viernes, 5 de agosto de 2011

La educación incompleta


Más de un millón 600 mil jaliscienses no terminó la educación mínima obligatoria, que es la secundaria, o ni siquiera sacan la primaria

Guadalajara. Agustín del Castillo. MILENIO-JALISCO

En Jalisco es obligatoria la educación hasta la preparatoria, según la Constitución local. A escala nacional, se considera que al menos se debe cubrir la secundaria como educación básica y formal. Guadalupe Cuenca, jalisciense de 36 años, es parte de un rezago que aunque continúa en abatimiento, todavía alcanza a más de la quinta parte de los habitantes de la entidad: hay más de un millón 600 mil jaliscienses que no concluyó los estudios básicos, lo que afecta, como en el caso de Alejandra, la posibilidad de obtener un empleo calificado, de acceder a mejores salarios y de tener un mejor bagaje de conocimientos para enfrentar hasta las cosas más nimias de la vida. No se diga los grandes desafíos.

Empleada en un taller mecánico como secretaria, es la mejor ocupación que ha tenido en su vida, pero se la debe a su esposo, Roberto, un migrante del estado de Hidalgo que aprendió a prosperar en el difícil mercado de la capital de Jalisco, quien es dueño del negocio.

“Yo nomás terminé primero de secundaria; vengo de una familia muy grande y como que me descuidaron un poquito, me gustó la vagancia […] hoy sí me arrepiento de haberme desbalagado: tuve mi primer hijo con mi primer esposo cuando tenía 16 años, imagínese; el segundo es de otro señor, porque yo ya me había separado, y fue hasta los 26 cuando encontré a Roberto, que también es separado de otra mujer; tenemos un niño de once, y mis primeros dos hijos ya ni me reconocen como su mamá, se los dejé a mis papás y allí hicieron su vida”.

Lo que aprendió en la primaria es suficiente para llevar las cuentas del taller y la lectura le funciona bien para comprender las cachonderías de las famosas en TVyNovelas o Tvnotas, o los dramonones eróticos de las revistas de los puestos de periódico. “Yo le digo a mi hijo que debe seguir estudiando hasta sacar una carrera, si no quiere acabar así, medio tapado para muchas cosas, como yo”, señala con humor la pequeña mujer de ojos verdes.

Por las calles de la Central Camionera Vieja, Jesús López se afana con su diablito para llevar refrescos a la tienda de un conocido que le procura unos pesos a la semana. Rebasa 50 años y apenas terminó cuarto de primaria. Es nativo de Chapulimita, una delegación de Ahualulco de Mercado, y se salió de allí “porque un terrateniente no nos dejó ya trabajar las tierras”. Además de los mandados, su negocio es una pequeña cajita con chicles y mazapanes que su señora ofrece a los transeúntes por Los Ángeles, 5 de Febrero o R. Michel. En verano duermen en la calle, siempre que no caigan tormentones, en cuyo caso, les dan albergue en una vecindad ubicada por la calle de Cuauhtémoc. Van a su pueblo en las navidades, y es cuando recuerdan lo placentera que era la vida entre los maizales, el director de la escuela que los perseguía, el papá que los golpeaba si no dejaban las clases para ayudarle en la labor.

Sus tres hijos se quedaron allá, y uno ya está en preparatoria, en la cabecera municipal. “Quiero que sean hombres de bien, pero que estén preparados, porque se sufre mucho cuando uno se queda ignorante”, explica mientras se limpia las sienes sudorosas antes de cargar otra caja de Coca Cola.

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