miércoles, 6 de agosto de 2014

Nevado de Colima, sitiado por el auge del nuevo oro verde




La frontera del aguacate conquista de forma progresiva las partes medias del complejo volcánico y pone en riesgo sus servicios ambientales.

Agustín del Castillo / Sur de Jalisco. MILENIO JALISCO. 

El campesino parece recitar de memoria el tembloroso verso de Dante: “…mi ritrovai per una selva oscura (me encontré en una selva oscura)…” Remite al año de 1940, a su natal Tecalitlán: “Era un rancho; una casa aquí, dos o tres más por allá […] vivíamos en el polvo, todo era desierto, nomás estaba el cuadro de la plaza”, recuerda, tras 74 años de que fue dado a la luz, mientras transcurre este atardecer de neblinas en la implacable soledad del Nevado de Colima.

Es una cabaña a 3,200 metros sobre el nivel del mar, en medio de un bosque lóbrego de pinos y oyameles. Hacia abajo, las huertas aguacateras ascienden sobre casi siete mil hectáreas, a la conquista del viejo reino de la naturaleza. A lo lejos, los grandes poblados: Ciudad Guzmán con más de 100 mil almas, los vientos turbios de las minas de cal de Zapotiltic, los humos negros de las calderas de Tamazula, entre vastos campos agrícolas, un lago que brilla como plata y carreteras que conducen a miles de pacientes portadores de luces a destinos que parecen dictados por el azar, en tormento digno del Inferno.

Casi nada de las estampas de la infancia de don José Macías Gudiño, en un desierto humano apenas balbuciente entre modestos maizales y un bosque sin límites que subía avaricioso por las laderas de los volcanes. Las peñas desnudas de la cumbre aún hoy brillan áureas y deslumbrantes en la hora del ocaso. La orografía cambia lentamente, en pausas que duran siglos, pero este hombre y los de su generación se encargaron de acelerar las sucesiones en los pulsos más drásticos de la vida.

“El bosque, de tan tupido y sombrío, tenía lugares donde el sol no pegaba, y te podías perder”. Los centros urbanos estaban a horas o días de distancia. El tren ya penetraba en las gargantas del río Coahuayana, por esas barrancas que descienden del Nevado, y comunicaba a Guadalajara con Colima, con promesas de progreso y desarrollo. Todo el entorno eran algunos pueblos viejos,  caminos de herradura, caballos y bovinos, venados y onzas legendarias. Un volcán de Fuego con fumarolas casi eternas. Por su parte, el mundo en guerra los había olvidado.



SENDAS PERDIDAS
“…che la diritta via era smarrita” (con la senda recta ya perdida). Los tiempos viejos ya no regresarán. Lo de hoy es una gran montaña, la mayor del occidente mexicano, sitiada por deforestación, incendios y cambios de usos de suelo; este proceso se ha transformado en un dolor de cabeza para los administradores de las dos áreas naturales protegidas de la zona: el Parque Nacional que asumió su forma definitiva en 1940 por decreto del presidente Lázaro Cárdenas del Río, y los Bosques Mesófilos Nevado de Colima, elevados a categoría de parque estatal en el reciente año de 2009.

Un factor que más cambios detona en la actualidad es la expansión de la frontera aguacatera, fenómeno que en su aliento reciente nace en el vecino Michoacán, máximo productor planetario de la fruta mesoamericana cuyo fabuloso auge le ha ganado el mote que antaño tuvieron las maderas preciosas: “oro verde”.

“Un aprovechamiento de madera  si saca de 35 o 40 metros cúbicos por año y hectárea, a 600 pesos el m3, da 25 mil pesos, y esto contra 220 mil pesos por ha de aguacate al año”, señala el director del parque, José Villa Castillo. No hay manera de competir;  las estimaciones reales de aprovechamiento maderero son incluso más bajas por la degradación histórica del recurso.

“Yo creo que las políticas públicas de conservación de los bosques y la biodiversidad están siendo rebasadas por el boom del aguacate en esta parte de Jalisco; es como poner en una balanza el desarrollo económico y el bienestar social […] esta zona históricamente tiene tierras de uso agrícola y forestal,  donde el valor de la tierra era más de producción que la plusvalía, pero ahora los propietarios han estado pidiendo mucho más dinero: una hectárea hace cinco años costaba 60 mil pesos en zona de bosque, y ahora está arriba diez veces, a 500 mil o 600 mil pesos, y se vende como nunca; el problema a corto plazo es que nos estamos quedando sin cubierta vegetal”, advierte el presidente del patronato del Parque Nacional Nevado de Colima y Cuencas Adyacentes, Gerardo Bernabé Aguayo.

