jueves, 21 de febrero de 2019
ELOGIO DE LA LIBERTAD DE PRENSA
Agustín del Castillo/El Respetable
“Gobierno es orden. El periodismo es desorden. La vida imita al periodismo”.
James Deakin
En el tránsito de los siglos XVIII al XIX, años en que fue parida la modernidad en que aún vivimos, uno de sus más agudos observadores, el vizconde de Chateaubriand, diagnosticó: “La libertad de prensa es origen y fundamento de todas las demás libertades; anúlenla, y surgirá el tirano…” (Memorias de Ultratumba).
Esto sigue siendo una de las verdades palmarias del orden democrático. La libertad de publicar opiniones de cualquier materia y por cualquier medio (o sea, de expresarse abierta y públicamente) es la base necesaria de todo lo demás, porque va al corazón de las características de la persona: denota su capacidad de ser “por sí mismo” (per se, la raíz de “persona”), su autonomía indisputable, su posibilidad inalienable de poner a prueba esa libertad, esto es, de expresarse públicamente por más desazón, molestia o escándalo que dicha opinión genere.
Más allá de la vieja retahíla de las supuestas desventajas de admitir esta libertad radical (radical no por extrema, sino porque deriva de “raíz”, pues está en la base del concepto de “persona”), señalamiento que alude a la defensa del orden, de la paz social, de la moral, de la supresión del escándalo, de derechos de los sujetos privados y de otros argumentos que suelen traducirse en el sostenimiento del privilegio de ciertos grupos políticos y económicos para cobijarse en su impunidad (lo que en el pobre es borrachera en el rico es alegría); a una sociedad abierta que cree en los principios básicos de la legalidad, de la igualdad y la libertad, le conviene sostener este derecho a la libre expresión como pilar.
No es poco lo que se gana: una sociedad que acepta la alteridad en el orden social, y la crítica en el político, suele tener capacidad de cambio y adaptación, y evita polarizaciones graves que derivan en conflicto y parálisis, pues el rito de expresarse y de escuchar al otro es parte esencial de un sistema que se construye y legitima justamente con ese concurso de opiniones y visiones de mundo variopintas. Las discusiones, cuando se hacen con sensatez y autocontención, derivan en comunes denominadores que permiten sacar acuerdos generales. No es poca cosa.
Dirán los apasionados del orden por encima de la libertad que ésta suele ser desenfrenada y abusiva. Lo cierto es que sucede como con los niños: si se les da gradualmente el poder de decidir sobre sí mismos, llegan a la ciudadanía y la adultez real, un maridaje que es imposible sin elementos esenciales como el conocimiento de lo cierto y la noción de responsabilidad como anverso de la libertad. No es pues, el camino a la anarquía, sino a la madurez.
Pero a los esquemas autoritarios no les convence esa solución, que requiere respeto, tolerancia al error (la libertad de prensa es en buena medida un derecho a equivocarse: siempre que se esté dispuesto a aceptar el error, y siempre que se reconozca que muchas verdades del día caducan, y por eso es necesario privilegiar los hechos), tiempo y paciencia. Prefieren el expediente fácil de la autoridad que resuelve sin consulta porque “sabe lo que Jalisco necesita” (un clásico de ese paternalismo autocrático en esta región del mundo), y del ciudadano-súbdito, que se inclina ante la mística del poder y vive en la perpetua infancia de no deberse preocupar de sus problemas.
SI LA REALIDAD LO DESMIENTE, PEOR PARA LA REALIDAD. SI LOS PERIODISTAS LA DOCUMENTAN, SON “ESTUPIDECES” DE LA “PRENSA BASURA”.
Es que la prensa rompe el orden, la armonía social, da voz a disidentes que son enemigos del pueblo, de los “ciudadanos libres”, del progreso social. Un contemporáneo muy célebre del vizconde de Chateaubriand lo dice mejor que nuestros aspirantes a autócratas locales y nacionales: “la libertad de prensa debe estar en manos del gobierno, la prensa debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto a un peligro” (Napoleón Bonaparte).
El modelo de negocios que fundamentó al periodismo, en México y el mundo, está ahora en crisis: la prensa no ha sabido reinventarse ante las redes sociales. El poder lo aprovecha. La debacle permite regresar a las viejas prácticas de usar el dinero público para chantajear y condicionar proyectos periodísticos, e incluso, como hace Alfaro en Jalisco, fingir un infinito desprecio pues manda avisar a los ávidos directivos que “no invierte” en periódicos (que contradictoriamente lo hacen irritar: atacó al diario NTR hace quince días y lo acusó de decir mentiras; luego, no aplica el sabio axioma de que “duele más la indiferencia”); desde el poder económico, es lo mismo, el afán de controlar reportajes que cuestionen negocios turbios. Se reproduce la máxima tristemente célebre del presidente José López Portillo: “no pago para que me peguen”. La prensa está a un tris de regresar a su papel orgánico, cercano al poder, lo que es un riesgo para la sociedad que tiene derecho a información libre para tomar decisiones y expresarse. Si esto sucede, no olvidemos que nos espera el Estado autoritario y el desplome del resto de los derechos civiles. Y eso al poder le gusta y le conviene, pero no se ha derramado tanta sangre en el mundo como para permitir tan fácil que las cosas regresen al día anterior de la Declaración de los derechos del hombre, que fue un 26 de agosto, de 1789, cuando esta convulsa modernidad fue parida.
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