Los hechos violentos han predominado en el último siglo en una región que sólo se integró de forma parcial al desarrollo nacional; están a punto de recibir el centenario de Juan Rulfo (3 de 3).
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO.
Totolimispa tiene sus santos. Pero uno es particular, Antonio Herrera, víctima de la violencia de los tiempos cristeros, con una historia que remite al prodigio: ahorcado por los soldados federales, quedó colgado en el camino a Tuxpan, durante ocho días, como escarmiento para los lugareños, simpatizantes de la rebelión; "y no se hinchó, no jedió [sic] ni nada", dice el presidente del comisariado de esta aldea polvorienta, Modesto Espinoza Partida.
Su fama trascendió. La gente dice que hace milagros. En el sitio de la tragedia se levantó una ermita, hoy con flores, con veladoras, con ofrendas diversas, ecos una devoción persistente. Un cuerpo incorrupto no es poca cosa. El culto resultante resiste la erosión del tiempo, el embate de los secularismos, la propaganda incisiva de las confesiones protestantes ; y qué decir del viento seco, a veces inclemente, que sopla por estos eriales.
Para estos campesinos, la muerte es una presencia demasiado habitual. Desde antes que apareciera la oleada de violencia y caos que se desató tras la muerte de Ignacio Coronel, el jefe de la región occidente por el cártel de Sinaloa, un deceso que provocó la escisión de los capos y el surgimiento del Cártel Jalisco Nueva Generación, y el ulterior arribo de los barones de la droga a la zona, bajo el caudillaje de Nemesio Oseguera Cervantes, después de 2010: pueblos asolados, enlutados y saqueados por sus feroces lugartenientes. Hasta que el Señor Oseguera decidió ponerles el alto.
Pero no, los muertos de aquí son más viejos y se los topan no solamente en el camposanto y los monumentos funerarios diseminados por las veredas. El presidente ejidal advierte: "Mucha gente se quedó en los potreros, de ahí sacábamos muchos restos de difuntos, o en los arroyos de las parcelas enterraban a esa gente...".
- ¿Hasta qué época sacaron restos de difuntos?
- No, pos todavía salen.
- Pero la guerra cristera fue de 1926 a 1929...
- Sí; un hermano mío se dedicaba a eso y tenía tiempo; se iba por ahí con su guadañita y se ponía a escarbar y sacaba monos, pero sacaba primero al difunto, debajo del difunto había monos [...] en aquel tiempo se morían y ahí les echaban todas sus propiedades, sus ropas, sus trajes sastre, de todo; recuerdo que cuando andábamos poniendo el drenaje aquí, sacamos muchas ollas, en este tramo, y muertos [...] cantidad de gente, los arroyos están llenos de difuntitos, hasta los sacábamos con arado, muchos restitos de ellos.
- No anda tan errado Juan Rulfo cuando habla de un pueblo donde los difuntos están enterrados, hablan y cuentan sus historias.
- Sí, cómo no. A él le tocó una parte de esa época. También al tenor José Mojica, que tenía como un gran vacío aunque era famoso, y por eso se hizo fraile.
LOS HIJOS DE LA LLUVIA
Nyuu sabi, en español "gente de la lluvia", es el nombre con que se autodenominan los mixtecos de Oaxaca y Puebla, a quienes sus vecinos nahuas del altiplano les asignaron el nombre que los ha hecho famosos: "Gente del país de las nubes". Hoy forman parte de esa gran migración que invade los albergues para jornaleros de El llano en llamas. En estas rachas de frío y lluvia, parecen traer consigo el homenaje de los elementos. Es un chipi chipi que a ratos pierde la calma, y recuerda el que llevaban los indios de la sierra de Apango cuando bajaban a la media luna a vender hierbas y dejar una ofrenda de tomillo a la virgen, entre risotadas que contrastaban con las almas melancólicas dela áspera meseta.
En Apango hay pinos, muchos pinos, aunque el furor multimillonario del aguacate está arruinando la herencia de los abigarrados oquedales, a los que desplaza con su monocultivo, lo que pone en peligro el agua preciosa que se surte desde los manantiales de la sierra hacia las aldeas de El Bajo.
Don Librado Rodríguez Castillo es hoy casi centenario. Tendría la misma edad Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Aparicio; vio la luz también en 1917. Pero su cuna no fue noble: el caserío de La Cañada. Es hijo del esfuerzo y de soportar la dureza de estas montañas por tanto tiempo olvidadas. El viejo departe con su larga prole mientras espera sentado el arribo del invierno en el rancho de El Veladero, a un costado de la carretera que mantiene a la misma distancia a Sayula, al norte, que a San Gabriel, al sur.