La fiebre aguacatera ocurre en una región en crisis previa: la ampliación ganadera y agrícola, la deforestación y fragmentación de los bosques propiciada por la despreocupación de dueños rentistas que fomentó el monopolio maderero de Atenquique, de medio siglo, y la crisis posterior de esa actividad, que pasó de generar casi 700 mil m3de madera a mediados de los años 90 del siglo XX –ya vencido el decreto monopolista de la fábrica de papel- a menos de 250 mil m3 en la actualidad.

“Tuvimos un incendio muy grande en el parque nacional el año pasado, después del incendio se presenta una tormenta y cae bastante agua en un día, y eso provoca que la comunidad de Atenquique quede incomunicada, porque baja un alud a consecuencia de la falta de cubierta vegetal […] quizás el aguacate sea un motor de desarrollo en estos momentos, pero los gobiernos no apuestan por el desarrollo sustentable, sino más por la cantidad que por la calidad del producto en corto plazo, dejando atrás proyectos alternativos como el turismo de naturaleza, la conservación de ecosistemas para sostener sus servicios ambientales como el agua, el suelo y la biodiversidad, o la captura de carbono, que puede dar recursos interesantes pero que no es redituable a corto plazo”, añade Bernabé Aguayo.

Un análisis de cambios de uso de suelo entre 2006 y 2013 y su relación con el siniestro de 2013 (que afectó casi tres mil ha) revela la apertura y consolidación de 7,917 hectáreas para siete huertos aguacateros y dos agostaderos para ganado en la zona sur y oriente del macizo volcánico (ver gráfico anexo), correspondiente a los municipios de Zapotlán, San Gabriel y Tuxpan. El parque nacional tiene apenas 6,551 ha de superficie. No todo el cambio es sobre bosque: las huertas crecen más en viejas zonas de cultivo.

Los cambios alteran la calidad ambiental para la vida silvestre. El último informe del programa de Monitoreo Científico de la Universidad de Guadalajara, destaca “las evidencias en nuestros resultados con cambios y diferencias en las capturas y composición de las especies de flora y fauna, resultado de las recientes cortas que se han llevado a cabo en el Complejo Volcánico. Las reservas o áreas protegidas de la región demandan atención y gobernanza; es indispensable su compromiso en este momento riguroso de decisiones para detener el deterioro ambiental de la región”.



BONANZAS PASADAS
“Nel mezzo del cammin di nostra vita” (en la mitad del camino de nuestra vida), en 1975, don José vive el periodo de auge de las explotaciones de Atenquique. La fábrica pudo deteriorar el bosque, pero creó empleos y abrió infraestructura en todas las montañas, asegura. Entonces, sabía leer y escribir.  “Lo aprendí y se me olvidó, por trabajar […] antes se escribía no como ahora, con manuscrita, y ya se me olvidó, ya ni puedo poner mi nombre…”.


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:CLAVES

Área protegida

El Nevado de Colima es un parque nacional decretado originalmente en 1936, con casi 22 mil hectáreas, pero rectificado el polígono en 1940 a 6,551 ha; la superficie original incluía los bosques del volcán de Fuego y del Cerro Grande, pero el gobierno federal cedió a las presiones de los grupos madereros locales, y sobre todo, de la gran paraestatal de Atenquique.

Su altitud es de 4,260 metros sobre el nivel del mar y es la máxima elevación del occidente mexicano, seguida por el Tancítaro de Michoacán –se puede atisbar hacia el oriente en días despejados-, con 3,900 msnm, y el propio volcán de Colima o de Fuego, de 3,860 msnm.

En 2009, el gobierno de Jalisco incorporó a los esquemas de protección las cañadas de bosque de niebla (mesófilo de montaña) de la gran montaña, que son cuatro polígonos que suman 7,213 ha.

El Nevado de Colima presta valiosos servicios ambientales a su región: 400 mil habitantes de los alrededores reciben agua producida en sus cuencas, y a esto se agrega la biodiversidad (riqueza en formas de vida vegetales y animales), la captura de carbono, la regulación climática, la contención de suelo y prevención de desastres, las plantas medicinales, el valor paisajístico y de recreación, además de la cultura tejida en su entorno en los estados de Jalisco y Colima.

La industria forestal no se modernizó conforme a las necesidades de la gran montaña, y en gran parte, ha propiciado el saqueo disfrazado con los permisos oficiales. Son escasos los proyectos de aprovechamiento ecoturístico y el pago de servicios ambientales. A estas presiones recientemente se sumó el auge espectacular del aguacate mexicano.


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