lunes, 28 de febrero de 2011

Franeleros: pobres pero honrados


“Pagan justos por pecadores”, aseguran ante el anuncio de las autoridades tapatías de que harán un operativo en su contra, al vincular a los “viene viene” con el robo de autopartes.

Guadalajara. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO

"No, yo no le hago a eso, yo nomás trabajo”, exclama irritado Julio, un franelero de apenas 19 años que tiene desde los siete ganándose la vida en la calle. Ha de haber algunos colegas que ayudan a los ladrones de autos, pero son los menos; la mayoría hacen un trabajo honrado, “fíjese, yo traigo mi propia cera y le hago un encerado de su carro mucho más barato que los de los autobaños, de eso vive uno”, agrega el muchacho moreno de cabellos hirsutos.

Sus argumentos vienen a cuento luego de que el secretario de Seguridad Ciudadana de Guadalajara, Servando Sepúlveda, anunció que se retomará el operativo contra los franeleros, ante la presunción de que estos apoyan el robo de autopartes, mismo que comenzarán en las primeras semanas de marzo con un censo de los “viene-viene” (Público Milenio, 27 de febrero de 2011).

Julio vive en Rancho Grande y todos los días acude a las afueras del templo de San Judas Tadeo, en Colinas de la Normal, donde hay una gran actividad comercial y él practica su “viene viene”, ofrece una lavada o una encerada de auto y vive en paz entre los vecinos, que ya lo conocen: “Sí hay algunos que ayudan a los ladrones, pero eso no pasa aquí, pregúntele a los dueños de los negocios lo que piensan de mí”.

La actividad de los “franeleros” se extiende por toda la ciudad donde las actividades comerciales hacen que un espacio para estacionarse sea competido. Por ejemplo, el barrio de San Antonio, donde hay un tianguis todos los martes, pero además, el uso mixto de suelo ha hecho que los negocios de azulejos invadan la periferia, sobre la avenida Niños Héroes, a lo que se suma que antiguas casas de este barrio tradicional se han convertido en oficinas o negocios de diversos giros, sin dejar de mencionar el mermado mercado de la zona.

Allí opera otro grupo grande de franeleros, al que pertenece Juan. Con su infaltable trapo rojo a la cadera, el joven de 25 años aguza la vista para percibir los posibles clientes que llegan por la calle de Escorza y ganárselos a los rivales.

Los espacios libres están invadidos por cubetas y quien desee disponer de ellos, espera a que llegue alguno de los cubeteros para que levante el obstáculo. La cuota es libre, pero de menos un par de monedas de a peso. Con fortuna, lavarán el auto y sacarán 30 o 40 pesos.

“Nosotros nomás nos dedicamos a este negocio, no tenemos problemas con nadie; si dicen que por esta zona hay robos, eso es en las calles del otro lado de Tolsá [Enrique Díaz de León], pero estamos en paz con los vecinos, no nos pueden acusar de nada”, explica el muchacho.

Los moradores de la zona se han acostumbrado a su presencia y ya no tiene problemas, aunque al principio había mucha pelea por el apropiamiento de los cajones de estacionamiento. Ahora ya se ha generado una relación más o menos cordial, y tienen como recompensa el que sus propiedades son protegidas con más celo por los “franeleros”, pues de ello depende que puedan permanecer en la zona sin ser molestados.

Otra zona donde se da permanentemente el trabajo de los “viene viene” es el barrio de Santa Tere, donde un mercado muy bullicioso da chamba toda la semana, pero el tianguis dominical ofrece más oportunidad de trabajo. “Sí hay robos de piezas de los carros, pero uno qué puede hacer, son muchas calles, uno se queda vigilando lo que le encargaron y nomás no se puede ver todo”, se justifica Roberto, un hombre que perdió su empleo hace más de una década y por tener más de 50 años, ya no lo quisieron contratar en el aseo de escuelas, labor a la que se dedicó 30 años. Las patrullas de la policía transitan por la zona y lanzan miradas de recelo a los precarios artesanos de uno de los oficios más vilipendiados.

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