martes, 19 de diciembre de 2017

Las montañas fantasmales de los tsa ju jmí


La tierra de los chinantecos tuvo una reputación equívoca desde hace ocho siglos, como fuente de oro; su riqueza verdadera es el agua y la biodiversidad (Parte I).

Agustín del Castillo / Santa Cruz Tepotutla, Oaxaca. MILENIO JALISCO.

Son los tsa ju jmí, “gente de palabra antigua”, pero el mundo los conoce como chinantecos. Habitan entre las montañas zapotecas, al sur, y la llanura costera que ha conformado milenariamente el fragoroso río Papaloapan, hacia el golfo de México, al norte.

Su país se llama La Chinantla (“cercado”, en lengua náhuatl), una zona famosa en las crónicas prehispánicas y coloniales por su joyería de oro. La baja Chinantla fue sometida por los mexicas, obligada al tributo y fuertemente explotada en sus recursos naturales a lo largo de seis siglos, lo que se coronó con los desplazamientos de decenas de miles de habitantes para dos proyectos hidroeléctricos en los tiempos del “milagro mexicano” (1940-1970).



Y arriba, protegida entre las barrancas empinadas, está la Chinantla Alta, hogar de un bosque de niebla (mesófilo de montaña) de alta diversidad biológica, tierra del jaguar, del temazate rojo (ciervo sin cornamenta), del tucán pico canoa y de la espléndida oropéndola de Moctezuma (Psarocolius montezuma), un ave de color llamativo que pareciera referir al espejismo del oro, preciado metal más bien escaso, que se extrajo de sus riadas a lo largo de los siglos, pero de existencias exageradas por una bien ganada buena fama de los trabajos de los orfebres locales. Hoy se pueden observar piezas chinantecas en el Templo Mayor de la Ciudad de México, oro nacido en los remansos de los ríos, los “placeres” (un vocablo extraño, y vista la experiencia humana, no tan equívoco: “2. m. arenal donde la corriente de las aguas depositó partículas de oro”, dice la segunda acepción del diccionario de la Real Academia Española), en el corazón de estas montañas.

Pero el verdadero gran tesoro se revela al viajero en cuanto penetra, desde la ciudad de Oaxaca, en las accidentadas brechas que transportan a este mundo hasta hace muy poco, olvidado: el agua.

“El idioma chinanteco […] tiene una de las taxonomías etnobotánicas más complejas y una de las clasificaciones de los objetos naturales más abundantes. Destacan, por ejemplo, 30 términos distintos para referirse a las formas del agua y diversos rituales y creencias en relación a ríos, arroyos…” (Los chinantecos, Emma Beltrán, Álvaro González, publicación de Grupo Mesófilo AC).



Ramiro José Sánchez, secretario de bienes comunales de Santa Cruz Tepetotutla, conduce una breve incursión entre una pequeña caída de agua de un manantial de las decenas que existen en la sierra, y alimentan, en la parte baja, al Papaloapan, uno de los cinco ríos más caudalosos de México. Esa relación causal con una región tórrida que es de alta relevancia en producción agropecuaria y electricidad, lleva a los indígenas de las tierras altas a la certeza de que el gran valor del recurso debe ser compensado. Por eso están empeñados, desde hace más de 20 años, en la protección voluntarias de sus bosques. La posibilidad de capturar carbono y agua es el eje de la economía de los servicios ambientales, que esperan sea el motor de su progresiva salida de la marginación y la pobreza.

Al atardecer invernal, la floresta está llena de sonidos y colores acendrados por la luz mortecina del sol que se oculta por el poniente; insectos y aves pululan entre la apretada hojarasca, la humedad refresca, pequeños reptiles se desplazan asustados por la irrupción humana, los jilgueros lanzan su canto melancólico que seguro dio origen a la tuba. Es un sendero interpretativo que ha sido diseñado por los comuneros, apoyados por la asociación que conformaron en los años 90 para tratar de mantener sus tesoros naturales: Corenchi (Comité de Recursos Naturales de la Chinantla).

El fuerte trabajo de levantamiento de datos, de monitoreo directo, de recorrido de los caminos del viejo bosque, ha permitido conocer mejor a sus moradores. Uno de ellos es el jaguar (Panthera onca), el mítico dios de los pueblos antiguos. La economía ganadera puso en riesgo la relación con el gran felino, pero con el ordenamiento del territorio y la diversificación, asegura el joven dirigente que la fiera tiene futuro en sus montañas.

“Había problemas de ataques de jaguar anteriormente, pero ahorita ya no entra a la zona donde tenemos el ganado, son terrenos que están cercados; también le estamos dando su lugar, porque antes no tenía mamíferos qué comer, y como se quedaba sin alimento, bajaba. Muchos lo cazaban. Pero ahora el jaguar está ya en el bosque, y vive del bosque”.

