lunes, 2 de julio de 2018

Oblatos, la aburrida fiesta democrática


Tierras de vecinos bulliciosos y calles deterioradas, un relato electoral desdeña la Guadalajara populosa del oriente

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

La colorida imaginería electoral adquiere sus tonalidades más vívidas en la zona de Oblatos, al oriente de Guadalajara: cada dueño de finca, negocio, taller o barda exhibe sin recato sus preferencias electorales, como si esos lamentables pendones o pósters de los diputados, senadores y alcaldes del PRI, del sol azteca, de Morena, del Movimiento Ciudadano, del PAN y hasta del Verde, fueran una aportación estética a la ruda apariencia de las calles estrechas de pavimentos fracturados, árboles encorsetados en reducidas jardineras, bardas grafiteadas, fachadas descuidadas o tan sobrecargadas de decoración que de lo kitsch se hacen gore, sin que el vecino en cuestión alcance a maliciarlo, no se diga a sentir el leve estremecimiento de un buen cuento gótico.

Tradicionalmente “no prioritarios” en las políticas de gobierno, este fragmento populoso de una metrópolis de cinco millones de habitantes, ha sabido generar sus propios espacios de gestión, que a veces llegan a la cuasiautonomía.

Si lo duda, visite usted la Hermosa Provincia, que en su centro comunitario parece otro país: vestidos largos, rostros afables, música como de paletería (dícese del carrito del que vende paletas de hielo con sabores), inofensiva (aquí, un improbable Settembrini importado de la Montaña Mágica no podría afirmar que “la música siempre es políticamente sospechosa”), adormecedora (aunque hace soñar sueños de la niñez); un fastuoso templo, el símbolo máximo del culto de La Luz del Mundo, que parece ascender a los cielos, aunque esté lleno de vidrios espejeados y recubrimientos de láminas doradas como para que se vea bien brilloso; paradores donde se promueven el conocimiento necesario (la oferta de la semana: cursos para conocer organizaciones católicas. El Yunque, los Legionarios de Cristo, el Opus Dei, los jesuitas, que no le digan, que no le cuenten). La lascivia aquí ha sido emasculada, las señoritas no lucen sus curvas y los muchachos no parecen saber el abecé del caló ni las obras maestras del reggaetón.

La elección en la casilla 1331 es fiel reflejo de esa mansedumbre. Los votantes se forman sin aspavientos, y el policía privado que custodia el instituto fundado por el apóstol de cristo Joaquín Aarón, señala orgulloso la aburrida jornada, modelo de civismo. A las ocho estaban instalados. A las once comenzaron a llegar en grandes cantidades. A las dos de la tarde, ya hacía hambre, pero la fila se mueve como Dios manda. 

Tendrá que salir de aquí si desea asomarse a la vida real, la que viven esos relativistas, y a ratos cínicos, católicos sincretistas (un poco de todo, como todo católico que se respete), quienes todavía dominan el oriente de la ciudad aunque bulle la competencia religiosa, el feroz capitalismo por las almas: a un templo fundado sobre la fe de Roma, sucede a la siguiente cuadra un recinto Bautista, luego una estancia dela iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, luego alguna finca donde leen tarot y hacen brujería, después El Baratillo, ese babilónico comercio de todo lo que demandan el cuerpo y el espíritu. 

Estos bulliciosos vecinos con fama de ser levemente salvajes, tienen bien enraizados sus ritos de convivencia, una verdadera forma de civilidad: las casillas, en el día que la crítica política ha marcado como el más decisivo para el destino de la democracia mexicana desde hace al menos 18 años, transcurren su horario sin más incidentes que las llegadas tarde de los funcionarios ciudadanos y la necedad aleatoria de votantes que quieren ejercer su sufragio aunque no sea su sección.

“La gente se pone pesada, no la haces entender que debe ir a dónde su credencial marca”, dice Juan, uno de los funcionarios de la casilla instalada en la colonia Agustín Yáñez, por la avenida Presa de Osorio, una de las arterias de la zona, muy cerca ya de Javier Mina. Los votantes urgen a ser orientados o que se les permita ejercer el sufragio, mientras de una finca cercana, un vecino lamparón en un carro rojo lustroso pone su estéreo a todo volumen con el último éxito de la banda Cuisillos. La perturbación del espacio es normal. Es decir: si tienes y los demás no pueden saberlo, para qué lo tienes.

La noche llega y los reportes son que la jornada en la Guadalajara popular transcurrió en santa tranquilidad. Andrés Manuel López Obrador será presidente de México, Enrique Alfaro será gobernador, el PRI parece hundirse junto con el PAN. Los pobres –prometen- serán eje de los programas de gobierno. En el oriente la historia no se detiene. “Ya veremos si nos cumplen, si mejoran nuestra vida”, dice escéptico don Pedro, un votante octogenario que ha visto generaciones de políticos que no hicieron, como dice la fábula de Swift, “que crezcan dos briznas de hierba donde antes crecía una” (Los viajes de Gulliver).

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