viernes, 30 de marzo de 2018

Trópico nayarita: la resistencia anticristera de las haciendas



El caso de la hacienda de Tepuzhuacán, en Nayarit, relativiza el discurso de una rebelión católica incentivada por los ricos y los clérigos.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

María Concepción del Toro Curiel nació el 10 de mayo de 1923, y conoció a los cristeros bajo la óptica de los amos: hija de un próspero administrador de haciendas, su visión de la alteridad ocurre tras cumplir seis años, en la finca de Tepuzhuacán, un emporio azucarero de Amatlán de Cañas, Nayarit, cuya reputación venía desde los tiempos de la colonia.

"Mi padre era el administrador de la hacienda; era una hacienda que producía mucho: maíz, trigo, frijol, arroz, cacao, café, azúcar, con mucho ganado, con muchos lugares muy bonitos; mi padre se llamaba Federico, usaba pistola, montaba a caballo, un fuete como le llamaban, para montar y hacerlo que corriera fuerte; las personas, los hombres trabajadores, vestían todavía con calzón blanco y camisa con un cinturón rojo en la cintura; se hacía queso, se hacía chocolate y muchas cosas. Había españoles en la casa, argentinos, porque se hacía mucho café, entonces era mucho movimiento, aparte, las monedas eran de oro, era una moneda regular, chica, y en la oficina donde estaba mi padre había unos reposets y ahí se sentaban tres personas, pero cuando levantaban las tapas de los asientos había muchas cajitas con monedas, y llegaban cristeros a buscar a la hacienda, porque querían el dinero, y entonces las escondían en el techo de las casas, y los tapaban con escobas....".

A la hoy anciana, que pronto alcanzará 95 años de edad, le tocó acostumbrarse pronto a este áspero contacto con el México bronco: "había un momento en que a mucha gente la colgaban, porque cuando llegaban dos grupos de hombres a caballo, con estandartes, unos decían viva la Virgen de Guadalupe, y otros decían Viva Cristo Rey, y había problemas entre ellos; estaban cerrados los templos y era un pleito entre aquí y allá", señala, lúcida, desde el otro lado del auricular. La descripción acredita los frecuentes conflictos entre agraristas –solicitantes de tierras de los latifundios, armados por el régimen callista para hacer méritos matando católicos rebeldes- y los campesinos cristeros. Tepuzhuacán es, en este caso, la manzana de la discordia, por sus tierras y su oro.

(Cristeros nayaritas en acción)

La conversación es telefónica porque doña Concepción es residente en Yucaipa, California, como a hora y media de Los Ángeles, en Estados Unidos. Sus nietos en Guadalajara se ufanan de su magnífica memoria, de su independencia, de su capacidad para mantenerse activa a una edad tan avanzada.

Sus relatos de esa era remota confirman lo primero. "Un día llegaron y llevaban a mi padre agarrado por las manos, por detrás, y tapado de los ojos, para colgarlo delante de mi mamá y de nosotros que éramos muy chicos: mi hermano Federico era más chico que yo, mi hermano Alfonso era más grande; como querían llevarse a Alfonso, lo sacaron vestido de mujer, se lo llevaron a Guadalajara y lo internaron en un colegio [...]cuando lo iban a colgar uno de ellos dijo, a éste no, porque yo lo conozco; fuimos compañeros en la escuela, no le hagan eso. Entonces mi papá mandó a traer unas reses para que las mataran e hicieran carne y la asaran, y la gente de las rancherías les llevó tortillas, frijoles, para que comiera todo ese montón de gente". Ese día se salvó la estirpe Del Toro.

Pero los sobresaltos eran permanentes. "Nosotros vivíamos en la hacienda, y para ir a Tepic teníamos que ir con escolta de soldados [...] teníamos que ir cuando el dinero se llevaba, porque no había banco, lo llevaban en canastas que les llamaban pizcadoras, en cinco o seis bolsitas en las canastas, con dos canastas de cada lado; los soldados caminaban por las partes altas y nosotros por abajo con los animales, para poder salir. Entonces había un lugar llamado El Caracol, y ahí ponían muchas trampas para robar, asaltar; caminábamos con los ojos tapados para no ver a los colgados que estaban en los árboles, y en los corredores de la casa de la hacienda, había hombres amarrados, porque los soldados salían a hacer sus recorridos. Nosotros íbamos con mi padre a la oficina y yo veía todo eso...".

