viernes, 17 de noviembre de 2017

La noche oscura de Morales Lechuga



Al "mea culpa" del ex titular de la PGR sobre su investigación del desastre del sector Reforma, la líder histórica de los damnificados le respondió con un molesto "¡cínico!".

Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO.

Luego de 25 años y casi siete meses, llegaron los desahogos –que no la justicia- por la destrucción y muerte del 22 de abril de 1992, en el sector Reforma de Guadalajara.

La noche de ayer, en la sede zapopana de El Colegio de Jalisco, se pasó de un condolido "mea culpa" a un acusatorio "¡kynikós!"; a la confesión y descarga de conciencia de Ignacio Morales Lechuga, ex procurador general de la república, uno de los protagonistas del drama político y social ocasionado por el desastre del colector intermedio oriente, con olor a gasolina, se dio paso a la breve y flamígera acusación inculpatoria del coro griego: Lilia Ruiz Chavez, dirigente histórica de los damnificados, la invitada equivocada en esa puesta en escena de los políticos del Ancien régime, dispuestos a disculparse y a seguir sus vidas, aunque los sobrevivientes deban continuar tocando puertas y haciendo manifestaciones cada mes porque no hay recursos en el fideicomiso y porque las medicinas no llegan a tiempo.

"Sé que no hubo ni reparación suficiente, ni indemnización, ni asistencia psicológica, ni siquiera el calor humano. Por eso me atreví a comentar que lamento como mexicano que esto haya ocurrido, el abandono no debe permitirse [...] la circunstancia política, yo entiendo que la votación fue a favor de las victimas después de 1992 al darle la espalda al partido en el gobierno, como ocurrió en la Ciudad de México tras los sismos de 1985, en 1988. El voto es instrumento de solidaridad, de repudio, de enojo, de irritación...".

La mesa de expositores tenía la misión de presentar el libro del joven historiador Jorge Federico Eufracio Jaramillo, Testimonios sobre una herida abierta, una colección de versiones de diferentes actores y víctimas de los hechos del infausto y cruel abril de 1992, piedra fundacional de la "primavera" tapatía, que parece ser cada vez más sombría. El investigador Jorge Gómez Naredo estaba al final de la mesa que empezaba con el autor. En medio, el editor Miguel Ángel Porrúa, el presidente del Colegio de Jalisco, Javier Hurtado; el ex procurador Morales Lechuga y el historiador José María Muriá Rouret, líder histórico de esa iniciativa cultural que es el colegio.

En la primera línea de sillas, en el patio principal de la casona donada por el gobierno de Jorge Humberto Chavira Martínez en 1992, se repartían algunos viejos conocidos. Al extremo sur se ubicaba Enrique Dau Flores, el único político en activo de aquella generación; al norte, en silla de ruedas con sus 86 años, con su voz discreta y carrasposa, con su inteligencia eternamente en guardia para no cometer delaciones, el aún "amigo" de Dau Flores, el ex gobernador Guillermo Cosío Vidaurri (1989-1992), alejado ante la indiferencia de su antiguo socio en el poder.

"De alguna manera rebasaban mis facultades como PGR el tema de la reparación del daño; no podíamos culpar a Pemex porque las personas morales no son responsables, pero el tema de la gasolina marcaba una clara línea para iniciar acciones civiles y reclamar el daño, el daño moral. Parece que no fui suficientemente claro en dar este mensaje ni en proyectar mi descuerdo sobre consignar por culpa, o por negligencia o por estar en el lugar equivocado, a una serie de funcionarios; no era verdadera ni real esa línea no era de responsabilidad", continuaba el exprocurador.

Narró que en 1998 publicó un libro y le dedicó unas palabras a Dau respecto a la "excesiva acción judicial" en su contra, que lo llevó 200 días al reclusorio de Puente Grande, junto con otros funcionarios como Aristeo Mejía Durán, ausente.

"Ratifico hoy esa posición públicamente, me siento atrapado en este caso [...] como mexicano tenía que estar más condolido con un sistema de justicia y sobre todo con un sistema de reivindicación con las víctimas [...] tal vez debí renunciar y haber atendido a las víctimas. Tal vez en ese momento el apego al derecho y al poder me impidió dar un salto que debía haber dado".

Luego elogió la persistencia de la lideresa de las víctimas. "Traté de entender lo que la señora Ruiz Chávez hizo, no bajar la guardia y dedicar su vida entera a reclamar y reclamar y reclamar la atención a las víctimas". Entonces brotó de entre la primera fila un débil pero firme "¡cínico!". Desconcertó por un segundo al veracruzano, pero tras la breve pausa, trató de no perder aplomo: "gracias por la palabra pero no me considero así y no vengo en un plan de cínico, leí el libro y por eso le expreso estas palabras...".

José María Muriá aprovecharía también, de forma parcial, el testimonio de Ruiz Chávez para una invectiva contra 18 años de gobiernos panistas, lo que colmó la paciencia de la activista. "No quise hablar más por respeto a nuestro amigo Jorge, el autor del libro, pero la verdad es que había mucho, muchísimo más que decir, porque este hombre vivo a exculparse y todavía de pilón a echarle porras a Enrique Dau Flores [...] a Muriá yo lo respetaba, pero decir la verdad a medias es mentir: yo claramente hablé de las omisiones de este gobierno [del PRI] para con nosotros, y que el gobierno de Carlos Rivera Aceves desalojó y golpeó damnificados. Me queda claro que Muriá o está chochando o ya perdió valores", explicaba unos minutos después, irritada, a MILENIO JALISCO.

Al final, Morales Lechuga la ignoró; acudió a abrazar a Dau Flores, quien se llevó la noche entre aplausos de su grupo que llenaba el patio bajo el papel del "chivo expiatorio". Luego abrazó a Cosío Vidaurri, quien consideraba que quizás también era un "damnificado político", aunque comprobó el amargo desdén de las nuevas generaciones para los políticos que ya no tienen poder.

Doña Lilia, en su silla de ruedas, repetía: "Este evento lo quisieron utilizar para limpiar sus nombres, para justificar lo injustificable. Son unos cínicos".

208 muertos, miles de damnificados, ayudas a cuentagotas, justicia que devino en limosna y caridad. Vuelve el coro de la tragedia, las feroces Erinias, que algunos desearían ya olvidar: "Creemos ser rectas justicieras, ninguna ira nuestra acosa al hombre que presenta manos puras y su vida transcurre sin daño. Pero cuando un pecador, como éste, oculta unas manos ensangrentadas, entonces viniendo, testigos veraces, en socorro de los muertos aparecemos al fin como vengadoras de la sangre..." (Esquilo, Euménides, III).

SRN

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