Modelo para rescatar las montañas de Los Chimalapas es esta reserva comunitaria que está a punto de ser certificada por la Conanp. Esta historia demuestra las dificultades de hacer exitoso un esquema de conservación natural
San Miguel Chimalapas, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS
En la asamblea de la congregación de San Antonio, presidida por el secretario Francisco López y el agente Víctor López, discuten acaloradamente, poco después del mediodía de una solar tarde de junio, si recibirán o no a los forasteros.
Su reloj marca las 11.28 de la mañana –los zoques rechazan el horario de verano-, y están irritados porque el presidente comunal, Alberto Cruz, les prometió acudir este mismo día y atender sus demandas en relación con el larguísimo conflicto agrario con los ejidos chiapanecos.
A un mestizo estos embrollos le parecen delirantes. Para ellos, es el espíritu de la ley de sus usos y costumbres, a lo cual se deben someter todos los intereses individuales. No obstante, esos mismos usos los tienen sujetos al control de su cabecera comunal, San Miguel Chimalapas, lo que pone en evidencia la fragilidad del tejido de alianzas que los zoques han debido establecer durante 40 años con antiguos invasores de su inmensa heredad, a quienes les conceden derechos a cambio de que defiendan con celo el territorio de la comunidad.
La mayoría de estos comuneros son chiapaneos y trabajaron en compañías madereras hace cuatro décadas. Hoy son defensores de la frontera. En lo corto, muchos hablan de los temas que les preocupan: el abandono que sienten respecto a su cabecera y al propio gobierno de Oaxaca, en la difícil relación con los ejidos, fuertemente respaldados por Chiapas, que introduce obras de electrificación, agua y drenaje; abre y mantiene caminos; establece escuelas y centros de salud, pues como todos los gobiernos estatales en disputas limítrofes, pretende crear derechos con supuestos “actos de autoridad”.
A fin de cuentas, deciden no recibir a los periodistas y no conceder entrevistas, para mandarle un mensaje de su inconformidad a su comisario.
Más allá de lo agrario, hay disputas internas por los proyectos de desarrollo, que se han acentuado con la creación de la reserva ecológica voluntaria –a punto de certificarse por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp)- El Retén, un largo cordón de montañas que dominan el poblado, y que tienen bosques templados, bosques mesófilos de montaña y selvas medianas, en una superficie de poco más de 15 mil hectáreas que equivale a 11 por ciento de la superficie comunal (de 134 mil ha), pero apenas 4 por ciento de la totalidad de estas sierras del istmo donde se encuentran las Américas del norte y central.
El Retén tiene todas las maravillas naturales que un visitante busca en el sur de México; han sobrevivido gracias a su accidentado relieve, a más de medio siglo de extracción forestal descontrolada y de violencia.
Allí están en buena medida las esperanzas institucionales de proteger el gran macizo de Los Chimalapas. Por eso, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) tiene dos años de pagar servicios ambientales sobre una parte del área. El Fondo Oaxaqueño para la Conservación de la Naturaleza, el grupo Mesófilo y la WWF [Fondo Mundial para la Naturaleza] pagaron junto con Conanp un plan de manejo. “Después venía el asunto de qué proyectos productivos podíamos hacer ahí; entonces le apostamos al aprovechamiento de la palma y al aprovechamiento de la resina, y le dijimos a las comunidades, esto es lo que vamos a aterrizar para que comiencen sus beneficios”, explica Luis Ruiz Saucedo, del Fondo Oaxaqueño.
Así, se ha generado una legitimidad en la tarea de conservación, pues muchos campesinos tienen dinero seguro por trabajar en los proyectos. Participan dos congregaciones: Benito Juárez y San Antonio. Falta abrirse a los mercados, que al menos en el caso de la resina, son prometedores en el territorio nacional.
“Entonces rompemos ahí un prejuicio que hay hacia los Chimalapas, de que son broncudos -añade Ruiz Saucedo-; de que no se pueden desarrollar ahí los proyectos, y entonces tenemos a dos comunidades que se organizan para la palma y la resina, pero quieren organizarse para todo lo demás […] hay la propuesta de plantar aguacate, de plantar chayotes, de hacer la conversión del ganado para producción intensiva y bajar la presión sobre bosque y selva […] suena como muy fácil, pero ha significado cuatro años de trabajo…”.
Aunque como siempre, no todos quedan contentos. Unas horas después, en la calurosa cabecera de San Miguel, el citado presidente comunal, Alberto Cruz Gutiérrez, se disculpa con los forasteros, y tras realizar una inspirada y apasionada defensa de los árboles como seres vivos –“qué pasaría si en un momento dado nosotros nos convirtiéramos en árboles, y los árboles dijeran, pues ahora les vamos a quitar la sangre para que nosotros vivamos; cómo quedaríamos nosotros cuando nos rompieran la piel y nos sacaran la sangre”, dice con sensibilidad franciscana-, el profesor y campesino se sincera: “somos muchos comuneros, por qué los apoyos no llegan para todos…”.
Discordias en una gran comunidad que se da el lujo de rechazar algunos esquemas de la modernidad dominante –los cambios de horario que favorecen la economía sobre la costumbre-, pero sufre al compararse con los pueblos de las planicies aledañas, regidos por las pasiones de la acumulación.
