sábado, 18 de agosto de 2018

Producción de alimentos, la crisis que ya llegó a Jalisco


Los Altos de Jalisco conforman la región más amenazada con los cambios; sus maizales y sus hatos ganaderos padecen mermas serias de producción por calentamiento global.

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO. 

Jalisco ya está inmerso en el proceso de alza de temperaturas promedio que afecta a buena parte del planeta, de forma más acusada, en los últimos 20 años. Y los efectos documentados sobre la producción de alimentos encienden las alarmas: un año cálido significa, por ejemplo, la pérdida de casi un millón de toneladas de maíz y el descenso de la producción de leche por vaca de más de 23 por ciento.

Estas son evidencias entregadas en el artículo Vulnerabilidad de la producción de alimentos en Jalisco por los investigadores Arturo Curiel Ballesteros, Gabriela Ramírez Ojeda y Silvia Lizette Ramos de Robles, parte de una publicación pionera, “El clima cambiante. Conocimientos para la adaptación en Jalisco”, editada por la Universidad de Guadalajara, y que concentra la parte sustantiva de la ciencia que nutre el recientemente publicado Programa Estatal para la Acción ante el Cambio Climático (periódico oficial El estado de Jalisco, 31 de julio de 2018).

El trabajo de los académicos parte de las unidades de gestión ambiental (ugas) del Programa de Ordenamiento Ecológico Estatal vigente, tanto para el tema de la agricultura como el de la ganadería.

En el primer caso, señalan que las ugas que presentan un uso predominante de agricultura ascienden a dos millones 180,663 hectáreas. “Los indicadores para la identificación de vulnerabilidad en estas unidades fueron los siguientes: capacidad productiva del temporal. Esta evaluación está basada en el agua verde, que es el agua disponible en el suelo para las plantas y los microbios del suelo, y es absorbida por las raíces, usada por las plantas y regresada a la atmósfera a través de la transpiración […] este procedimiento considera dos parámetros: el cociente precipitación/evaporación (P/E) para el periodo del temporal (junio-octubre) y la profundidad del suelo; ambos se encuentran estrechamente vinculados con la capacidad productiva y la resiliencia.

Dos, la duración de la estación de crecimiento. “Comprende el periodo en número de días de inicio de la temporada de lluvias en forma regular, hasta la terminación de ésta, más un periodo de reserva de humedad del suelo, el cual depende de sus características edáficas. Este valor se utiliza para la zonificación de cultivos de temporal, la selección de variedades de cultivos y la definición de áreas agrícolas. El indicador es de gran importancia para determinar la capacidad de respuesta o resiliencia de los campos productivos: entre más dure la estación de crecimiento, más servicios de aprovisionamiento de alimento tendrán los ecosistemas agrícolas”.

Tres, “Erodabilidad del suelo. Se refiere a la capacidad de degradación del suelo. Es un indicador de vulnerabilidad ante la intensidad de la lluvia y el riesgo de perder el sustrato indispensable para la nutrición, el soporte de las raíces y la infiltración de la lluvia, factores que mantienen el rendimiento de cultivos. La erosión transforma los suelos que tienen capacidad de producción de alimentos, mediante un proceso de degradación que lleva a la desertificación de la tierra”.

Con los tres criterios, se pudo identificar las ugas “que es más urgente atender frente a las amenazas del cambio climático en Jalisco. Esas unidades serían las que presentan una limitada capacidad de producción de biomasa y/o una alta vulnerabilidad de sus suelos a la degradación”. Y se encuentran sobre todo en la región Los Altos Norte, con “estaciones de crecimiento menores a las que demandan los cultivos principales, y adicionalmente se presentan suelos susceptibles a la degradación. En particular los municipios que tienen más probabilidades de sufrir siniestralidad por pérdida de más de 40 por ciento de la superficie sembrada son Ojuelos, Encarnación de Díaz y Teocaltiche”.

En contraste, con “mayor resiliencia al cambio climático y que pueden mantener su capacidad productiva en los próximos años, por tener todos los criterios dentro de la categoría de baja vulnerabilidad, están en la región Centro y son los municipios de Zapopan y Tlajomulco de Zúñiga. La paradoja es que estas zonas productoras de alimentos están sometidas a la presión de la expansión urbana del área metropolitana de Guadalajara, por eso su producción está declinando, es decir, su disminución productiva no se debe al cambio global del clima sino a un crecimiento insustentable de la ciudad”, advierten.

El ejercicio comparativo de dos años contrastantes de temperaturas máximas medias durante el temporal, 2004 como año fresco y 2009 como año cálido, dato cruzado con su efecto en la producción de maíz blanco, permite visualizarlo mejor: en el año cálido la producción declinó en casi 900 mil toneladas. De 2.8 millones de toneladas producidas en 2004, se descendió a 1.9 millones de toneladas en 2009.

¿Cómo influye la temperatura en los cultivos? Investigadores consideran “que el incremento de ésta produce un aumento en la acumulación de grados por día o unidades térmicas de desarrollo (unidades calor), lo que acelera la velocidad del ciclo de vida de insectos plaga que pueden afectar la producción de cultivos. Además, el aumento de la temperatura acorta el ciclo vegetativo, causando una reducción del rendimiento al acortarse el periodo de producción de biomasa y de llenado de grano o formación de órganos reproductivos. Con el cambio climático es de esperarse que el número de generaciones de insectos plaga por año o ciclo de producción se incremente, elevando con ello los esfuerzos para el combate de plagas y los costos de producción”.

El incremento de temperatura “trae también como consecuencia la afectación de las funciones vitales de las plantas. Tal es el caso de temperaturas medias por arriba de 35 grados, que para la mayoría de las especies cultivadas significa estrés por calor. Las plantas bajo estrés calórico reducen su actividad celular y por tanto la formación de tejidos y la producción de biomasa, afectando el rendimiento y la producción de alimentos. Con el cambio climático se prevé que las especies cultivadas experimentarán un mayor número de días en que la temperatura rebase su umbral máximo, lo que implica el riesgo de que la planta entre en un estado de letargo que afectará su rendimiento”.

En esos dos años analizados, “se encontró que en 87 municipios el rendimiento disminuyó en el año cálido. En 2004, el rendimiento promedio de maíz por hectárea en Jalisco fue de 5.6 toneladas, mientras que en 2009 fue de 4.56 toneladas […] además de la temperatura, la precipitación durante el temporal se caracterizó por presentar este año una anomalía negativa, considerando que la precipitación determinó en 44 por ciento la producción de maíz de temporal”.

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Claves 

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Además del daño directo a la agricultura y ganadería, el cambio climático afectará los servicios ambientales que las hacen posible

Fuente: Programa Estatal de Acción Frente al Cambio Climático, 2018

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Los académicos que aportaron la ciencia al programa de cambio climático, al analizar la ganadería, encontraron mayores riesgos de colapso, por estar más ligada de forma crítica al tema de las temperaturas.

En Jalisco, las ugas con uso pecuario predominante suman 762,058 hectáreas. “Los indicadores para la priorización de estas unidades de gestión ambiental fueron: uno, índice de humedad. Es la relación entre la precipitación con 70 por ciento de probabilidad para cada mes sobre la evapotranspiración potencial mensual. Se trata de un indicador útil para identificar zonas con problemas periódicos de sequía, es decir, es un indicador de las relaciones existentes entre la precipitación o aporte de agua y la evapotranspiración potencial, como expresión de la demanda de agua ejercida por el medio. En este sentido, las sequías son la principal amenaza contra la ganadería de Jalisco, pues la mayor actividad ganadera se ubica en áreas con bajo índice de humedad”.

Dos, índice de temperatura-humedad. “Se utiliza en todo el mundo para estimar el grado de estrés calórico en ganado lechero y de carne. Es un indicador que sirve para identificar las zonas de riesgo para el ganado lechero y para poder establecer estrategias ante el estrés por calor. Este índice considera que valores de 70 o menos son confortables para las vacas; mayores de 78 les causan malestar porque las hacen que pierdan la capacidad de mantener mecanismos de termorregulación o temperaturas normales del cuerpo. Un índice superior a 72 es suficiente para causar tensiones calóricas, incrementar el ritmo respiratorio de la vaca y provocar reducción en la ingesta de alimento”.

Dichos valores “se presentan todo el año en la costa del Pacífico, principalmente en los territorios donde se ha abatido el servicio de regulación de los ecosistemas por causas como deforestación, incendios e introducción de especies invasoras, entre otras”.

Al comparar la producción de leche en los mismos años fresco y cálido que el cultivo de maíz (2004 y 2009), “se encontró que en 2004 se produjeron 7.6 miles de litros al año por vaca, mientras que en 2009 el índice fue de tan sólo 5.9 miles de litros por vaca […] las áreas pecuarias con mayor probabilidad de sufrir daño como consecuencia del cambio climático son las que presentan un índice de humedad bajo y/o un índice de temperatura-humedad alto”, lo que regresa el tema a Los Altos de Jalisco y a zonas como el norte y la costa seca.

“Como la mayor parte de los ganaderos en Jalisco también son agricultores, otro elemento de análisis en el marco del calentamiento global es la baja producción de alimento para el ganado a causa de pérdida de disponibilidad de agua. En lo referente a la escasez de agua, los ganaderos identifican 2011 como el año en que la sequía impactó más su actividad productiva. Asimismo, señalan las afectaciones que tuvieron por el aumento de precios en los alimentos para su ganado a partir de la sequía que vivieron los estados del norte del país, donde los ganaderos se vieron en la necesidad de comprar los alimentos en otros estados”.

Las vacas lecheras, añaden, “presentan una mayor huella hídrica en comparación con todas las especies animales que nos alimentan [2,056 metros cúbicos/cabeza/año], eso las hace más vulnerables a las condiciones de sequía. Asimismo, la producción de leche genera calor en la vaca debido a la metabolización de grandes cantidades de nutrimentos, lo que hace que las más productivas sean más vulnerables al estrés calórico”.

Los científicos destacan que de todo el estado, el municipio de Encarnación de Díaz es el de prioridad más alta y en situación de urgencia para implementar programas de adaptación al cambio climático para la ganadería.

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