jueves, 29 de marzo de 2018

La mata Sandoval: vida y muerte en los cañones zacatecanos



La región donde Jalisco y Zacatecas se encuentran , áspera y seca, fue escenario privilegiado de vidas afectadas, para bien y para mal, por la rebelión católica (II de V partes). Fotografías de Carlos Dávila

Agustín del Castillo / El Teul de González Ortega. MILENIO JALISCO. 

Hay una arraigada mata de sandovales en los pintorescos pueblos de cantera rosada del sur zacatecano, hasta el lindero poniente de la meseta alteña, en Jalisco: El Teúl de González Ortega, Florencia, La Ceja, García de la Cadena, Yahualica, Nochistlán. Los expertos en heráldica señalan que el apellido deriva de Sandoval de la Reina, un lugar perteneciente al partido judicial de Villadiego, en la provincia de Burgos, España, antes de su mundialización con la conquista, en el siglo XVI.

El caso de Florencia y El Teúl es el de dos poblados unidos, entre otras cosas, por un apellido, pero enfrentados por la disensión profunda que acarrea el conflicto religioso, que en esas zonas ocupa los años 1926-1929 y 1931-1939. En 1905, nació en el entonces llamado San Juan Bautista del Teúl quien a la postre fue un próspero comerciante, Ramiro Sandoval, hijo de don Cástulo y tío del escritor Luis Sandoval Godoy. De su participación o siquiera sus ideas sobre la disputa no quedan evidencias, pero su hija Lilian recuerda que una tragedia personal, la muerte de su hermana Sara, motivó la salida de familia hacia Guadalajara en 1931.

En Florencia nació, sin que se tenga clara la fecha, probablemente a finales del siglo XIX, el principal guerrillero cristero de la demarcación: Pedro Sandoval. Azote de los teulenses, que eran partidarios del gobierno, su muerte durante la segunda Cristiada, en 1937, hizo que su cuerpo fuera vejado en esa plaza donde era visto con terror. Fue hora de desquites tras una década de agravios.

Don José Maldonado es uno de los últimos testigos de esa época. Nacido en 1923, en el rancho Santa María, recuerda que su padre pudo morir muy pronto en medio de los delirios de la violencia. Había tres hermanos, y varios tíos, sumados a la guerrilla encabezada por Pedro Sandoval. Pero sus padres eran pacíficos.


Fueron trece hijos, pero los guerrilleros de Cristo Rey eran Alejo, Vidal y Epifanio, “y mis tíos Abraham, Gregorio y Simón, eran hermanos de mi madre; ellos ahí anduvieron, y nosotros en el rancho. Llegó un día en que pusieron una [auto] defensa [gubernamental] ahí, en el rancho […] mi papá se llamaba Apolonio Maldonado; le decían: si usted no nos entrega monturas lo vamos a matar; mi padre alegaba que no había […] madre viendo eso, agarró unas calabazas: en lo que arreglan su asunto coman calabazas, dijo, y ahí comieron… total que después de la comida como que ya se les bajó y se fueron…”.

- No, pues bendita comida, buena la mano de su mamá.
- Sí, ja.

El viaje al cañón

A El Teúl se llega apenas remontados desde Guadalajara los abismos de los ríos Santiago, Juchipila y Cuixtla, que antes de las carreteras pavimentadas y la modernidad, dieron reputación de inexpugnable a la áspera región de pastizales amarillos, acacias y vegetación espinosa; lobos, venados y gatos monteses; acantilados habitados por aves de rapiña y zopilotes; vientos inestables, cielos anchurosos y paisajes dorados por un sol que parece competir con los tesoros de la tierra. Mezquital del Oro, por ejemplo, era ya explotado para extraer metales preciosos desde los años finales del siglo anterior, con empresarios estadounidenses atraídos por la Pax Porfiriana, y daba mucho empleo a toda la zona.

