jueves, 17 de febrero de 2011

Guadalajara, del auge a la descomposición



De los dorados sesenta, se llegó a la caótica ciudad del futuro. La urbe que hoy cumple 469 años de fundación, vivió su mejor etapa hace menos de medio siglo, cuando tenía un millón de habitantes, élites más osadas y generosas, y mayor solidaridad social


Guadalajara. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO. Edición del 14 de febrero de 2011

El cronista tapatío Juan José Doñán se pregunta igual que Santiago Zavala, el protagonista de Conversación en La Catedral, mientras “mira la avenida […] sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de anuncios luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris…”: ¿En qué momento se jodió Guadalajara?

La pregunta es pertinente, en un aniversario más de la fundación de la antigua capital de la Nueva Galicia, ciudad peregrina que sobrevivió en su cuarto asiento, perseguida por la implacable rebelión chichimeca en el agitado siglo XVI.

Tras un parto difícil, vendrá el lento despegue de un enclave comercial y de servicios que aunque no tenía las riquezas minerales de Zacatecas o Guanajuato, ni era la sede del poder como México, supo sacar provecho de su situación geográfica, a medio camino de las costas, de las montañas de la plata y de la capital de la Nueva España.

En qué momento se jodió, como el Perú de Zavalita, cuando fue una ciudad de armonía y de eternas primaveras, recuerda el investigador ambiental Arturo Curiel Ballesteros de esos dorados sesenta del siglo XX, en que había sentido de comunidad, el auto no hacía falta ante la cortedad de las distancias, el consumo no era un delirio de productos efímeros que provocan más de cuatro mil toneladas de basura por día, y la atmósfera era transparente.

“Creo que la Guadalajara de los sesenta venía como de estrenar su primera modernidad, de empezar a experimentar el crecimiento acelerado de esas décadas, pero conservando esa escala que era muy razonable y muy vivible”, tercia el arquitecto Juan Palomar Verea.

Es la época del modelo del Desarrollo Estabilizador, el auge del viejo régimen priista, pero de ímpetus civilizadores gracias a una clase eclesiástica y empresarial avenida a la conciliación con una élite revolucionaria en la que no faltaban incienso y Te Deum laudamus...

En 1964, la ciudad festejó con júbilo su habitante un millón. “No sé cómo le hicieron para ubicar ese alumbramiento; un niño de una familia de apellido Gutiérrez Pardo, el 8 de junio de 1964; los periódicos de la época sacaron editoriales, francamente muy graciosos, diciendo que Guadalajara había llegado ahora sí, no a su mayoría de edad, pero sí que ya era una metrópoli, o sea, digna de hablarse de tú con las grandes capitales del mundo, y nadie lo tomó a mal; por el contrario, hubo un festejo grande a este muchacho, y le pusieron el nombre como racimo de plátanos de las autoridades civiles y religiosas de la época: Juan por el gobernador Juan Gil Preciado, José por el cardenal y arzobispo de Guadalajara, José Garibi Rivera, y Francisco por el alcalde Medina Ascencio […] eran momentos de optimismo”, narra Doñán.



¿Cuál fue el secreto de la insospechada armonía de contrarios? “Es una época en Guadalajara donde coincidieron una serie de autoridades e incluso líderes de las llamadas fuerzas vivas, que no tienen comparación con las actuales, empezando por la propia cabeza de la Iglesia católica tapatía, José Garibi, que para muchos es el político jalisciense más importante y más dotado del siglo XX; un personaje mas allá de sus deberes con la grey católica, que era capaz de cumplir una función de puente, de correa de transmisión, aprovechando su gran ascendencia política, social y moral, para crear acuerdos”, sigue el cronista.

Así, concilió a empresarios católicos y protopanistas, encabezados por Efraín González Luna, con el gobernador Agustín Yánez (1953-1959), ex católico activista que había dejado resentidos al pasarse del lado de la revolución institucional, y lo alió con los industriales, encabezados por Salvador López Chávez, autor del milagro tapatío llamado Canadá.

“Con todos los siguientes gobiernos, mientras vivió Garibi, cumplió muy bien esa función; es decir, hizo política, y quiénes se beneficiaron de estos acuerdos políticos, pues la sociedad jalisciense, la sociedad tapatía en particular […] en los sesenta, urbanísticamente ya más o menos se habían cerrado las cicatrices de la apertura de las avenidas que hizo González Gallo; la ciudad además tenía un crecimiento económico muy importante, se había establecido aquí empresas tan importantes como Motorola, y la década de los sesenta termina cerrando entre otros logros como traerse a la Kodak; era sede de la mayor fábrica de calzado de América Latina: Canadá…”.

Son los años en que se crean las Fiestas de Octubre; Julio Bracho dirige la famosa película Verano en Guadalajara y el cómico Clavillazo filma con los jugadores del Campeonísimo Guadalajara, las chivas, el mejor equipo de fútbol de la época, que conquista siete campeonatos nacionales entre 1957 y 1965. Jalisco produce campeones mundiales de box y un campeón de Wimbledon, Toño Palafox, el Potrillo, compañero del Pelón Osuna. Tiene también a algunos de los grandes nombres de la literatura en habla hispana, como el propio Yánez, el exquisito Juan José Arreola, el mítico Juan Rulfo; maestros de la plástica como Juan Soriano, y un científico de talla mundial, Guillermo González Camarena, inventor de la televisión a colores. Surge el estadio Jalisco, sede mundialista y sitio de comunión de las clases sociales de la ciudad.