(Los reinos brumosos, las ocoteras de la Sierra de Álica, la vertiente Nayarita de la Sierra Madre Occidental)

A María Concepción no le tocó un secuestro, pero sí un accidente. "Yo iba en un animal macho para la hacienda y entonces me tumbó, y me pateó la cabeza. Duré como un año en cama porque no me podía mover, y de por sí era un peligro vivir por ahí...".

- ¿La gente del pueblo como veía la hacienda ante los cristeros y agraristas?
- Bueno, se ponían nerviosos porque veían esos movimientos, o se asustaban al igual que nosotros; más arriba de la finca había unas trojes donde guardaban las semillas, el trigo, el café, el cacao, y entonces llegaban porque empezaban a empacar ya estando todo limpio, y cuando el vigilante veía que venían [los rebeldes], nosotros nos dormíamos arriba de los techos donde estaba el frijol y el arroz.

Don Federico era un próspero administrador. También trabajó fincas en La Barca, en Jocotepec, en Ameca.

"Mi papá era socio de un señor que vivía en Guadalajara, detrás de la catedral, y se apellidaba Barba González [...] ahí llegaban todos los curas que venían de fuera, los obispos, que eran casi como el papa; todo estaba lleno de monjas, y yo viví después ahí porque eran amigos de mi papá y compañeros de trabajo. Yo iba con mis primas y entrábamos a ver, y el señor tenía dos hijos, una mujer y un hombre". En la estancia tapatía también se relacionaron con un aspirante a empresario que estaba llamado a ser profeta de un nuevo modelo de hacer negocios en la revolución: Jorge Dipp.

"Yo quería regresar ahora a Guadalajara para encontrarlo, porque él comió en mi casa durante mucho tiempo; le dábamos un cuarto para que no pagara renta, y comía con nosotros, y él se llevaba una calavera de las que tenía colgadas...".



- ¿Una calavera humana?
- Sí, de los esqueletos de los que tienen colgados los médicos. [...] se traía una calavera y la ponía en la comida. Yo quería regresar conocerlo, porque se iba a acordar de mis papás, porque mi papa era famoso y muy sociable...

La familia del Toro, después de recorrer medio Jalisco, se asentó en la finca llamada La Rosa, municipio de Tamazula de Gordiano, al sur de Jalisco.
Desenredar mitos

Hay una vieja simplificación que dio el Estado mexicano para desacreditar la guerra popular de los católicos en su contra: que el clero y la burguesía, afectados por las leyes sobre cultos y el incipiente reparto agrario, estaban armando a sus peones, y chantajeándolos vía el púlpito y el confesionario, para que defendieran un estatu quo que si no los hacía prósperos, al menos les allanaba el camino al cielo.

En cambio, dicen los deslenguados populistas que los ricos siempre se pliegan al poder. Y si bien, la hacienda como modelo de agronegocio dominante en el México porfirista, ya estaba a punto de colapsar, los adinerados hacendados, católicos como los gobernantes revolucionarios, decidieron combatir la peste campesina. Ambas categóricas expresiones pecan de exageración.

Hay casos en que la tesis primera puede ser defendida: por ejemplo, el temor de los campesinos de la antigua hacienda de Totolimispa, en San Gabriel, sur de Jalisco, porque curas y sinarquistas les convencieron que pedir las tierras del amo era pecado (MILENIO JALISCO, 23 de diciembre de 2015). Pero como dicen los abogados, hay que ver "caso por caso".

La familia de doña Concepción vivirá, después de la guerra, la pesadilla del reparto agrario, que fue para muchos ricos del campo. "Yo tenía como doce o trece años cuando vi eso; ¿por qué yo le estoy contando lo de la hacienda La Rosa y Contla, en Tamazula? Porque fue de lo último que tuvo mi padre, y había mucho movimiento ahí. Esa hacienda también la repartieron, nos quitaron muchísimo".

