domingo, 25 de julio de 2010

Una vida difícil


PÚBLICO EN PRIVADO

Teódula Gutiérrez Miguel. Comunera de San Miguel Chimalapas

San Miguel Chimalapas, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍA: MARCO A. VARGAS

Doña Teódula escucha los interminables alegatos de la asamblea de los comuneros de la congregación de San Antonio, titubeantes en informar sobre los problemas de su localidad, pero decide que sus 69 agitados años de vida merecen la pena contarse, si quiera de forma apretada, y se acerca a los periodistas cuya presencia genera incomodidad en esta montaña de San Miguel Chimalapas, en la que vive desde el año 1972.

A diferencia de la mayoría de sus nerviosos vecinos, ella es zoque de nacimiento y vio la luz en la cabecera comunal, en 1941. El asesinato de su esposo “por envidias” la motivó a salir del viejo poblado y realizar la proeza de su existencia: abrir camino y crear el asentamiento que hoy ocupa San Antonio. La mayor parte de quienes la acompañaron en la misión eran antiguos obreros de la Compañía Sánchez Monroy, que saqueó la mejor madera en 50 mil hectáreas del este de Los Chimalapas, y ejerció un cacicazgo duradero.

La comunidad los apoyó en su rebelión contra los madereros y los hizo sus guardianes de los linderos; después de abandonar la zona, Sánchez Monroy dejó como pesada herencia -a instancias de los gobiernos de Chiapas- más de 20 ejidos nuevos asentados sobre las tierras inmemoriales de los zoques, quienes insisten en sus derechos consagrados por el tiempo: sus ancestros las compraron a la corona española en 1687 por 25 mil pesos-oro.

La mujer de piel cobriza no puede olvidar las largas penurias, tanto por el lado de la marginación –este es literalmente el último rincón de Oaxaca- como por la violencia de policías y soldados de Chiapas.

“Yo solita saqué adelante a mi familia. Trabajaba la tierra; sembraba frijol y maíz, y todavía hasta el año pasado lo hice. Este año ya no porque me enfermé […] todavía tengo un maicito ahorita del año pasado y así me la voy llevando”.

Habla de un abandono que no termina aunque los caminos son ya accesibles –siempre que no caigan tormentones que engordan arroyos y cortan la brecha-, hay escuela y funciona una modesta casa de salud. Por si fuera poco, se ha creado una reserva ecológica en vías de certificación, El Retén, que da empleo a muchos comuneros. Los policías del estado vecino siguen haciendo sus incursiones. “Sí, hace poquito fue la última; pero eso pasa siempre, por eso me vino a ver mi hermana, y me dijo: ‘pero qué haces aquí, mejor vámonos para Juchitán, está mejor la vida’; pero yo por mis hijos no puedo dejar esto, si yo me los traje chiquitos, ahora voy a ver como vive cada uno con su mujer y con su familia, por eso no salgo de aquí, aquí vivimos y mando a sembrar mi maíz, y con eso la paso”.

- Cuando usted llegó era esto muy diferente, ¿cómo era el bosque?

- Ahora está ya destruido; pero antes todo estaba tupido de pinos, de árboles y pura sombra […] a mí me tocó ver ese que le dicen tapir, animales más grandes que el burro; veíamos pava de la montaña, venado, jabalí; también había “tigre” (jaguar), pero ya no se asoma por aquí, nomás ruge a lo lejos […] yo le platico mucho a mis nietos; cómo era aquí y qué había…”.

La mujer diminuta calla al anunciarse la reanudación de la asamblea, dominada por los hijos y nietos de sus compañeros colonos, quienes, uno por uno, han ido bajado a la tumba.

No hay comentarios: