miércoles, 30 de noviembre de 2011

Carretera fallida, una promesa que sí empobrece


Los daños ambientales fueron mayúsculos, pero no la terminaron. Así, entre Talpa y Tomatlán hay una ruta que debía ser de pavimento y puentes sólidos desde hace un quinquenio, pero la obra quedó en el olvido, y sus habitantes siguen aislados

Guadalajara. Agustín del Castillo. MILENIO JALISCO, edición del 5 de noviembre de 2011

El huracán Jova sólo ha sido el último de los eventos naturales desastrosos, que sumados a los múltiples proyectos humanos frustrados, mantienen en la condena económica y social propia de las regiones en aislamiento a los moradores de la Sierra Madre del Sur, justo en la zona donde convergen dos de los mayores municipios de Jalisco: Talpa de Allende y Tomatlán.

En el fondo, el problema es un proyecto carretero que no se cumplió. Dicen que prometer no empobrece, pero los habitantes de la región saben que la verdad de una obra que no les hicieron es otra: comprar productos de consumo de 10 a 50 por ciento más caros; adquirir agua foránea en garrafones porque la maquinaria dañó los manantiales y se destruyeron acueductos y redes urbanas; malbaratar los productos del campo a los intermediarios porque el flete, en ocasiones, sale más caro que el valor de la mercancía; demorar desde tres horas hasta días completos para poder llegar a las cabeceras municipales a realizar las gestiones de rigor.

Esto, cuando en 2005 se les dijo que se integrarían a la modernidad con una carretera libre de 120 kilómetros que ligaría a la montañosa Talpa con la planicie costera de Tomatlán. El pavimento hoy luce lleno de baches en algunos pequeños segmentos del largo camino, devorado por el sol, comido por el agua y barrido por el viento. En el resto, la tierra y los socavones de toda la vida, a merced de las crecidas de las numerosas escorrentías.

“Siempre, sobre todo en las aguas, la carretera no sirve para nada, ni siquiera para emergencias, ningún taxi o camión puede salir de esta zona, nos tienen en total abandono”, se queja amargamente doña Francisca Aréchiga Rodríguez, habitante de Llano Grande, un pueblo de tierra caliente y tristes memorias en el corazón de la demarcación.

Don Efrén García Pérez, propietario del rancho La Loma, una plantación frutícola a la orilla de uno de los afluentes del río San Nicolás, enumera los pasos que terminan cerrados por la abundancia del agua en el temporal: el río Grande (San Nicolás), La Loma, El Saucillo, Palmillas, Los Horcones, Macote, El Salado, El Terrero, Llano del Toro, El Limón, La Palomita, El Gacho y Teocinte. Si se logran trasponer estos trece desafíos, se cubren 64 kilómetros y se llega a Tomatlán.

“Todo eso se necesita de puentes, y apenas hicieron uno en el río Grande; la verdad, no sale producir y sacar a vender los productos, los intermediarios me pagan aquí en Llano Grande a 16 pesos el kilo de toro, allá lo pagan a 20 pesos, entonces, con lo que cuesta el flete, mejor se los dejas a ellos”, refiere el anciano. “La cosa se arregla con que nos ayuden con la carretera, pero creo que me voy a morir y no la voy a ver”, secunda entre risas doña Margarita Delgadillo.

Dicen los de Llano Grande que el suyo es un pueblo de criticones. Entre ellos mismos se culpan por la excesiva liberalidad de sus opiniones respecto a problemas como la basura, las inundaciones y las viviendas —40 por ciento de quienes habitan este pueblo insolado y húmedo no son dueños de su morada—, los servicios de salud —cada cual cuenta como le va en la feria y un doctor pasante es objeto de sus polémicas: “Por eso no duran los médicos”, ataca Pedro, el Kalimán—, las escuelas, la falta de tendido eléctrico, los terrenos escasos y la ausencia casi total de teléfonos.

Esto en parte se explica por el origen diverso de sus moradores, muchos de ellos, colonos con apenas dos o tres generaciones en el área; también, por la desesperación natural de no tener formas decorosas de sobrevivir ante la quiebra de los negocios agrícolas y ganaderos. Muchos se van de peones o jornaleros hacia la costa, a Talpa o a la capital del estado, y no pocos residen en Estados Unidos. “No hay aquí ni de qué morirse”, señala irónica Margarita.

La carretera comenzó en 2004, y trascendió hacia un escándalo internacional por la violación de leyes ambientales que derivaron en la destrucción de parte del valioso patrimonio natural de la zona, por parte de la administración estatal de Francisco Ramírez Acuña, bajo el patrocinio directo de su secretario de Desarrollo Urbano, Claudio Sáinz David.

Estas violaciones, claramente documentadas por Público-MILENIO durante 2005, derivaron en diversas clausuras que no contuvieron el daño, ante la insistencia del gobierno del estado en no responder o en minimizarlos. Así, en marzo de 2007, se entregó a la siguiente Administración estatal un trazo carretero casi completamente abierto entre bosques de niebla y selvas medianas, pero con menos de 20 kilómetros pavimentados.

También se arrastraba un largo expediente de daños ecológicos y sociales: la destrucción de los bosques cercanos a la floresta de arce de la Cañada del Cuervo, uno de los ecosistemas más importantes del occidente mexicano; la eliminación de individuos de al menos cuatro decenas de especies vegetales en peligro de extinción; el corte de corredores de fauna en riesgo como el jaguar o el puma; el daño de manantiales y la pérdida de calidad de su agua; el desvío de las corrientes y las inundaciones continuas de algunos caseríos; la destrucción del viejo camino y la permanente incomunicación.

