Se requiere un “proyecto sensato” para crear un desarrollo en la zona de El Bajío, advierte investigador de la UdeG. Es área de recarga de acuíferos
Guadalajara. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO. Edición de 4 de noviembre de 2009
El Bajío es una zona de recarga del acuífero Los Colomos, por lo que la Villa es un peligro, coinciden opositores. Foto: Tonatiuh Figueroa La zona de El Bajío, que hace 20 años estaba propuesta para albergar un gran parque público que garantizara su papel ambiental como zona de recarga del acuífero Los Colomos, recibirá en la Villa Panamericana un nuevo desarrollo urbano de casi doce mil personas que si no se adapta a las condiciones locales, puede alterar para siempre el precario equilibrio allí existente.
Por ello, la primera obligación del Comité Organizador de los Juegos Panamericanos es realizar una manifestación de impacto ambiental que considere los “impactos acumulativos” en el predio, donde ya existe una parte del desarrollo del centro JVC, incluido el estadio de las chivas, aprobado hace cinco años por la Secretaría de Medio Ambiente para el Desarrollo Sustentable (Semades), considera el investigador Miguel Magaña Virgen, del Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la Universidad de Guadalajara (UdeG).
“La autorización para el JVC fue justificada porque éste establece medidas de mitigación que permiten resolver sobre todo lo relativo a no afectar la recarga de agua y a no contaminarla; se debe entender que la Villa llegará a adaptarse a las condiciones del lugar y no al revés”, y que el estudio de impacto ambiental debe medir lo que pasa en toda el área, pues es un aumento de presión a la ya existente, pone en relieve el también ex director de vinculación ambiental de la Semades.
Los riesgos, a su juicio, más importantes, están en el sensible incremento del flujo de vehículos, en que se altere más espacio de territorio que impida una filtración adecuada del agua y a que se trata de una zona con fallas geológicas, como lo demostró la MIA autorizada al JVC, además de que se ubica en las puertas de la principal área natural protegida de la ciudad, el bosque La Primavera.
El caso del agua es complejo. Por la altura inferior de El Bajío, cuya superficie total es mayor a mil hectáreas, se debe bombear las aguas residuales para verterlas en la red metropolitana sin que ocasionen daños en la calidad de la captación para los manantiales. También se debe considerar el posible impacto de una gran cantidad de autos con emisiones contaminantes en una zona cuya topografía puede provocar fenómenos atmosféricos como inversiones térmicas, aunque “no se instalarán industrias, lo que permite reducir esa posibilidad”.
En cuanto a lo que llama “impactos sinérgicos”, Magaña Virgen pone en relieve que un conglomerado humano permanente provocará la apertura de gasolineras, comercios e infraestructura que se debe tomar en cuenta al medir el impacto ambiental. Y no se diga futuros fraccionamientos en los alrededores.
Puntualizó: “Por eso hablo de que el proyecto se debe adaptar a las condiciones actuales y futuras del lugar; es como que una persona se suba a una rama, tal vez en lo individual la rama la soporta, pero si ya hay muchas personas subidas […] la situación cambia, porque se puede quebrar la rama”.
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