domingo, 31 de marzo de 2019

Periodismo, la vuelta a los principios

Agustín del Castillo-Opinión-NTR

En un país sometido a la fuerte influencia de gobiernos crecientemente autoritarios, donde poco a poco se ha impuesto la idea de considerar a los medios de comunicación como actores políticos, y de paso, se les estigmatiza si no respaldan de forma descarada iniciativas políticas partidistas, los periodistas tenemos la gran oportunidad de regresar a los principios básicos de esta profesión, que abonan, no me canso de repetirlo, a la condición de “la prensa” o “los medios” como contrapoder, es decir, una apuesta por una crítica lúcida que no sea la tentación de caer en la diatriba, y dar pretexto a tantos demagogos que buscan eliminar tan molesta piedra en el zapato para sus delirios de grandeza.

Comencemos por la necesaria autocrítica: las empresas periodísticas en este país han frecuentemente traficado influencias con el periodismo, pese a que las libertades de información y de opinión son bienes públicos. Esto significa que abrir un periódico, una estación de radio, una televisora o un sitio de internet, con el afán de ejercer influencia, sólo es válido si se trata de apoyar causas de la sociedad (lo que puede hacerse desde líneas editoriales de derecha o izquierda, conservadoras o liberales, socialdemócratas o nacionalistas), es decir: fomentar el debate público, proveer información cierta, ejercer de auditores de los proyectos políticos y presentar, y señalar primordialmente sus fallas, con el afán de que se corrija (lo que es un servicio invaluable para los gobernantes en turno… si no fuera que la generación que nos gobierna hoy, en Jalisco y México, está llena de impulsos autocráticos).

Abrir medios para conseguir contratos, para obtener concesiones, para acceder a las bolsas de recursos de publicidad, para facilitar la licencia de un giro polémico, para obtener subsidios en negocios de otra índole, no es, en definitiva, válido, y mucho menos, esa terrible costumbre de nuestros empresarios (no periodistas) de ofrecer la cabeza de reporteros incómodos, para que el sátrapa en funciones lo vea como un bello gesto que merece recompensa.

Es una costumbre que reinauguró en la transición democrática de Jalisco el panista Francisco Ramírez Acuña, y que regresa con fuerza ahora que Enrique Alfaro, uno de los políticos más intolerantes que he conocido en 30 años de carrera, demanda ‘señales’ positivas de las empresas periodísticas, a las que ataca y desprecia -aunque sea contradictorio: si desprecias, entonces la expresión correcta es ningunear, ignorar, ¿será que en el fondo, reconoce que el poder imaginario de los medios puede poner en riesgo sus propias ambiciones?-.

Pero más allá de estos desfavorables pactos que afectan a los que nos dedicamos al oficio de informar, creo que los periodistas, en nuestro trabajo cotidiano, debemos también autocriticarnos: ni el moralismo, ni el activismo, ni la superioridad moral, son características de un periodista profesional.

El periodista no es noticia. El periodista no sermonea. El periodista no puede afirmar nada si no tiene las pruebas. El periodista asigna a cada dato su verdadero valor: al lector o a la audiencia les debe quedar claro qué probamos, qué es rumor, qué es indicio; cuando una verdad es difícil de probar, lo menos es tener una explicación de esa dificultad. Cuando debemos mantener en el anonimato una fuente, dejarle claro al lector que no hacerlo sería exponerla a un riesgo. Cuando vimos un documento pero no lo pudimos copiar, explicar la razón de esa falla. Debemos asumir al lector como un mayor de edad, el que recibe información comprobada y tiene margen para tomar sus propias decisiones

Cuántos talentos perdidos para esta profesión por no mantenerse en esa línea de sobriedad y no protagonismo. Les faltó leer al maestro Bastenier, cuando decía: “La única manera que tiene el periodista de hacer un mundo mejor es haciendo un periodismo mejor”.

agustindelcastillo@gmail.com

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