Así, hacia la sierra, al este, desde estas llanuras ardientes, los problemas no son menores: La Cuesta, Santa Lucía, La Concepción y decenas de rancherías viven igualmente expuestas a la lenta comunicación y a la eventualidad de su corte por algún evento de agua y viento.

En La Cuesta tienen cinco años de pelear con los poderes municipales y estatales, con resultados mediocres: “La máquina que metieron borró muchos de los manantiales y nos dejaron sin agua, además de que no cumplieron en la Sedeur muchísimas promesas”, advierte Ismael Zepeda, ex comisariado ejidal. Algo se hizo cuando se les subió la toma de agua y se tendieron casi siete kilómetros de acueducto, pero tan mal hecho, que los 500 metros que pasan por la zona del río, se destruyen con las crecidas: “Esta vez es la segunda que debimos repararlo este año, por Jova”, explica José de Jesús Torres Arreola, presidente del Comité de Agua de la delegación.

Y además, es una obra incompleta: se requiere ligar los dos tanques grandes, por lo que apenas abastece a un tercio de las casas. Si a esto se agrega que la red original cumplirá 40 años, una obra completa demanda, por lo menos, seis o siete millones de pesos.

Pero se trata de algunos puñados de miles de jaliscienses perdidos entre la sierra y el mar. Pocos votos para la política, pocas monedas para los mercados: así, aunque las promesas sí empobrecen, el sistema se cura con el generoso antídoto del olvido.


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Claves

Descripción

•Plan municipal de desarrollo de Tomatlán, 2010

•“En Llano Grande en algunas partes como Cacaluta y San Felipe Llano Grande tienen hasta dos cosechas por año, ya que cuentan con una unidad de riego, que ellos mismos construyeron aprovechando el agua del río San Nicolás, existen también personas que sacan dos cosechas a orilla del río. En esta región es común que los jóvenes en edad de trabajar emigren principalmente hacia Puerto Vallarta y Estados Unidos por la falta de empleo en su región”

•“El gran problema ha sido la falta de la infraestructura carretera que una Tomatlán, Llano Grande y Talpa, y así hasta Guadalajara, existe potencial agrícola que no se aprovecha al máximo en otro tipo de cultivos como hortalizas y frutales, porque el producto al salir a carretera ya llega muy golpeado y demerita su valor...”

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Costumbres que da el calor

Don Manuel Castillo Estrella nació en tierras frías: Tenamaxtlán, cerca de la sierra de Quila, a 110 kilómetros de Guadalajara. Ya rebasó 85 años de edad, y por vida recorrida, es de lejos más hijo de la lejana costa de calores y alacranes: sus primeras imágenes son mucho monte, historias de tigres y caimanes, caminos de herradura con caminatas eternas, un caserío de tres viviendas y lluvias apocalípticas entre ríos desbordados.

“Me vine a vivir por mis abuelitos, a los dos años, nos trajeron a sembrar y criar animales, recuerdo que se hablaba mucho de leones y tigres que mataban porque eran peligrosos; los hombres que fundaron esta comunidad, este ejido, ya no existen; con decirle que tenía cinco hermanos y nomás quedo yo...”.

Su memoria también remite a un nombre del pasado: don Pancho Acosta, “que era ricazo y ayudaba a la pobrería de aquí; él era comprador de puercos, puercos gordos que la gente llevaba a Talpa y de ahí, hasta Guadalajara, era como una hacienda [...], mi padre quedó en Tenamaxtlán, pero me crié con mis abuelitos en un rancho de aquí cerca que se llama El Limón; a Llano Grande llegamos cuando yo estaba por cumplir los 20 años”.

Don Manuel no ha dejado de ser agricultor, y presume que a esta avanzada edad, mantiene “un coamilito de cinco medidas”. Se casó hace 45, con una mujer de nombre Petra García Pérez, doce años menor, nativa de La Vainilla, de este mismo municipio de Tomatlán.

Doña Petra insiste en la gran desgracia de la falta de la carretera. Lo mejor que puede pasar es, una vez acabadas las lluvias, que entre la máquina y el camino quede pasable.

—¿Siempre se han sentido ignorados por el Ayuntamiento de Tomatlán?

—Siempre. Un padre que se llama Javier, después de misa viene y nos dice, “¿qué se ganan con proponer si no les dan nada?, los tienen aquí abandonados”; de Talpa siempre viene más ayuda, pero de Tomatlán, el padre dice que nos ven como chiquillos, y es cierto, nomás prometen y no cumplen.

La pareja recuerda que los mejores años de Llano Grande fueron después de los cincuenta del siglo pasado, cuando parecía llegar la modernidad, con tractores en vez de yuntas, y camiones con ayuda del gobierno por las brechas de los arrieros. Fue un espejismo. Entre los setenta y ochenta, la zona fue refugio de personas al margen de la ley, e incluso, se vivió por algún tiempo la férula de criminales que asolaron la comarca.

Hoy está en paz, tan en paz, que se mueren de aburrimiento, pero estos ancianos son felices entre calores y llamadas a misa. Aún así, intentaron migrar a Tenamaxtlán: “Fuimos ya grandes a sembrar allá, pero nos fue mal... no nos gusta el frío”.

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