El comunero da su plática en un sitio llamado, ad hoc, “la madriguera del jaguar”. Más arriba han identificado otro como “la madriguera del puma”. Los dos felinos coexisten desde antes de la llegada del hombre a esta región, y dada su presencia coetánea, se concluye que explotan nichos ecológicos distintos, lo que los hace entrar poco en conflicto.

“Con todos los trabajos que se han hecho ya tienen su hábitat, y la gente ya no trabaja en el área donde ellos habitan; por acá cerca trabajábamos madera, pero ya no, ya lo dejaron, ahora hay una zona más cerca de la población donde se puede trabajar; desde que la gente dejó de cazar, la población de mamíferos aumentó; si el jaguar come venados, armadillos, u otros animales, ya no ataca […] con los monitoreos que se han hecho, se ha detectado que sí hay varios ejemplares de jaguar, yo participé en un grupo de monitoreo, hay varios ejemplares, no es uno solo [el patrón de manchas es similar a una huella digital], son varios, e igual del puma; los ubicamos con las cámaras trampa, y los tenemos registrados e inventariados”, comenta con satisfacción.

El dirigente comunal tiene 38 años y fue parte del grupo que afrontó los cambios sociales y políticos que condujeron a que el pueblo se reapropiara de sus recursos, con el ejemplo de los zapotecas de la sierra fría del sur, que son pioneros en la lucha por los bosques en el estado que mejor encarna el México Indio.



Para Ramiro, el pasado personal no es el paraíso, sino al contrario. “La vegetación ha ido creciendo más porque las gentes ya se concientizaron, ya trabajan para lo que ellos necesitan y no de manera extensiva, porque en el pasado, la gente trabaja extensiones grandes y cambiaba fuerte el bosque; pero ya se ha ido reduciendo el espacio con los mismos o mejores rendimientos; y si son coamiles, dejan cuatro, cinco, seis o siete años descansar, dependiendo de lo que decida el comunero, para que crezca otra vez la vegetación. Son parcelas para cultivo de maíz, y el del café, que se hace bajo sombra y necesita del bosque; la parte de la apicultura ha tomado fuerza, la apicultura tiene su ubicación dentro del área, y la gente protege ese espacios, como todo lo demás […] mi papa empezó a trabajar con abejas cuando estaba en la edad y tenía la fuerza para hacerlo, ahorita ya esta viejito, y yo la he retomado eso, pero con una idea más empresarial, más planeada…”.

El aborigen destaca la crisis de los cafetos, asolados por la roya, una enfermedad producida por un hongo que ha desplomado la producción de la semilla de origen etíope y nombre turco, que es parte de la marca que Oaxaca ofrece al mundo. Además de combatir el daño, se ha procurado diversificar. Un colega de Ramiro, Hermenegildo Osorio Hernández, responsabiliza al cambio climático.

“Cambian la lluvia, la humedad, la insolación, y el café es muy delicado y no se adapta fácil. Y las enfermedades se aprovechan”, destaca.

En esencia, esa búsqueda de equilibrio es un retorno a un pasado mucho más remoto. “En el sistema de creencias se encuentra latente la presencia de una antigua religión transmitida de manera oral en la que la realidad se concibe como una totalidad […] los entes sobrenaturales que rodean al pueblo chinanteco pueden ser protectores o malignos. Los chinantecos creen en la capacidad de los seres humanos y de los animales para intercambiar formas, los brujos pueden transformarse en nahuales o adoptar la forma de un rayo. Otros espíritus benéficos los forman los caballeros o vigilantes de la raya, que cuidan los límites de los pueblos, y el caballero del cerro, dueño de los animales y encargado de la protección de la naturaleza…”.



Pero desde fuera, se creyó la fábula del oro, desde antes de los conquistadores.

“…es bien que se declare porque me dicen muchos curiosos lectores que qué es la causa que pues los verdaderos conquistadores que ganamos la Nueva España y la fuente y gran ciudad de México por qué no nos quedamos en ella a poblar y nos venimos a otras provincias; digo que tienen mucha razón de preguntarlo y fuera justo; quiero decir la causa por qué, y es ésta que diré: En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de dónde le traían los tributos del oro y dónde había minas y cacao y ropa de mantas, y de aquellas partes que veíamos en los libros y las cuentas que tenía en ellos Montezuma que se lo traían, queríamos ir […]” (La verdadera historia de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo, capítulo 78).

Esta investigación periodística ha contado con el generoso patrocinio de Polea AC, asociación sin fines de lucro que promueve cambios positivos en las agendas política y legislativa nacional en lo que respecta al medio ambiente y la sociedad. Las opiniones y enfoque editorial son responsabilidad exclusiva de MILENIO JALISCO



SRN


No hay comentarios: