miércoles, 23 de diciembre de 2015

El memorial de los hombres fuertes en la historia de un páramo solar



Desde la figura del mítico José María Manzano hasta sus modernos señores feudales, la región que alimentó la imaginación de Rulfo avanza a trompicones en busca de una modernización que no termina de aterrizar (2 de 3).

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

José María Manzano, amo de El Jazmín, aventajaba a otros hacendados de su tiempo como modelo del hombre feudal que prosperó en las regiones más alejadas del control de los gobiernos liberales: amo de vidas y haciendas, con acciones dignas de la criminalidad organizada moderna, y por si fuera poco, estigmatizado por leyendas que acentúan una reputación que va de facinerosa a maligna.

“La verdad, ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos […] Manzano, oriundo de Zapotlán, vino un día a Sayula a asaltarla con sus gentes; no sé qué problemas tenía, pero entró echando fuego; los de aquí se defendieron en los portales, y hubo un muerto. Eso hizo peor la animosidad entre los dos pueblos. Era muy arbitrario, hacía lo que quería, para acabar pronto: sobornaba a jueces y ganaba todos los pleitos de ese modo”, dice el cronista de Sayula, don Federico Munguía Cárdenas.

Pero esa mala fama es cuestionada por un ex alcalde de San Gabriel y ex dirigente del ejido que sucedió a la vasta hacienda. Don Alfredo Ramírez Campos, hoy nonagenario, advierte: “o tuve mucha amistad con una sobrina de él, María Rojas Magaña, y le pregunté todo sobre la leyenda de que tenía pacto con el diablo; como prueba, decían que un rato estaba en un lugar y al mismo tiempo en otro, y eso que su hacienda era la más grande de todas; lo que pasa es que en El Jazmín salía en una calandria, y cuando llegaba al Camichín tenía listas un par de mulas, las soltaban, llegaban al rancho de Mendoza, y allá tenía otro trío de mulas, se movía rápido […] pero la gente decía que estaba endiablado”.

- También dicen que era una mala persona…

- Ah no, era como todos; eso platica la gente, pero los hacendados de aquel tiempo eran como Porfirio Díaz; fíjese, a mí me platicaban que se iban a  trabajar hasta el cerro de El Petacal [llamado por los lugareños “el cerro Enencantado (sic)” por albergar cavernas donde presuntamente moraba don Manzano encadenado en vida por su pacto con el Maligno: el don de la ubicuidad]; a El Petacal tenían que llegar a las seis de la mañana, y hasta que ya se bajaba el sol en el Cerro Grande [la gran muralla montañosa domina el llano por al surponiente] los dejaban venir; y entonces tenían que irse y venir a pie, era así de duro.

A don Alfredo le tocó afrontar personalmente caciques “revolucionarios”. Como miembro de un núcleo agrario poseedor de amplios bosques de valor comercial entre el Nevado de Colima y la sierra de La Media Luna, y miembro del consejo de vigilancia de la comunidad, se negaba a firmar su respaldo a vender madera al gigante paraestatal Atequique, empresa que le pidió al propio gobernador, Francisco Medina Ascencio (1965-1971), “convencer” al reacio campesino para destrabar la operación, para lo cual fue convocado.

 “Ándale cabrón, ya andas bailando”, le dijo ufano Alfonso Delgado, abastecedor de la factoría enclavada en Tuxpan, y le señaló al mandatario estatal, “al señor Núñez y todos los jefes de Atenquique, y a su propia mesa directiva. El gobernador me dice: ¿por qué usted no quiere firmar el contrato para vender el monte? Yo le contesté: No me he negado, pero he pedido que nos dieran tubo para llevar el agua al pueblo, porque nunca han dejado un beneficio a cambio de la tala […] pos mañana te buscan para medir, me prometió… ¿quiere firmar el contrato? ¡ah jijo de la chingada!, pensé. Y dije: no, hasta que pongan el tubo…”.

En esos tiempos, el final del decenio de los sesenta, se erigió José Guadalupe Zuno Arce como “hombre fuerte” del sur de Jalisco, en busca de un experimento “socialista” alentado por la retórica de su cuñado, el inevitable próximo presidente de la república, Luis Echeverría Álvarez. Su presencia fracturó cacicazgos tradicionales, como el de la familia Preciado de San Gabriel, que se había consolidado al sacar –dicen que a punta de pistola- al alcalde Fausto de la Torre Larios, en 1962, y suceder a la familia Arámbula en el control local.

Con una excelente relación con el entonces gobernador Juan Gil Preciado-predecesor de Medina Asencio-, el intermitente poder de la familia Preciado se prolongó hasta finales de los años ochenta. Pero el arribo de don Alfredo a la alcaldía, apoyado por Zuno, fue el primer golpe.

“Yo no quería ser presidente municipal, pero el licenciado me convenció […] sabía que habría problemas, yo era el primer presidente que llegaría de fuera de la cabecera municipal […] ellos querían un presidente que durmiera allí; mandaron decir que en cuanto subiera el primer escalón de la presidencia municipal, iba a caer muerto…”.