Pero la revolución interrumpe este dinamismo. Desde 1910 se ha vuelto una demarcación insegura, lo que ha llevado a la conformación de defensas o autodefensas rurales, que tienen la bendición del lejano estado mexicano, y al fortalecimiento de cacicazgos, sucesores de los jefes políticos de la administración liberal caída en desgracia. El conflicto religioso se acentúa tras el fin del régimen huertista, cuando se culpa al clero católico de complicidad con el usurpador nacido en Colotlán. Los rancheros y los hacendados además se enfrentarán a otro fenómeno típico del carrancismo, y luego obregonismo y callismo triunfantes: la reforma agraria. A diferencia de Los Altos de Jalisco, donde el reparto agrario de facto ocurrió muchísimo tiempo atrás, con la atomización de pequeñas propiedades en minufundios, aquí los agraristas serán actores relevantes en el partido gubernamental.

El 2 de enero de 1927, los cristeros habían tomado Jalpa. El 8 de enero, un sublevado Pedro Sandoval había sido apresado. “lo apresó el coronel Ruiz en el rancho El Durazno, Monte Florencia. Salvó su vida gracias a una antigua amistad con Eulogio Ortiz. Fue entregado a las tropas del coronel Cortés de las fuerzas de Anacleto López, que acababan de hacerse cargo de la Jefatura. Lo llevaron a Tlaltenango, a Zacatecas, a Sombrerete, y de nuevo a Tlaltenango donde iban a fusilarlo, pero escapó un día antes. Había sobornado a varios sardos. La Federación habría de lamentar mucho esta escapatoria durante los siguientes once años” (Luis Rubio Hernansaez, “Zacatecas bronco. Introducción al conflicto cristero en Zacatecas y norte de Jalisco, 1926-1942”. Universidad Autónoma de Zacatecas, 2008).



Según don José Maldonado, las provocaciones eran abiertas y constantes. “Desde 1927, usaban el templo de caballeriza, y las gentes del pueblo debían aguantarse […] desde los pretiles de la iglesia estaban los soldados de la federación mirando quién entraba al pueblo; había cristeros por El Capulín, y de allí vino un tío mío, y le dispararon, y así empezó, poco a poco, el combate, por la zona del camposanto; se agarraron, estuvieron todo el día, hasta que tocaron el clarín de la tropa. Los federales se quedaron con el pueblo”.

Para entonces, Pedro Sandoval había regresado. Hubo tres ataques, en febrero y agosto de 1927, y al menos otra ocasión en 1928. Esta descripción corresponde posiblemente a la última, que obligo a los guerrilleros a abandonar la zona con rumbo del cañón. El niño José iba con su familia. “En la noche nos llevaron al cerro, por la propiedad de Michel, el Infiernito, ahí nos quedamos […] en la casa había un corral grande, ya cuando fueron a levantar el campo, esta una mora grande [un robusto árbol] con un agujero, hueca, desplomada, y ahí estaba un trompeta herido, y otro soldado, los vieron y se los llevaron […] nosotros nos metimos a dormir; me platicaba un primo que los colgaron, por el motivo de que estaba el jefe rezando un rosario con su tropa; y ya para terminar, estaban en la letanía, y los que estaban cerquita de ahí escucharon que en vez de decir, ruega por nosotros, decían, bajito, ‘chinga tu madre’…”.

- Entonces firmaron su sentencia de muerte.
- Sí. Y pos ya les toco ahí; les decía el general: yo pensaba perdonarles la vida, pero por lo que veo eso a ustedes no los favorece, así que adiós. “Ah, nos tocó, ni modo”, le contestaron. Les dieron su última voluntad. Dijo uno de ellos, “a mí me dan un cigarro”, y ya le dieron un cigarro, y bueno, a cumplir las órdenes. Los colgaron y nos fuimos […] mi padre se había quedado con una parte de la familia en el rancho, y a mi madre la mandó acá; de ese modo nos partimos, era mi hermana, mi madre, mis dos hermanos y yo, nos fuimos cinco, y fuimos a dar a una barranca, le dicen la barranca de La Vaquera, allá por Florencia. Estuvimos escondidos ocho días.

