martes, 18 de octubre de 2016

Ciudades secuestradas, el gran debate de Hábitat III



Conurbaciones dispersas y fragmentadas, poder político que oye pero no escucha, élites que controlan las decisiones, un cuadro común a las urbes de Latinoamérica

Agustín del Castillo / Quito, Ecuador. MILENIO JALISCO. 

La ciudad latinoamericana en la era del neoliberalismo triunfante desconcierta: los ciudadanos no encuentran en su crecimiento desbocado, sus servicios deficientes y los feudos acotados de sus clases altas y medias la huella de su imaginario y la respuesta a sus necesidades; los políticos realizan consultas públicas para mero registro de decisiones ya tomadas de antemano con los poderes económicos; el espacio público se acorta, la inseguridad crece y la desconfianza es un aire que flota y fulmina cualquier posibilidad de diálogo y solidaridad.

¿Retrato tremendista o atisbo de realidad? Los instrumentos de consulta de percepción ciudadana que se realizan periódicamente confirman que, equivocados o no, esa es la idea de la inmensa mayoría de los latinoamericanos, que se sienten divorciados de sus élites que ven la ciudad como negocio y mantienen sus vidas privilegiadas al margen de la población y de los efectos de las decisiones equivocadas. Pero los académicos también lo ven de ese modo, y Hábitat III de Ecuador es un buen laboratorio de este debate.

Jordi Borja hizo eco de este debate en un texto preparado para la inauguración del foro Hábitat III Alternativo: “Las conferencias internacionales nos advierten retóricamente que el territorio no puede soportar el calentamiento del planeta, la contaminación del aire, el despilfarro del agua, del suelo y de las energías no renovables, la destrucción o la banalización de los paisajes […]como los tribunos de la plebe denuncian incluso pero sin criticar las causas y mecanismos que crean estas situaciones, sin concretar los actores responsables que por acción y por omisión hacen de la ciudad un lugar de desposesión y exclusión. La urbanización extensiva y especulativa es la disolución de la ciudad y la ciudadanía”, advierte el célebre urbanista catalán.

“Las ciudades compactas y complejas devienen centros gentrificados, reductos selectivos de grupos privilegiados. O, lo que fueron espacios populares, de poblaciones mezcladas o marcados por grandes infraestructuras (puertos, aeropuertos, gran industria) se reconvierten en enclaves, de oficinas, comercios y ‘gente bien’. A veces mal llamados grandes proyectos urbanos […] pero es en las periferias que se desarrolla la no-ciudad, la urbanización sin ciudad. Es la urbanización difusa y fragmentada, segregadora, rompedora de los lazos sociales y culturales. La mixtura propia de la ciudad es substituida por la guetización. La cultura ciudadana deviene tribu o individuos atomizados. Son los territorios de la especulación, de los conjuntos más o menos ricos encerrados como en una fortaleza. O conjuntos sociales o informales excluidos de la ciudad”.

¿Quiénes pierden con esta destrucción del sentido de ciudad? “Son los pobres, las poblaciones de bajos ingresos, los que más necesitan de la ciudad. Ni espacio ni interlocutor tienen para reivindicar y negociar”, subraya.

Esto ha derivado en cuestionar la posibilidad verdadera que se tiene para grandes conferencias internacionales. Pero las alcaldesas de Barcelona y de Madrid, Ada Colau y Manuela Carmena, alertan sobre no caer en la tentación de renunciar a esa presencia. “Las instituciones, los gobiernos, son de los ciudadanos, o para qué se pagan impuestos. Es un error no acudir porque si bien sabemos que hay limitaciones, esto es una lucha que termina dando frutos […] no podemos dejar ese espacio que es de los ciudadanos, en eso consiste la democracia, en participar, y no sólo votar”, señala la dirigente madrileña, reconocida como catalizadora de un proceso de rescate urbano de la capital española.

La urbanista mexicana Estefanía Chávez de Ortega, maestra de muchas generaciones y experimentada observadora del fenómeno urbano en más de 40 años, reconoce el problema, pero culpa a los ciudadanos por su tibieza. “Si las ciudades están controladas por unos cuantos es porque los ciudadanos nos hemos dejado, no queremos participar e intervenir”, dice a MILENIO JALISCO al final de una de las muchas discusiones sobre el tema.

Es ilustrador lo que comentaba Agustín Escobar Latapí, del CIESAS Occidente(México), al presentar la encuesta de percepción “La desigualdad en diez ciudades latinoamericanas”, levantada en los centros urbanos de Guadalajara, Montevideo, Bogotá, Quito, Asunción, Córdoba, Lima, Santa Cruz, Sao Paulo y Valparaíso.

“La mayoría de los latinoamericanos percibimos ciertas cosas en común: en nuestras ciudades hay una desigualdad que consideramos excesiva, en donde la estructura social tiende a ser percibida como encabezada por un grupo pequeño extremadamente distante de los otros […] el crecimiento del poder y la riqueza de unos cuantos ha sido evidente. Es imposible reflejar a este pequeño grupo en las encuestas de hogares, pero ellos son ampliamente percibidos por el resto de los ciudadanos como beneficiarios de condiciones y privilegios especiales que les han ayudado a acumular riqueza, privilegio y poder, subyugando, comprando o seduciendo con frecuencia a sus gobiernos”, refería.

A la pregunta: “En términos generales, ¿diría usted que su ciudad está gobernada por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio, o que está gobernada para el bien de todo el pueblo?”, la encuesta señala, sintéticamente:

“Sumando las respuestas de todas las ciudades, 77.4 por ciento de los encuestados señaló que su ciudad estaba gobernada por grupos poderosos en su propio beneficio, y solo 18.6 por ciento señaló que a favor de todo el pueblo. Lo que señala una percepción extendida en la región: que existen grupos locales de poder que pesan de manera notable en las decisiones de los gobiernos por sobre la mayoría”.

La ciudad neoliberal, ciudad de todos pero sólo para unos cuántos. Un dato objetivo es que un análisis de 180 conurbaciones latinoamericanas por ONU Hábitat, publicado en 2014, revela que la desigualdad citadina es mayor que la rural en el subcontinente. Y como la desconfianza es una niebla que se respira y nubla la visibilidad, la apremiante resolución al problema no se atisba cerca.

MC


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