viernes, 4 de enero de 2019

Hacienda Santa Fe, entre la pesadilla y la esperanza



Agustín del Castillo/Guadalajara-NTR

“Per me si va ne la cità dolente…”. Pero la imaginación engaña al viajero, lector asiduo de Dante Alighieri, quien no encuentra una sola inscripción en el dintel de la “puerta del diablo”, que conecta al clúster 21 con el resto de la “ciudad del dolor” que es con frecuencia Hacienda Santa Fe, un conglomerado de más de 60 mil habitantes -desde parias centroamericanos y caribeños hasta clasemedieros tapatíos- que no existía hace 20 años, en estos páramos de Tlajomulco.

En realidad, tampoco hay algo que se pueda llamar puerta: es un estrecho corredor por donde se descargan aguas pluviales y los ríos de “la perduta gente”, entre una finca donde desbaratan autos usados y los muros de la última casa de la cuadra, edificada por el imperio inmobiliario Homex, hoy en desgracia, como aquellos pecadores avariciosos que pueblan los círculos del Inferno.

El portal tiene justificada su popular denominación: los moradores de la zona denuncian que “a deshoras” (lo que sea que eso signifique), y a todas horas, puede ser escenario de asaltos, secuestros y violencias variopintas. Lo que podría llamarse puerta es una brevísima reja de madera de baja calidad que, cuando el capricho del dueño del supuesto taller lo decide, es cerrada, pues por un descuido de la fraccionadora, le dieron escrituras de un predio que debía ser público. En ese caso, hay que rodear cerca de un kilómetro para arribar a la avenida Yuscapan desde Camino Real, o viceversa. Y no es que se antoje mucho deambular por andadores descuidados, con pocos árboles, invadidos de basura y de vagos que no siempre ejercen oficios respetables (la vagancia no debería ser calumniada a priori, ¿acaso no fue el de Dante un viaje ordenado por el destino?).

Hay como 148 clústeres en Hacienda Santa Fe, a lo largo y ancho de casi 100 hectáreas. En ellos, miles de casas abandonadas y otras que de la noche a la mañana se ocupan temporalmente, y casi siempre sin acuerdo de los dueños ausentes. La población flotante es importante, estima don Aristeo Pérez, morador de la calle Buenos Aires: y suele traer problemas, pues al no tener arraigo, al no conocer a los que viven al lado, al no tener compromiso siquiera con un casero que obligue a cuidar la infraestructura y a un trabajo estable para pagar rentas. En la opinión de este oaxaqueño, esa es parte de la clave de por qué vivir en la Santa Fe suele ser más bien desesperanzador (la ironía es la lucidez de los débiles).

“Por la misma migración de las familias, la delincuencia ha ido aumentando; los problemas más notorios es que hay personas, familias que han venido de otros puntos, a invadir casas, y en su mayoría son familias o algunas personas conflictivas, no voy a decir que todos; eso es muy notorio, y no nada más Santa Fe, Chulavista, Tlajomulco […] el que no tiene empleo se dedica a robos a casas habitación, asaltos en la vía pública, a los comercios; va junto…”.

En ese contexto, el experimento denominado LaBase (Laboratorio de Arquitectura Social Estratégica) es un afán de cambiar las precarias condiciones en que prosperan las comunidades heterogéneas de Hacienda Santa Fe. LaBase se apropia de una planta de tratamiento de aguas que nunca funcionó, que devino en vertedero y lugar de venta y consumo de drogas, y del que se aprovecharon sus gruesos muros para  un sólido edificio que hoy aloja un centro comunitario con talleres de oficios, biblioteca y encuentros sociales que fortalecen los lazos entre los atribulados vecinos.