No le iba mejor a El Teúl con el feroz guerrillero, al cual veían como un genuino Atila. “Pesan los sufrimientos de tanta viudez y las lágrimas de numerosos inocentes que gimen en la orfandad y que en muchísimos casos andan disputando en los campos a los cerdos las raíces” (testimonio de Juan María Castañeda, citado en el libro de Rubio Hernansaenz).



Vidas cambiadas

“Yo me vine del rancho como en 1960”, señala el anciano Maldonado, que habita una amplia casa del casco central de El Teúl. En 95 años se ha dedicado a la agricultura, al comercio y a la música. Ha visto morir a dos esposas y a cinco hijos, y prosperar a Juan, el mayor, de su primer matrimonio, quien vive en Estados Unidos. La nación del norte también fue hogar temporal del campesino, a partir de 1949, en seis ocasiones. Dice que ya no quiso regresar a arreglar papeles porque no le ve caso con Donald Trump en la presidencia de ese país, y toda su hostilidad hacia México.

José Maldonado hizo algo de dinero como violinista. Todavía conserva un instrumento, que trata de afinar mientras se acerca la medianoche y declina la conversación con los forasteros en un El Teúl silencioso. Hugo Ávila, editor de El Teulense, acompaña la conversación y le pide interpretar alguna de las rústicas polkas y canciones de despecho por las que le pagaban cuatro pesos la hora, por el rumbo de la Ceja, y que en abuso de su juventud, llegó a trabajar hasta cinco o seis días casi sin parar, no se fuerza sino para dormir unas horas y recargar energías. La mina de Mezquital aún derramaba riquezas, más bien modestas, tras décadas de violencia y abandono de la inversión. Más de alguno de sus vecinos acudía a los ríos y arroyos a buscar pepitas del metal preciado.

El violín trata de afinar. La voz carrasposa del viejo campesino canta una letrilla bucólica: “cuando salgo a los campos me acuerdo de un ser que yo ame muy profundo, era mi único ser en el mundo; la muy ingrata se fue, con uno que tenía más cualidades, yo soy pobre, tirado al olvido, pero vivo borracho, y en mi juicio, y un amor como el mío no hallaras, ella es rica y se llena de orgullo, y yo soy pobre, tirado a los vicios…”.

Se puede contradecir a Tolstoi: las vidas desgraciadas tal vez no son iguales, pero cómo se parecen. En la segunda Cristiada, a Pedro Sandoval lo rebajaron de guerrillero a bandido, y lo acusaban de robo y abigeato. En junio de 1938, en Huitzila, cerca de la frontera con Jalisco, fue abatido a tiros cuando quiso salvar a una mujer. “Su cadáver fue llevado al Teúl y arrojado en la plaza, donde la gente lo insultaba, y es que durante muchos años había sido el terror de esta población”, recuerda el autor de Zacatecas bronco.

Don Ramiro Sandoval murió de una enfermedad hepática en Guadalajara, en diciembre de 1973, no exento de esa dosis de amargura que a veces se destila sobre las vidas expuestas al recuerdo y al cambio. Siempre atajó la curiosidad de su hija sobre ese pueblo de cantera solar, a la sombra de un cerro mítico, cuya toponimia remite a los dioses olvidados de la vieja Caxcania. “En El Teúl no hay nada que ver”, decía ante la insistencia machacona de la infanta. En el lecho de muerte, quizás recordaba los oficios de la Semana Santa de su remota niñez para hallar un consuelo a la soledad del final:

“Pobre soy, y ando en trabajos desde mi juventud: mas en mi exaltación he sido humillado y desconcertado. Sobre mí pasaron tus iras, y tus espantos me perturbaron. Cercáronme como agua todo el día: y juntas me envolvieron. Alejaste de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos en el tiempo de mi miseria…” (Salmo 88).

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El dato

La guerra cristera dividió las regiones entre pueblos gobiernistas e insurgentes, como sucedió en otros conflictos nacionales.

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