sábado, 20 de noviembre de 2010
A la búsqueda de oculis mundi
En Magdalena, al oeste de Jalisco, muchos hombres dedican su vida a la extracción de ópalo, que era llamado por los romanos oculis mundi, “ojos del mundo”; este texto fue preparado a solicitud de Humberto Muñiz, autor del fotorreportaje del que se exhibe aquí una parte
Guadalajara. Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO. Edición del 7 de noviembre de 2010
El ópalo era llamado por los romanos oculis mundi, “ojos del mundo”, porque supuestamente podía devolver la vista a los ciegos; también era considerado un afrodisíaco para los varones y que realzaba la sinuosidad de las mujeres. Aún hoy se le estima como piedra de la suerte. Es una de las gemas preciosas que llenan páginas completas de la larga historia de la codicia humana, y de su amor por la belleza de las formas y de las imágenes.
En Jalisco, además de sostener una próspera pero reducida industria extractiva para los talleres de joyería en Magdalena, al poniente de los valles tequileros, su aprovechamiento da pie al oficio legendario del gambusino, el buscador de piedras que hurga en las minas abandonadas y a pico y pala identifica la preciada iridiscencia cuya compleja clasificación puede significar una súbita fortuna, porque hay muchas calidades y precios en este complejo mineral amorfo que contiene agua, sílice y espacios vacíos que funcionan para refractar la luz y crean la paleta de colores que hacen tan variados y únicos los ejemplares trabajados por las sabias manos de los artesanos.
“El fuego del carbúnculo, el brillo púrpura de la amatista y el color verde marino de la esmeralda, brillando juntos en una increíble unión”, señalaba asombrado el famoso Plinio el Viejo, en su Historia Natural del siglo I de la era cristiana. Algunos cristales parecen la atmósfera convulsa de nubes y mares de la tierra; otros son rojos como el fuego ardiente y muchos más son negros y brillantes. También los hay opacos, y algunos contienen todos los colores del arcoíris.
Un aprecio varias veces milenario explica que siga levantando pasiones incluso a nivel de la ciencia. Mientras los geólogos destacan la larga conformación de esa materia en zonas volcánicas, un sabio cristiano y creacionista, Len Cram, asegura que el ópalo se puede cultivar, en semanas, en un laboratorio, y al contener restos de fósiles de animales desaparecidos, su rápida composición probaría que los tiempos bíblicos son los correctos y la evolución, una fábula (ver http://www.answersingenesis.org/sp/articles/cm/v17/n1/opals).
Más allá de las fascinaciones ideológicas desatadas por la gema, hallarla en las mesetas adyacentes al gran cañón del río Santiago es más bien cosa de pasiones materiales. Los gambusinos no esperan convertirse en millonarios como los buscadores de oro de California, pues los precios que se les pagan por sus cosechas son reducidos. Sólo los conocedores encuentran una piedra de alto valor por su composición visual y su dureza. Y si se considera que la batalla económica la ganaron hace mucho el diamante y el oro, es extraño que un buen hallazgo permita algo más que semanas de alivio económico.
Son las tierras del ópalo, al oeste de Jalisco, donde el sueño de fortunas repentinas no suele hacerse realidad.
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