domingo, 22 de noviembre de 2009
Maravillas del occidente mexicano
La fauna de la región ha sobrevivido pese al embate desarrollista; investigadores apuestan por que su conocimiento genere una cultura para proteger su derecho a existir. Arriba, un magnífico macho de jaguar captado en la sierra de Manantlán por un proyecto de investigación del Centro Universitario de la Costa Sur, de la UdeG
Guadalajara. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO
En las montañas de Manantlán, entre la Naranjera y Cuzalapa, en la Costa Sur de Jalisco, el mito popular dice que El Afamado sembró el terror entre los años setenta y ochenta del siglo XX, llevando dolor y ruina a decenas de hogares humanos.
Todavía habitan allí montaraces que acreditan su reputación criminal: atacó más de 300 vacas y becerros durante los seis o siete años de su carrera de fechorías. “A veces mataba por puro placer”, aseguran sin reprimir un ligero estremecimiento. La prueba, arguyen, es que muchas reses quedaban abandonadas a medio comer, y en otras ocasiones, peor aún, sólo les hendía las garras en la piel, dejándolas desangradas y enfermas; así, apenas superaban la semana entre una dolorosa agonía. “¿Acaso venía del infierno?”, pregunta el citadino, como aludiendo a un viejo relato, apesadumbrado ante los testimonios.
El final de este soberbio jaguar de 80 kilogramos —“tigre”, entre los campesinos de la sierra remota— fue obra de la astucia de los hombres: cayó preso en una de las tigreras de los hermanos Álvarez, los cazadores más conspicuos de panteras de la demarcación hoy protegida, quienes viven en el rancho La Huertita, en medio de laderas incultas y vida salvaje.
Al gran macho, la leyenda le ha puesto otro mote, post mortem: “Jefe de jefes”, como la célebre canción de Los Tigres del Norte, que alude a otra clase de dominio y poder. Pero los expertos, que suelen ser aguafiestas de estas historias, ven la reputación del felino plagada de errores, falsedades e injusticias.
“Por principio de cuentas, ese gato tendría que comerse entre 40 y 50 vacas al año, y es demasiado […] por lo general, complementan su dieta con ganado, entonces atacan mucho menos. Tendría que ser, o de muchos jaguares a la vez, o de otros animales como los perros ferales, que son más peligrosos porque andan en manadas […] No es tan común que vivan gatos en el medio silvestre tantos años, no al menos con la misma capacidad de depredación, y no olvidemos que suele darse el ataque porque se invaden territorios silvestres; o sea: las vacas llegaron después”, advierte Rodrigo Núñez Pérez, uno de los expertos nacionales en esta fiera emblemática.
Con El Afamado, se fueron todos los “tigres” de estas laderas tropicales desde los años ochenta, pero, hace unos diez, las panteras “regresaron”. Las reglas ya habían cambiado: se trata de una especie protegida, por lo que los campesinos deben sumarse a un modelo que no los termina de convencer, que obliga a que utilicen de modo distinto los recursos y le den su espacio a la vida silvestre.
No obstante, algo empieza a modificarse en la cultura campesina. No sólo porque “es una grandeza oír pujar al tigre”, como decía Rafael Álvarez, de la antigua familia de tigreros. También se dan cuenta de que hay una oculta, pero cierta, relación entre la existencia de los felinos y la persistencia de la lluvia, el control de las plagas, el mantenimiento del suelo y todo lo que los especialistas llaman “los servicios ambientales”, sin los cuales su estilo de vida es inviable.
A la par con el cambio jurídico, la tecnología evolucionó para modificar la percepción antropocéntrica sobre la naturaleza.
Acostumbrados a sólo ver vida salvaje en los zoológicos, en imágenes dominadas por la espectacular fauna africana y asiática, los Homo sapiens rurales y urbanos de Jalisco comienzan a descubrir, en el territorio en que nacieron, una vida salvaje fascinante y poderosa.
Ya no sólo están los relatos de los abuelos, que refieren las aventuras antiguas de lobos y osos “asesinos” que fueron extinguidos de esta zona del mundo por la paciencia deliberada —¿se puede decir criminal?— de los afamados humanos. Han llegado muchos hombres de ciencia y técnicos, acompañados por las sorprendentes cámaras-trampa (la técnica se conoce como fototrampeo), cuyo costo se va haciendo más accesible, con las cuales han revelado sorprendentes cuadros de lo valioso de la fauna que queda en selvas, bosques, desiertos y manglares, cuyas evidencias, hasta hace poco, se reducían a huellas, encuentros furtivos y relatos legendarios.
Los programas principales de fototrampeo se hacen con patrocinio de instituciones científicas, fondos internacionales y privados, universidades y áreas naturales protegidas, una mezcla variable que ha permitido descubrir la relativa abundancia de jaguares, pumas, ocelotes, tigrillos, jaguarundis, linces, zorros, mapaches, coatíes, venados, pecaríes, cocodrilos y un larguísimo cortejo de seres vivos.
A propósito del arranque de la VIII Semana Nacional de la Conservación, este diario ha rescatado una pequeña muestra de estas nuevas evidencias. Las fotos de estas páginas han sido tomadas en algunas de las zonas mejor conservadas de Michoacán, Colima, Jalisco y Nayarit, correspondientes a las áreas protegidas Nevado de Colima, Sierra de Manantlán, Chamela-Cuixmala, estero La Manzanilla, Sierra de Vallejo y Marismas Nacionales, así como en la accidentada selva seca de la costa michoacana, por los mejores investigadores y promotores de la vida silvestre de la región.
Allí, se demuestra la habilidad de los animales para sobrevivir a un entorno cada día más hostil, pues la colonización intensiva no tiene más de tres generaciones —de 50 a 60 años— y fue hecha por hombres formados en la idea de que la naturaleza es un recurso que se puede explotar si tiene valor económico y, si no, extirpar como estorbo. “Las cámaras son sorprendentes: han tomado incluso cazadores, y en ese sentido, nos dan evidencias, pues depredan especies protegidas y en áreas vedadas a la cacería”, señala Sonia Navarro, responsable del programa de monitoreo en el Nevado de Colima. Érik Saracho, de Alianza Jaguar AC, confirma el dato para Vallejo, en Nayarit, al norte de la bahía de Banderas.
Es así, una lucha contrarreloj. Porque muchos temen que este conocimiento sirva para abrir apetito a los afanes de dominio del hombre-conquistador, y no a la educación y la sensibilidad para reconocer que la cadena de la vida es necesaria para la supervivencia humana.
El citadino, tras conocer la leyenda de El Afamado, en la sombría Manantlán, recordó el final de un viejo relato: “En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado. Es triste. Mas el alma simple de la bestia es pura…” (Rubén Darío, Los motivos del lobo).
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