“Existen comunidades responsables que sí les interesa mejorar; la base fue solicitada por parte de los consejos sociales, por la gente arriba del clúster 21, que inicialmente pedían que se derrumbara este lugar, que se rehabilitara, que se limpiara o que se destruyera, porque realmente era un cochinero; aquí a las 2 de la tarde no se podía respirar porque los olores eran muy fuertes, entonces pedían unas canchas de futbol, pero la inversión era más viable en rehabilitar para empezar a establecer un tejido que estamos haciendo grande”, señala con visible satisfacción otra lugareña, Teresita de Jesús Flores.

Añade: “…y pues salió el laboratorio de arquitectura social […] se puede decir que es una improvisación, con idea también de los propios vecinos, y algo más; al momento de hacer esto muchos de los vecinos quedaron sorprendidos, y siguen sorprendidos porque el tejido de lo que estamos haciendo es mucho más grande, y la expectativas no dejan de crecer”.

Ya no se limita a este clúster modelo. Habitantes de los espacios vecinos llegan, atraídos por la posibilidad de obtener herramientas de conocimiento y trabajo para mejorar sus economías. También están los buenos espacios verdes donde se puede jugar un partido de futbol, ver una dramatización entretenida o alguna plática de derechos y servicios. El proyecto detonó a partir del Consejo Ciudadano de Participación Social, que presidía Tania Vázquez, y con el apoyo del despacho del arquitecto Luis Manuel Ochoa.

Alejandra Ramírez, integrante de LaBase, destaca lo importante de integrar a ciudadanos con gobierno local para el proceso de uso y ampliación del espacio público, lo cual redunda en un fortalecimiento del ejercicio de los derechos y el sustancial mejoramiento de los servicios, calles más limpias y seguras, arbolado sano, reducción del vandalismo. El mejor ejemplo son los arcos contiguos a la “puerta del diablo”. Allí el viajero sí encuentra una inscripción ansiada en los pasajes infernales, pero que en realidad decepciona, por poco dramática: “Hoy será un buen día”.

Ha sido tan bueno, que esa arcada fue pintada por los vecinos y no ha padecido la clásica huella disruptiva del grafiti, se ufana la activista.

Pero es un trabajo que apenas crece en un entorno ampliamente distópico. “Del 2000 al 2006 en el municipio de Tlajomulco fueron autorizados 160 nuevos desarrollos habitacionales -la mayoría de alta densidad, denominada H4-, lo que significó más de 120,000 nuevas viviendas, si se considera que no todos los lotes eran unifamiliares (ver tabla). Esto significó la urbanización de al menos 4,000 hectáreas que formaban parte de una importante cuenca hidrológica, alterando la recuperación de mantos freáticos, sin prever sistemas eficientes de drenaje ni de transporte público, vías suficientes de acceso, escuelas u otros equipamientos indispensables. Algunos de esos fraccionamientos se inundan en tiempos de lluvia y la población debe ser evacuada por los riesgos potenciales” (investigaciones de Román Munguía Huato y Francisco Valladares García, UdeG y UNAM)

Anteayer, en el clúster 14 se llevaron a un niño de 8 años. La familia desesperada clamaba por redes sociales y llamaba a periodistas y a la fiscalía. El niño se llama Ian Alessandre Arriaga Mendoza. Salió a jugar a un parque cercano y no regresó la tarde del 2 de enero.

La pena no termina para muchos. “Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate” (vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza), dice el último verso de la puerta infernal del canto III de la Divina Comedia. En Hacienda Santa Fe, el latido débil del otro mundo posible se escucha hoy, frágil y tímidamente, a un lado de las pesadillas.

La zona

Haciendas Santa Fe es probablemente la mayor urbanización de la dispersión urbana de Guadalajara en 25 años, con problemas de servicios, movilidad y delincuencia

Tiene 148 secciones o clústeres y podría albergar 60 mil habitantes, casi lo mismo que la ciudad de Autlán

Tlajomulco, según el censo de 1990, tenía poco más de 68 mil habitantes, de acuerdo al Inegi. En 2018 se acerca a los 600 mil moradores

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