PÚBLICO EN PRIVADO
Santa María Chimalapa, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. Fotografía de Marco A Vargas. PÚBLICO-MILENIO. Becas AVINA, periodismo para el desarrollo sostenible
La novedad es que no todos los políticos de este país, en particular hablando de presidentes municipales, se dan grandes sueldos y una vida de lujos, con amplios gastos de representación, comunicación ilimitada, camionetas con guaruras y de repente, alguna joven querida guardada en el clóset.
Una de las excepciones —que deben ser más numerosas de lo que se sospecha— es este alcalde del pueblo zoque de Santa María Chimalapas, que habita en una finca modesta de la cabecera; que se dedica a sembrar, a cuidar sus cedros y a mantener sus vacas; que va por el café a su casa para no comprar en la oficina y que percibe un salario de cuatro mil pesos mensuales. Constantes y sonantes.
Luis Jiménez Arbona es un hombre sencillo que está cerca de los 60 años de edad y va a cumplir tres al frente de su ayuntamiento. No ha sido fácil. 21 agencias para un municipio parece un número breve, pero la cosa cambia si se trata de desplazarse sobre unos 4,600 kilómetros cuadrados, lo que equivale en superficie a gobernar Tlaxcala (de 4,060 km2) más otro cachito; pero con un presupuesto de 0.01 por ciento (8,700 millones del estado contra nueve millones de la demarcación oaxaqueña), y eso sí, apenas 1 por ciento de la población (un millón 68 mil tlaxcalenses contra diez mil, pasaditos, chimas de Santa María).
La cosa es que el gobernador del estado central tiene un helicóptero y una amplia red de caminos que lo desplazan fácil y cómodo por el área de jurisdicción. Pero este atribulado munícipe, para llegar a su agencia más alejada, La Esperanza —qué nombre para el lugar más alejado—, necesita de dos días, incluidos un traslado por tierra hasta la presa Malpaso —qué nombre más fatídico—, atravesar en lancha por uno de los mayores embalses artificiales de México, y una pesada caminata de tres horas.
Don Luis no la lleva fácil. En una ocasión, unos furibundos paisanos llegaron a su modesto despacho sin cita, y no lo dejaron salir ni por su religiosa taza de café. “Le dije a mi esposa, voy a la presidencia y en media hora me regreso; ella me dijo, por qué no te tomas tu café y te vas, pero no le hice caso […] iba media hora y pude salir hasta las tres de la tarde, porque exigieron que los atendiera y les resolviera sus problemas”.
Este comunero zoque piensa que las cosas antes eran mejores, aunque estaban aislados en la sierra. “La gente no estaba esperanzada a los apoyos, como ahora; trabajaba y comía de su trabajo, más fácil”. Ahora, su tarea como alcalde es pasarla en idas y venidas de Oaxaca para pelear presupuesto, porque hay muchas comunidades sin servicios básicos y la red de caminos es mala. Luego llegan paisanos a pedir dinero para medicinas, para transporte, para comer. Ni modo de negárselos, y no dan factura. Otro caso: no tiene 160 mil pesos para reparar un payloader (cargador) de su módulo de maquinaria. Entonces, no se pueden mantener las brechas decentes.
No es casualidad que Santa María sea el municipio 122 del país en marginación. Ni que este campesino haya llorado, frustrado de su carga de trabajo, de la incomprensión de sus vecinos y de la inmensa cuesta que debe andar esta comunidad para acceder, alguna vez, al verdadero desarrollo.
Una de las excepciones —que deben ser más numerosas de lo que se sospecha— es este alcalde del pueblo zoque de Santa María Chimalapas, que habita en una finca modesta de la cabecera; que se dedica a sembrar, a cuidar sus cedros y a mantener sus vacas; que va por el café a su casa para no comprar en la oficina y que percibe un salario de cuatro mil pesos mensuales. Constantes y sonantes.
Luis Jiménez Arbona es un hombre sencillo que está cerca de los 60 años de edad y va a cumplir tres al frente de su ayuntamiento. No ha sido fácil. 21 agencias para un municipio parece un número breve, pero la cosa cambia si se trata de desplazarse sobre unos 4,600 kilómetros cuadrados, lo que equivale en superficie a gobernar Tlaxcala (de 4,060 km2) más otro cachito; pero con un presupuesto de 0.01 por ciento (8,700 millones del estado contra nueve millones de la demarcación oaxaqueña), y eso sí, apenas 1 por ciento de la población (un millón 68 mil tlaxcalenses contra diez mil, pasaditos, chimas de Santa María).
La cosa es que el gobernador del estado central tiene un helicóptero y una amplia red de caminos que lo desplazan fácil y cómodo por el área de jurisdicción. Pero este atribulado munícipe, para llegar a su agencia más alejada, La Esperanza —qué nombre para el lugar más alejado—, necesita de dos días, incluidos un traslado por tierra hasta la presa Malpaso —qué nombre más fatídico—, atravesar en lancha por uno de los mayores embalses artificiales de México, y una pesada caminata de tres horas.
Don Luis no la lleva fácil. En una ocasión, unos furibundos paisanos llegaron a su modesto despacho sin cita, y no lo dejaron salir ni por su religiosa taza de café. “Le dije a mi esposa, voy a la presidencia y en media hora me regreso; ella me dijo, por qué no te tomas tu café y te vas, pero no le hice caso […] iba media hora y pude salir hasta las tres de la tarde, porque exigieron que los atendiera y les resolviera sus problemas”.
Este comunero zoque piensa que las cosas antes eran mejores, aunque estaban aislados en la sierra. “La gente no estaba esperanzada a los apoyos, como ahora; trabajaba y comía de su trabajo, más fácil”. Ahora, su tarea como alcalde es pasarla en idas y venidas de Oaxaca para pelear presupuesto, porque hay muchas comunidades sin servicios básicos y la red de caminos es mala. Luego llegan paisanos a pedir dinero para medicinas, para transporte, para comer. Ni modo de negárselos, y no dan factura. Otro caso: no tiene 160 mil pesos para reparar un payloader (cargador) de su módulo de maquinaria. Entonces, no se pueden mantener las brechas decentes.
No es casualidad que Santa María sea el municipio 122 del país en marginación. Ni que este campesino haya llorado, frustrado de su carga de trabajo, de la incomprensión de sus vecinos y de la inmensa cuesta que debe andar esta comunidad para acceder, alguna vez, al verdadero desarrollo.
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