domingo, 8 de enero de 2012

Tepetates, la otra cara del boom del tequila



Un poblado olvidado del progreso en las laderas de la región más famosa de Jalisco. La prosperidad de la bebida no irradia en muchos pueblos de la región, cuyo paisaje fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, como es este caso, marcado por fuerte migración a EU


Tepetates, Amatitán. Agustín del Castillo. MILENIO JALISCO

Tepetates está en el corazón de la tierra donde nació el tequila hace miles de años como fermento del agave, hace siglos como destilado, y hace décadas como próspera industria, lo que incluye materias tan disímbolas como el envasado y las marcas, las regulaciones de calidad -que expulsaron a los pequeños productores-, las exportaciones al alza, la cinematografía y la cultura nacional.

Tepetates se mantiene marginado, con decenas de vecinos migrantes a Estados Unidos, o la doble opción de empleos temporales en el campo y agave mal pagado por los inextinguibles coyotes. Como muchas comunidades de la región tequilera, este poblado de Amatitán desmiente la pretendida prosperidad social que generó el boom más reciente de la industria, que data de los años 90 del siglo XX.

“Dicen que con el agave se podría uno sostener, pero no es así, antes nos manteníamos de la siembra, del cultivo del maíz, pero ahora tampoco hay eso; la gente aquí está muy pobre, y es lo mismo, subió el maíz, pero los fertilizantes están por las nubes, entonces de qué gana el campesino”, refiere Javier Rivera Campos, quien migró por primera ocasión a Estados Unidos en los años 80 y ya logró la ciudadanía americana, pero no se ha desarraigado: el terruño llama.

Respecto al agave, “la cosa está peor; lo que yo miro de mal es que halla intermediarios para meterlo a las fábricas, toda la ganancia de uno se queda en la gente intermediaria, y si el gobierno se pusiera a quitarlos para que todo el campesino que sembrara su agave lo pudiera vender a las fábricas directamente, sería sensacional; nosotros les llamamos coyotes”.

Rivera Campos deambula al mediodía por un monte cercano al pueblo desde el cual se extiende el paisaje azul que fue declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura) en 2007. La indeleble huella de las plantaciones de Agave azul tequilana weber domina entre mesetas con pastizales secos, caminos polvorientos, el magnífico volcán de Tequila y la escarpada barranca del río Santiago, que separa del mundo narco de los cañones, que poco a poco invade este valle y se aprovecha de la precariedad social no resuelta para reclutar nuevos adeptos.

“Esos de la camioneta Lobo vivían en un pueblo cercano, pero no tenían ni para bicicletas; ahora siguen siendo amigos, pero uno sabe que andan en malos pasos”, comentaba una hora atrás un lugareño cuando los visitantes comenzaron a decender por una brecha desde la cabecera de Amatitán hacia estos parajes ásperos y asoleados.

Rivera comenta con Víctor Ibarra Landeros lo que se aprecia a la orilla de una plantación: “mira, ahí están las plantas sueltas, se les echaron a perder, se tardaron ocho años para estar listas, y ahí se quedaron porque no hubo quién comprara a un precio justo, andaban dando 40, 60 centavos cuando mucho, por kilo”.

- ¿El coyote quiere pagar muy barato y pervierte el mercado?

- Es que está, como quien dice, ligado a las empresas, y las empresas tequileras les dicen, consíganme tantas, y su ganancia ahí se la ganan; y ellos te agarran con un precio por los suelos, y entonces cómo se defiende el campesino, si le pagan poco y no puede vender directamente. Por eso se pierden muchas cosechas, fruto de ocho a diez años de trabajo.

Y cada vez es más caro producir agave: los suelos se han empobrecido por años de usar fertilizantes, insecticidas y químicos diversos, y la única solución es meterles eso en mayores volúmenes. Luego surgen plagas agresivas, como un hongo que actualmente está asolando parcelas completas.

El visitante pregunta cómo una bebida que en la generación de los abuelos todavía se producía de forma artesanal a ambos lados de la barranca del Santiago, ahora es privilegio de grandes factorías. “Hoy, el problema es que el mismo gobierno te lo impide, te exige una fábrica grande, áreas verdes, mucho dinero, y se ha convertido en una industria de ricos […] es verdad que hay muchas fabriquitas aquí, por el camino, pero no son empresas como Herradura, Sauza, Cuervo; lo único que hacen su mezcal, y luego le venden ese mismo a las empresas, a las grandes, son sus maquilas”.

En el pasado, en cada rancho había hornitos y se hacía el destilado de la piña del agave. Cuando el producto cobró fama, se cometieron excesos para sacar más producción por parte de los grandes comercializadores, y los que la pagaron fueron los artesanos, que ahora han sido estigmatizados de “productores clandestinos”, y son “perseguidos por el gobierno y el Consejo Regulador del Tequila”, agregan.

Historia de un pueblo
La Villa de Cuerámbaro es la población de la que se desprendió Tepetates. Antes, había surgido un primer anexo, Cuixtla, con vecinos de esa zona de San Cristóbal de la Barranca que migraron a esta parte alta. Los de Tepetates llegaron a fines de los años cuarenta encabezados por Hermenegildo Contreras, padre de doña María Contreras Rivera, que nació en 1939 en Las Plazas, en el vecino municipio de Zapopan.

“En este rancho siempre hemos estado pobres, pero en Las Plazas vivíamos sin ninguna comunicación de nada; mi padre se iba a caballo a Santa Lucía, Tesistán y Zapopan, duraba horas, salía a las tres de la mañana y como a las seis de la tarde lo divisábamos de regreso en una loma; mi madre criaba gallinas, ponían huevos que conservaba en una jícara con cal, y se los llevaba mi papá para vender junto con pollos engordados. Cuando regresaba, traía unos dulces de chocolate que les decía barriles, y otros que les decían cucarachas, y nos daban uno por la tarde; cuando no había, andábamos desesperados por la falta que nos hacía”, relata la anciana al caer la tarde.

Era un área sin gobierno; en las borracheras imponía el orden el que era más fuerte, y no llegaban apoyos de ninguna índole. La falta de progreso los hizo mudarse a Amatitán, aunque la calidad de vida no mejoró demasiado. Doña María llegó de nueve años y se casó como a los 20. El pueblito creció poco a poco.

“Cuando tenía mi familia de chiquilla, era de andar con los pies a ráiz [sic], porque no alcanzaba el dinero; limpiaban los hombres el mezcal en las mezcaleras, y ganaban 60 pesos cada ocho días; imagínese para vestir, calzar y comer para todos, y con tanta familia, yo tuve nueve; no comíamos carne, los frijolitos se nos hacían muy buenos, o íbamos a la nopalera, a cortar nopales […] nos íbamos a lavar la ropa al arroyo, y había que ir como a las tres de la mañana para alcanzar agua de los veneritos de los pozos y traer los cantaritos, y luego madrugar porque estaba el quehacer de la casa…”.

No había luz, ni alguna clínica de primer nivel –los pobladores morían de picaduras de alacrán-, y el camino a Amatitán era tortuoso. Recuerda que cuando se abrió, a pico y pala, se encontraron cadáveres de cristeros fusilados durante la rebelión en la que estuvieron sus ancestros. También era común la operación de hornitos de tequila.

“Allí cocían el mezcal y luego lo molían en la Quiteria; tenían un anillo grandulón, con agua, un anillo de cemento y unas mulas que daban vueltas por afuera, aventaban las bolas de mezcal, y las mulas paseaban como un rodillo, que lo iba machucando, y se iba corriendo el agua a una acequia, hasta que quedaba el gabazo, hasta que quedaba seco y ya lo sacaban así…”.

La fabricación artesanal del licor del agave se fue acabando “hace como 40 años, cuando las fábricas grandes empezaron a acaparar todo el mezcal, y se acabaron todos los hornitos”.

La vida es hoy mejor, después de todo, admite. Aunque los pesados camiones agaveros destrozan los caminos, la energía eléctrica no sirve para levantar ni una televisión –y se tiene una telesecundaria-, el agua llega precariamente por la red, los drenajes salen a cielo abierto al final del poblado, las escuelas se están cayendo, los apoyos gubernamentales son secuestrados por los caciques del poblado vecino, y los jornales son bajísimos: 120 pesos al día “de sol a sol”. Muchos, como Óscar Ibarra, se van a las plantaciones de agave en el lejano Tolimán, sur de Jalisco, por dos mil pesos semanales; muchos más, como Javier Rivera, terminan en Williams, California, ganando en un día 100 o 200 dólares. La prosperidad fomentada por el tequila es aquí nada más un eslogan hueco, lo que no obsta para que por estas veredas se filmen comerciales o telenovelas como Azul Tequila, entre haciendas ruinosas.



Educar, ¿para cambiar el futuro?
Seis de la tarde, escuela primaria Lázaro Cárdenas. “No sé que les falte a los niños, si entusiasmarse más para estudiar o qué otra cosa; muy poco han avanzado, luego van a la secundaria y no saben leer, no saben multiplicar, entonces no sé, les falta amor o un motivo para estudiar, para echarle ganas, y parte de eso es cómo está la escuela, para que les motive, que sea una escuela digna de ellos, y esta escuela no es digna de ellos y se les acaba la moral, y también a uno como padre de familia, por desgracia, al ver que los niños no avanzan…”.

Rocío Venus García Preciado conduce una breve visita por el plantel, con bardas a punto de caer, techos de lámina que provocan calores asfixiantes, mobiliario viejo y desvencijado, baños plagados de excremento de murciélago, y muy pocos maestros –cuatro, incluido el director- para sacar los seis grados. Los niños dejan la escuela para trabajar con sus padres, ante el poco avance real.

- ¿Cuántos irán a la prepa, a la universidad?

- De cada 100 que salen de primaria, serán como siete los que se van a la prepa, y a la universidad, de toda esa generación, si acaso se irá uno.

Así se cocina el futuro de Tepetates, municipio de Amatitán, Jalisco.

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