Resistió todo su mandato, entre 1974 y 1976. Debió hacer frente a manifestaciones y presiones de los grupos de poder locales: en una ocasión, los jóvenes católicos exigieron detener el proyecto de escuela por cooperación que afectaría la nómina de alumnos de un colegio parroquial; luego usaron la prensa local para llenarlo de “periodicazos”, y lo más serio fue cuando lo acusaron de sembrar mariguana, señalamiento que no prosperó. Lo sucedió Nabor Arias, ya con el poder de los Zuno en declive.

Campo en quiebra

En Totolimispa, aunque recibieron 800 hectáreas de la antigua hacienda de Los Cortina –retazos de tierra, pues demagogos de San Gabriel azuzados por los curas les habían convencido de que era pecado quedarse con la tierra de los hacendados-, tras décadas de reforma agraria y revolución verde no han salido de los problemas económicos.

“Hemos tenido problemas con las siembras por contrato; primero con Sabritas, luego con un grupo Vida, los seguros no funcionarios y la falta de agua nos mató las inversiones”, comenta el ejidatario José Leaño.

Se invierten 18 mil pesos por hectárea, pero lograron recuperar apenas 15 mil. Ahora, el grupo de campesinos contratantes arrastra deudas cada vez mayores. “Lo que pasa es que el seguro no se arregló con nosotros directamente, se arregló con los que nos financiaron, Grupo Vida,  y el licenciado encargado de eso quedó en darme el seguro, me dio un número de teléfono y nunca me contestaron […] arrastramos eso desde hace casi tres años”, explica.

En la siguiente anualidad, José y muchos de sus vecinos se atrevieron a volver a sembrar, pero “desgraciadamente se perdió todo por la sequía; yo tenía una camioneta que vendí en ocho mil pesos para volver a sembrar, pero ahora sí se perdió todo: mi camioneta, lo que les iba a pagar, y la cosecha”.

- ¿Pero les tiene que pagar todavía?

 - Les debo por las cuentas atrasadas. El mal está en los seguros, está en los precios, y con el mal temporal: en el primer año que sembré con el Grupo Vida si se dio una buena cosecha, pero cayó agua en diciembre y se perdió la hoja, y fue cuando les dije del seguro y me dijeron que ya había caducado, que solo abarcaba hasta octubre; yo no sé qué tipo de seguro me darían […] entonces quise cosechar a finales de diciembre algo de maíz y se vino otra agüita, y se pudrió […] el clima nos ha estado pateando. Antes sabíamos que en junio se venía el agua, nos metíamos a arar con bueyes a mediados de mayo, y teníamos un mes. La lluvia llegaba el 10, el 15 o el 20 de junio, ya si no llegaba el 20 sabíamos que no teníamos que sembrar porque íbamos a perder, y sabíamos que el 1 de septiembre o el 15 se venía el agua, y en la última lluvia todos los que sembramos garbanzo nos esperábamos; el día de San Francisco es 4 de octubre, lo llamamos el cordonazo, y nomás se acaba el cordonazo y nos metíamos a sembrar, no llovía y se nos lograba el garbanzo. Ahorita si sembramos garbanzo está llueve y llueve y todo se pierde; así me pasó el año pasado.

La esperanza sería lograr traer agua de las presas de la sierra de Tapalpa, pero suena a broma. Ni siquiera reciben con regularidad el agua potable desde los manantiales de San Gabriel. “Hay veces que llega solo unas horas en toda la semana”, secunda un vecino del poblado.

Política y feudalismo

Un presidente municipal no atiende a extraños si anda fuera del edificio del ayuntamiento  “porque he dado instrucciones a la policía de que no de mis datos, últimamente me han amenazado”, confiesa al reportero. Otro, que participó como candidato en el último proceso electoral, hace seis meses, sólo se animó cuando a través de un intermediario, logró hacer llegar su inquietud al señor del páramo, Nemesio Oseguera, quien acababa de aplacar la violencia extrema de sus sicarios, y contenía los abusos contra la población de El Bajo.

“El Mencho nos mandó decir que no le interesaba la política”, desliza en voz baja. Eso animó a muchos no sólo a participar en las elecciones, sino a expulsar de las administraciones a todos aquellos que se ostentaban como representantes del amo del Cártel Jalisco Nueva Generación, y que habían desfalcado el erario.

Este es un diciembre lluvioso, de frentes fríos y cambios climáticos. La violencia no se ha ido, pero bajó su calibre y estridencia. Es un vacío que colman los nuevos señores, que dictan vida y muerte a la usanza del legendario cacique de El Jazmín, de quien dicen, todavía hoy, que “tenía un pacto con el diablo” para poseer el mundo.

Claves

¿Dónde está Comala?

Obra de la imaginación poderosa de Juan Rulfo, la Comala de Pedro Páramo es el nombre que ostenta una hermosa población de Colima, vecina del llano duro del sur de Jalisco, pero –según los críticos más autorizado de la obra- remite a pasajes sombríos de Tuxcacuesco, que como pueblo de espectros, sobrevivía agazapado entre la violencia revolucionaria. Y sus descripciones particulares recuerdan la traza y la ubicación de las principales edificaciones de San Gabriel. Es el mundo del escritor tomado de la realidad de un llano huérfano de redenciones

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