domingo, 7 de agosto de 2011

El mar cruel


Ignacia Osorio Cumí • Presidenta del proyecto de reciclaje de basura de Celestún
En privado

Celestún, Yucatán. Agustín del Castillo, enviado. MILENIO-JALISCO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS

Indígena maya emigrada hace 35 años hacia la costa desde el municipio de Maxcanú, tras la debacle de la industria henequenera, Ignacia Osorio Cumí, con apenas 47 años de edad, fue madre a los 14 y es abuela desde hace diez.

En la población de Celestún, sede de una de las reservas de la biosfera más importantes de la península yucateca, es todo un personaje: su tesón y coraje personales han sido decisivos para levantar el proyecto de reciclaje de basura que ha ayudado no poco a aminorar el espectáculo lamentable del deterioro que todavía adorna estas ciénegas sobre las que crecieron asentamientos de aborígenes que buscan en la pesca, la sal o la cacería, la redención de sus miserias.

Sonriente y emprendedora, la biografía de Ignacia destila, tal vez por eso, motivos para la infelicidad: el mar le arrebató, hace diez años, a su hijo Gabriel Pol Osorio, entonces un muchacho de 27 con apenas siete meses de casado. La mujer lo ha buscado por todos los puertos, desde Campeche hasta Cartagena (Colombia), y aún ahora, no se resigna a la pérdida.

“Estudiaba, estaba cerca de recibirse, de repente se enamoró de una niña y se casó; un día se fue de pesca, y ya no regresó del mar […] yo le dije, no te vayas de pesca, ya es tiempo de norte, ‘no, es que ya me comprometí a pescar’, me respondió; salió el 6 de marzo de 2001 de aquí, con otros dos amigos; a los cuatro días empezamos a buscarlo…”.

Primero con el lanchero local, que se negaba a prestar sus naves para la búsqueda; luego en Mérida, donde consiguió una avioneta, y finalmente en Campeche, donde estaba reportada la desaparición y detuvieron a una embarcación que arrolló a dos lanchas en alta mar con seis personas, pero el operador no recordaba a Gabriel.

“Yo no me daba por vencida para buscar a mi hijo, ya había vendido todo lo que tenía en la casa; nunca me daré por vencida, porque nunca apareció nadie, ni la embarcación, ni las velas, ni las telas que llevaban, algo que demuestre que ellos se fueron; simplemente desaparecieron […] es un trauma muy doloroso, y así como ven de gordita yo bajaba por mes cinco kilos, siento el temor del mar, y vivo con la esperanza, y cuando alguien se queda en el mar es como si yo lo viviera, yo siento lo mismo, entonces es terrible…”.

Esto explica sus esfuerzos porque los habitantes de Celestún tengan opciones distintas, además de mejorar el aspecto y la salud de los habitantes pobres de esas orillas. Lleva ya ocho años en el reciclaje, “nos dedicamos a limpiar toda la zona federal, el mar, la playa, el río”; el producto recolectado no es el gran negocio, pero se paga a quienes lo llevan, fundamentalmente mujeres.

- ¿Cómo le hizo para con todo el desánimo que traía levantar este proyecto?

- Es que siempre que iba yo, tenía la esperanza de que me motivaran a ver cómo podíamos tener una fuente de empleo, cómo podíamos tener algo, porque a la gente no le alcanza el dinero y mucha se arriesga en el mar, se van y ya no regresan, y eso como que mueve para hacer algo, para buscar que cambie esto ya…

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