En agosto alcanzó los 98. Se ve cansado, pero ataja: "Enfermedad ninguna excepto la vejez. Yo nací sano". Era un hombre fuerte. Se movía a caballo entre el monte y junto con sus ancestros, trabajaba de mediero con el hacendado local, Francisco Puga Alfaro, uno de cuyos descendientes ocupa hoy la presidencia municipal de Guadalajara (Enrique Alfaro Ramírez). Fueron muchos años de pobreza. "Íbamos a los maizales a comer tejocotes, a deshojar elotes, a comer lo que sea, crudo, porque teníamos que aguantar el hambre". Ahora "somos libres, trabajamos nuestras propias tierras y trabajamos a gusto", añade con su voz cansada.
Así fue que se hizo de su ranchito, que pagó poco a poco a un compadre. Son 40 hectáreas. Le costaron 25 mil pesos, un ahorro paciente acumulado en años. En las fiestas de navidad recibe a parte de su descendencia. Hay ya cinco generaciones. Don Librado apenas ha salido en su vida. Conoce Guadalajara porque va al médico, pero eso pasó luego de sus ochentas. La ciudad lo intimida. Su placer postrero está a 2,300 metros sobre el nivel del mar, este rancho rodeado de ocoteras.
EL PUEBLO FELIZ
La tristeza melancólica del llano contrasta con la serena y confiada vida de Tonaya, el pueblo del extremo. Ha tenido suerte. Hace un siglo, fue respetado por el temible Pedro Zamora, cuyo temor religioso le hizo no vejar a una comunidad donde había sido educado por un sacerdote entrañable. Tuvo paz en tiempos tumultuosos. Heraldo Federico Paz García, miembro de la familia poseedora de Tonallan, el mezcal más famoso de la región, recuerda que sus abuelos llevaron el cine de Hollywood y el de la época de oro mexicana, a los asombrados habitantes de la comarca.
"Mi abuela, Eufrasia Osorio Orozco, me platicaba que no había red eléctrica, sino una planta de luz, y se ponía la función en un patio de una casona, algunos días de la semana [...] conocieron así a Jorge Negrete, a Dolores del Río, a Joaquín Pardavé; y de los extranjeros, Charlton Heston, a Greta Garbo, a Esther Williams [...] aunque ni siquiera hubiera una carretera pavimentada y todo estuviera lejos".
En esos años 50 del siglo XX, comenzó su apostolado médico Mónico Soto Grajeda, único en todos los municipios de El Bajo. Las jornadas de camino para atender mujeres, niños y ancianos fueron parte de su osada juventud. "Yo fui el primero que aplicó vacunas contra la tosferina y contra la polio, contra la difteria". También ocupaba jornadas completas para ir a los caseríos más apartados, vadear ríos crecidos, soportar horas bajo el sol inclemente, y atender a enfermos morubundos o a mujeres parturientas.
"Yo conocí a Juan Rulfo. Lo traté como amigo y como médico [...] en Diles que no me maten [cuento de El llano en llamas] hay una referencia a mí: miren, viene un enfermo; ah no encamínenlo a Tonaya, allá hay un buen médico'; es simple, yo era el único, durante siete años lo fui".
ASESINATOS
Don José platica desde los muros enmohecidos de Telcampana las modernas tragedias de su comunidad. "Los mafiosos llegaron hace unos años: pusieron sus ranchos, tenían campos de tiro, hacían sus laboratorios, llevaban sus tanques de gasolina robada y obligaban a que se les comprara [...] no eran parejos ni justo en los negocios; aquí en corto hay una cruz: yo y mi compadre Cuco andábamos cortando ciruela en mayo y que nos topamos con el cadáver; le dije: otro muerto, vámonos, estaba tapado con basura y ramas...".
También conoce la historia de Ramiro Benavides Preciado, un hombre querido por los moradores de San Gabriel que tuvo la desgracia de tener vecindad un predio del grupo delictivo. "Lo ajusticiaron por el rumbo del Rancho Blanco, parece que un hijo de él andaba en chuecuras, pero qué culpa tenía [...] su muchacho fue a tirar una vaca muerta en el rancho de esos vecinos, se enojaron, se vengaron con el papá...".
Son decenas, cientos de de-saparecidos. Por eso la gente se comenzó a ir. A Sayula, a Zapo-tlán, a Guadalajara. Como en otras irrupciones de la violencia, en una historia que parece cíclica en esta región solar, que parece condenada a repetirse sin fatiga. No obstante, la mayoría se aferra a permanecer. "Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que uno allí quisiera vivir para la eternidad... ". (Pedro
Páramo, 62).
El centenario
Juan Rulfo cumplirá en 1917 el primer siglo de haber llegado al mundo. Los municipios de la región de El Bajo quieren festejarlo, y esperan que la violencia de los cárteles de la droga quede en el pasado. Ya hay contactos con grupos culturales de Colima y de Guadalajara, con la Secretaría de Cultura del estado, con la Fundación Juan Rulfo, con entidades del gobierno federal, porque se desea festejar en grande a uno de los jaliscienses más universales. También se espera que su figura vertebre un resucitar económico de la región, que todavía no resuelve sus apuros económicos que se reflejan en la pobreza crónica del hombre de campo.
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