(Una finca en medio de la región de Álica)

De algún modo, esa alta burguesía rural defendía una misión civilizadora. "Mi padre llevó a la hacienda para que hubiera maestros, llevó la escuela, pero para ir al médico cuando estábamos en Nayarit teníamos que ir a Ixtlán; cuando a mí me golpeó el caballo el médico vivió en mi casa por un año. Y fue tan bueno, que gracias a Dios puedo platicárselo".

La prole de don Federico: Alfonso, Federico, Porfirio, Rafael, Ignacio, Guillermo, Luis Javier, María Elena, Ofelia e Isabel. Junto con María Concepción hacen once hijos. "Se nos murieron dos mujeres, una de cinco años y otra más chica; una fue por la garganta, no alcanzaron a llegar hasta Ixtlán con ella, algo tenía en la garganta y se nos murió en el camino; la otra fue al poco tiempo de que nació, porque no nació bien.

- A tantos años, ¿cómo ve su infancia, cómo la califica?
- Ah no, a mí sí me gustó cómo viví; mis padres fueron muy buenos conmigo, yo nunca tuve problemas, fue una familia muy bonita.

- ¿Pero esa violencia cotidiana, esa guerra, no los afectó?
- No, porque yo no entendía lo que pasaba, y cuando había estas cosas, estos sucesos como que querían matar a mi padre, trataban de esconderlo para que no viéramos eso. También nos tapaban con vendas para no ver a los muertos colgando [...] no sé cómo decirle, el Señor siempre nos protegió.

La vida en las haciendas permitía el contacto con una naturaleza que en buena parte no había sido aún arrasada. Además del ganado, eran familiares a los venados, a los bosques tupidos, a las aguas claras de los estanques y manantiales. "...el agua salía de color azul, y había un montón de peces rojos que nacían en los estanques; aparte estaban los soldados, y mi hermano jugaba carreras con el mayor del ejército, y le regalaron el caballo porque ganó la carrera. Mi hermano ha de haber tenido como seis años o cinco, porque lo montaban en la silla y apenas cabía, le colgaban las piernas para llegar a los estribo. Pero nos cuidaban siempre, siempre había gente cuando nos movíamos de aquí para allá, casi no sentíamos miedo de salir".

(Los densos bosques de la Sierra Madre Occidental)

El destierro en Tamazula ya los agarra en la década de los 30. María Concepción estudia y descubre nuevas maravillas modernas: el cinematógrafo, por ejemplo. "Me acuerdo mucho de una película con María Elena Marqués [...] mi papá prestaba un terreno grande para que llegaran a poner el cine". Luego llegó la televisión. La primera casa con ese prodigio tecnológico fue la Del Toro. Se había perdido mucho, pero se mantenía un estilo de vida más que decoroso.

Doña Concepción se casó joven y tuvo ocho hijos, 38 nietos, 18 bisnietos. Vive desde hace 20 años en Estados Unidos; se fue inicialmente a animar a una de sus hijas que estaba nerviosa y se iba a casar, y ya se afincó. Cerca del siglo, es independiente y hace muchas actividades en casa. También va a misa, porque, afirma, la fe en Jesucristo es la clave para una existencia plena.

En el libro del Profeta Isaías, la viuda de larga vida, azarosamente feliz, puede leer algo parecido a su propio relato: "voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? Trazaré un camino en el desierto, rutas en la llanura. Me glorificarán las bestias salvajes, los chacales y las avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la llanura para dar de beber a mi pueblo, a mi elegido, el pueblo que formé para mí para que proclamara mi alabanza..." (43:20).
El dato

La hacienda es el modelo económico con que los liberales modernizaron al país en la segunda mitad del siglo XIX, pero fue un modelo contradictorio, paternalista, poco igualitario, que se derrumbó con la revolución y la progresiva industrialización del país.



SRN

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