusas.

No obstante, el manglar es espacio silvestre y fértil en horrores: desde animales feroces que muy pocos han visto, hasta embarcaciones que zozobran una mala tarde de vientos. Chozas que vuelan montadas en meteoros, hombres que asesinan y sólo dejan el rastro: esos fantasmas que algunos anocheceres deambulan sobre las aguas, emulando al Cristo de las parroquias, pero mudos como el secreto que los hace permanecer en el limbo acuático.

De esto sabe don Gilberto Aguas Ríos, con nombre de huracán y apellidos acuosos, lo que tal vez le permitirían reclamar la vasta heredad como parte de sus títulos. Ni siquiera es nativo de la región. Vio la luz en Santa Teresa, municipio de Tequila, en Jalisco, en 1957, y a su vez era fruto de una anterior migración de sus padres y abuelos desde Sánchez Román, en Zacatecas. Llegó a Palma Grande alrededor de 1980, es militar retirado y hoy sirve en el ejido de la localidad para los trabajos técnicos y la vigilancia, por lo que navega los esteros en el cuidado del mangle. Antes de esa tarea, se empleó en el campo como jornalero y encontró mujer, con la que se asentó en esta tierra y procreó cuatro hijos.

“La verdad es que aquí me gustó porque en aquel entonces había mucho trabajo, por el tabaco, por los chilares, hasta los huicholes se venían al corte; me gustó la forma de vivir de la gente, que es muy alegre, es gente de bien, no es de pleitos”, pese a los conflictos agrarios, que han dejado estela de muertes en el pasado —“pero no de manera escalofriante”— y a los que hoy no se ve su final.

El viaje por la marisma lleva al encuentro con seres silvestres. “De repente encontramos reptiles, serpientes que nomás atacan si se sienten amenazadas; mapaches que cruzan el agua nadando; se escucha de vez en cuando el jaguar que ruge, pero no se deja ver, y pasa de un islote a otro; los cocodrilos alguna vez dieron sustos a las personas, pero nunca supe que le hayan mochado el brazo a nadie; sí hay venado, pero más hacia la tierra firme…”.

De los hijos, dos trabajan como maestros en Zapotlanejo, Jalisco, y una es enfermera justamente en Unión de Corrientes, donde prestan su servicio social. El cuarto, único que no quiso estudiar, lo acompaña en el trabajo cotidiano. Y es en esa tarea que se ha informado de las historias sorprendentes. “Aquí lo hemos sabido por la gente que pesca y los atarrayeros, que han visto espantos, supuestamente difuntos caminando sobre el agua que luego se desaparecen […] son como siluetas que se aparecen, algunos de personas que conocieron; les hablan y no contestan, nomás se pierden entre la maleza…”.

La marisma no revela todos sus misterios, pero este cincuentón la sigue custodiando de sus peores fantasmas, desgraciadamente muy reales: los depredadores humanos, que talan su mangle, cazan sus especies y contaminan sus aguas. También aparecen como espantos. La tarea es no dejarlos y por eso el mangle tiene a su guardián, explica el viejo bajo la tarde soleada que declina.

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