jueves, 19 de febrero de 2015

Miércoles de ceniza: la batalla "vs" la prisa para cumplir con Dios



La cruz cenicienta, que es colocada al inicio de la Cuaresma, les recuerda a los creyentes de Jesucristo que en su tiempo regresarán al polvo de donde provienen.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

Servir al milenario Dios cristiano y al evasivo y moderno dios de la prisa lleva a quedar mal con el segundo. Por lo menos el día de ayer, en que la mayoría de los párrocos dispusieron que no regalarían nomás porque sí la marca de mortalidad que se impone en la frente a fieles que creen en la vida eterna. Cerrados a las horas de la comida, los templos católicos impusieron el requisito de primero escuchar el mensaje del comienzo de la cuaresma -tiempo de penitencia que remite a los 40 días en el desierto de Jesucristo-, antes de recibir el estigma pasajero de la ceniza.

Somos polvo estelar y de su compleja química deriva toda la vida, dicen los científicos que estudian la historia de la Tierra. Somos lodos orgánicos del jardín del Edén, que el orfebre-creador amasó y moldeó para luego darle aliento a Adán, recitan los creyentes.

Lo cierto es que el de ayer miércoles, en casi todas las naciones secularizadas del planeta, fue día de trabajo, y lo sagrado quedó reducido al templo de la conciencia de cada uno, a los devotos jubilados o ricos –por desocupados- y a los escasos minutos en que el atribulado fiel pudo cumplir con las obligaciones con ese reino “que no es de este mundo”.

“Quise ir a imponerme ceniza pero el Expiatorio estaba cerrado, me dicen que abrirán hasta las cinco, pero tengo mi curso de inglés […] deberé buscar en el templo que está por mi casa”, comentó apurada Claudia mientras pedía un “cortado” en el pequeño café Expresso de Enrique Díaz de León.

Alberto secundó irónico: “lo bueno del Expiatorio es que puedes ir hasta la noche… el año pasado muchos llegamos al filo de las diez, no se podían ir a dormir sin tomar su ceniza”.

Martha salió de labores después de las cinco. Tras ir por su bebé a la guardería y recoger a su pequeña en casa de sus padres, acudió apresurada al templo de Santo Domingo, atiborrado en la noche de fieles contritos.

“Mi marido es indiferente a la religión y yo debo encargarme de todo, ni modo de educar a los chiquillos sin el temor de Dios”, expresa, haciendo eco de lo que le dijo su madre, la que a su vez lo recibió de su abuela, y ésta de la bisabuela, en una cadena generacional que lleva al puerto de Altamira y más atrás, a quién sabe qué rincón de España, Portugal o Nigeria.

Ayer comenzó la cuaresma tras el martes libertino de Carnaval, dicotomía de lo sagrado y lo profano que cautivó a Georges Bataille, el poeta-ensayista de El erotismo. Un conflicto cada vez más infrecuente en los reinos del dios de la prisa, ese que no cree en la vida eterna y te obliga a correr de un sitio a otro para producir y para acumular dinero, sentimientos, imágenes y placeres fugitivos antes del último aliento, y que hoy retomará su reinado casi indiscutido. Fue miércoles de ceniza, pero “esta es la Tierra. Tenemos nuestra herencia” (TS Eliot, Ash Wednesday, 1930).

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