San Miguel Chimalapas, Oaxaca. Agustín del Castillo, enviado. PÚBLICO-MILENIO. Este proyecto de investigación fue ganador de una beca de Fundación AVINA en la emisión 2008-2009. FOTOGRAFÍAS: MARCO A. VARGAS
En la asamblea de la congregación de San Antonio, presidida por el secretario Francisco López y el agente Víctor López, discuten acaloradamente, poco después del mediodía de una solar tarde de junio, si recibirán o no a los forasteros.
Su reloj marca las 11.28 de la mañana –los zoques rechazan el horario de verano-, y están irritados porque el presidente comunal, Alberto Cruz, les prometió acudir este mismo día y atender sus demandas en relación con el larguísimo conflicto agrario con los ejidos chiapanecos.
A un mestizo estos embrollos le parecen delirantes. Para ellos, es el espíritu de la ley de sus usos y costumbres, a lo cual se deben someter todos los intereses individuales. No obstante, esos mismos usos los tienen sujetos al control de su cabecera comunal, San Miguel Chimalapas, lo que pone en evidencia la fragilidad del tejido de alianzas que los zoques han debido establecer durante 40 años con antiguos invasores de su inmensa heredad, a quienes les conceden derechos a cambio de que defiendan con celo el territorio de la comunidad.
La mayoría de estos comuneros son chiapaneos y trabajaron en compañías madereras hace cuatro décadas. Hoy son defensores de la frontera. En lo corto, muchos hablan de los temas que les preocupan: el abandono que sienten respecto a su cabecera y al propio gobierno de Oaxaca, en la difícil relación con los ejidos, fuertemente respaldados por Chiapas, que introduce obras de electrificación, agua y drenaje; abre y mantiene caminos; establece escuelas y centros de salud, pues como todos los gobiernos estatales en disputas limítrofes, pretende crear derechos con supuestos “actos de autoridad”.
A fin de cuentas, deciden no recibir a los periodistas y no conceder entrevistas, para mandarle un mensaje de su inconformidad a su comisario.
Más allá de lo agrario, hay disputas internas por los proyectos de desarrollo, que se han acentuado con la creación de la reserva ecológica voluntaria –a punto de certificarse por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp)- El Retén, un largo cordón de montañas que dominan el poblado, y que tienen bosques templados, bosques mesófilos de montaña y selvas medianas, en una superficie de poco más de 15 mil hectáreas que equivale a 11 por ciento de la superficie comunal (de 134 mil ha), pero apenas 4 por ciento de la totalidad de estas sierras del istmo donde se encuentran las Américas del norte y central.
El Retén tiene todas las maravillas naturales que un visitante busca en el sur de México; han sobrevivido gracias a su accidentado relieve, a más de medio siglo de extracción forestal descontrolada y de violencia.
Allí están en buena medida las esperanzas institucionales de proteger el gran macizo de Los Chimalapas. Por eso, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) tiene dos años de pagar servicios ambientales sobre una parte del área. El Fondo Oaxaqueño para la Conservación de la Naturaleza, el grupo Mesófilo y la WWF [Fondo Mundial para la Naturaleza] pagaron junto con Conanp un plan de manejo. “Después venía el asunto de qué proyectos productivos podíamos hacer ahí; entonces le apostamos al aprovechamiento de la palma y al aprovechamiento de la resina, y le dijimos a las comunidades, esto es lo que vamos a aterrizar para que comiencen sus beneficios”, explica Luis Ruiz Saucedo, del Fondo Oaxaqueño.
Así, se ha generado una legitimidad en la tarea de conservación, pues muchos campesinos tienen dinero seguro por trabajar en los proyectos. Participan dos congregaciones: Benito Juárez y San Antonio. Falta abrirse a los mercados, que al menos en el caso de la resina, son prometedores en el territorio nacional.
“Entonces rompemos ahí un prejuicio que hay hacia los Chimalapas, de que son broncudos -añade Ruiz Saucedo-; de que no se pueden desarrollar ahí los proyectos, y entonces tenemos a dos comunidades que se organizan para la palma y la resina, pero quieren organizarse para todo lo demás […] hay la propuesta de plantar aguacate, de plantar chayotes, de hacer la conversión del ganado para producción intensiva y bajar la presión sobre bosque y selva […] suena como muy fácil, pero ha significado cuatro años de trabajo…”.
Aunque como siempre, no todos quedan contentos. Unas horas después, en la calurosa cabecera de San Miguel, el citado presidente comunal, Alberto Cruz Gutiérrez, se disculpa con los forasteros, y tras realizar una inspirada y apasionada defensa de los árboles como seres vivos –“qué pasaría si en un momento dado nosotros nos convirtiéramos en árboles, y los árboles dijeran, pues ahora les vamos a quitar la sangre para que nosotros vivamos; cómo quedaríamos nosotros cuando nos rompieran la piel y nos sacaran la sangre”, dice con sensibilidad franciscana-, el profesor y campesino se sincera: “somos muchos comuneros, por qué los apoyos no llegan para todos…”.
Discordias en una gran comunidad que se da el lujo de rechazar algunos esquemas de la modernidad dominante –los cambios de horario que favorecen la economía sobre la costumbre-, pero sufre al compararse con los pueblos de las planicies aledañas, regidos por las pasiones de la acumulación.
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