“En los años sesenta había contaminación, pero no rebasaba la capacidad de carga de la atmósfera; hoy, la dispersión urbana ha atrapado poblaciones entonces lejanas y las ha deteriorado; por citar un caso, en El Salto, la gente iba a visitar la cascada, era un icono, un sitio de paseo, y ahora todos lo evitan; existían redes sociales, barrios, la gente tenía elementos de identidad y una condición de bienestar […]”, refiere Arturo Curiel.

Tras esta época de oro, la especulación inmobiliaria impondrá sus criterios para desarrollar todo lo que genere dinero por encima de lo que dicte la sensatez y la planeación.

“Fue cuando se despertó una cierta voracidad que nos ha acompañado desde siempre, pero que tenía una escala más mesurada, menos extensa, y creo que esa voracidad inmobiliaria se exacerba y explota a partir de los setentas y las décadas que les siguieron, tanto en el crecimiento formal o controlado, como sobre todo en el crecimiento informal, que fue un factor que le dio a Guadalajara una cara distinta, menos armoniosa”, refiere Juan Palomar.

Se vivirán en los setenta los tiempos de la guerrilla urbana. A finales de la década llegan los narcos de Sinaloa, que se mezclan y corrompen a parte de la burguesía local y muchos policías y autoridades. Pero la violencia de ambos fenómenos es selectiva, y no afecta al conjunto de los ciudadanos, a diferencia del explosivo fenómeno de los granadazos y los narcobloqueos recientes.

“Las presiones ambientales se ha multiplicado más que la población y rebasó las capacidades naturales; antes se hablaba sólo de voluntad política para hacer las cosas, ahora también, pero falta una capacidad política para hacerlo, los problemas se han hecho más complejos”, comenta Curiel Ballesteros.

También, “ha habido fenómenos que han acentuado la visibilidad de las desigualdades, tantas colonias que conocemos que tienen carencias en muchos sentidos, donde hay pobreza y una serie de dificultades, y también esta tendencia nefasta hacia la segregación urbana que ha representado el problema de los cotos, que conlleva a una serie de problemas para la ciudad y que hace de alguna manera que el espacio común se fragmente y se haga difícil de compartir; creo que si existe ese problema, y que todos lo podemos leer, y que es una manifestación de nuestro tiempo”, indica Palomar.

Se perdió el orgullo y se jodió la ciudad, como le pasó al país del personaje de la novela de Mario Vargas Llosa. “Es difícil sentir orgullo cuando vez una banqueta destrozada”, lo justifica Curiel. “Comparada consigo misma, Guadalajara se ha deteriorado en muchos sentidos, y es responsabilidad de las generaciones de entonces para acá, y ahí habría que incluirnos en las responsabilidades de que hemos ido dejando caer la ciudad, por desidia, porque se tiene menos tiempo, y en el fondo también es por un menor aprecio”, agrega Doñán. Por eso se pueden contemplar las avenidas sin amor, entre cielos grises y edificios anodinos, entre autos y camiones que arrojan toneladas de humo, entre árboles frondosos que, bien se sabe, ya están condenados.

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Una visita a dos Guadalajaras, algunos datos



• En 1960, la ciudad se ubica exclusivamente en territorio del municipio de Guadalajara y se extiende sobre 9,047 hectáreas con 740,396 habitantes. Cuatro años después, en 1964, alcanzará su habitante un millón. Es la época de oro del “desarrollo estabilizador”.

• En 1960, los tapatíos mueren principalmente por las siguientes cinco causas, en orden descendente: gastroenteritis y colitis; enfermedades de la primera infancia; gripe y neumonía; accidentes y tumores malignos. La mortalidad infantil de menores de un año es de 90.62 por cada mil nacidos vivos. Esperanza de vida: 60 años.

• En 1960 no hay estadística de emisiones a la atmósfera, pero en 1976, con cerca del triple de población, se estiman 570 mil toneladas de contaminantes. En generación de basura por habitante, investigadores la ubican en menos de 300 gramos al día en 1960 p En 2010, Guadalajara es una megalópolis conformada por ocho municipios que se extiende sobre casi 63 mil ha y alberga cuatro millones 434,252 habitantes. Ha crecido seis tantos en población y siete en superficie en comparación con medio siglo atrás.

• En 2010, las principales causas de muerte, también del uno al cinco, son las enfermedades del corazón, tumores malignos, diabetes mellitus, los accidentes y las enfermedades cerebrovasculares. La mortalidad infantil de menores de un año es de 18.1 por cada mil nacidos vivos. La esperanza de vida es de 73 años para varones y 78 para mujeres.

• En 2010, con más de 1.6 millones de autos circulando, suben a la atmósfera más de millón y medio de toneladas anuales de contaminantes, y el morador de la metrópoli produce aproximadamente 1.1 kg diarios de basura

Fuentes: INEGI, Coepo, urbanistas.

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