Sarukhán, Halffter y Gómez Pompa, destacan la falta de políticos con conocimiento y decisión para contener el deterioro, así como una sociedad hostil a la ciencia. En la foto, una ladera quemada en el Pico de Orizaba, entre Veracruz y Puebla. FOTOGRAFÍA: MARCO A. VARGAS
Agustín del Castillo / Guadalajara. MILENIO JALISCO
Los limitados alcances de la ciencia antigua y medieval explican desastres como La Muerte Negra, que mató a un tercio de los europeos —no fue sino cinco siglos después que se conoció su mecanismo de difusión y se aisló la bacteria que la genera—, las plagas bíblicas, la peste sobre Troya, la atroz viruela sobre los pueblos amerindios o la alta mortalidad por cólera, disentería o gripe, del todavía cercano siglo XIX.
Esos fracasos derivaron de una fatal ausencia de luces: no habían llegado descubrimientos fundamentales en temas como la higiene y la prevención de la salud, ni fármacos poderosos como la penicilina y otros antibióticos. Pero lo que sorprende a los modernos sabios ecólogos mexicanos es la aparente voluntad de ceguera que afecta al gobierno y la sociedad contemporánea, que parecen cerrar los ojos a los desastres ambientales que se cultivan con un modelo de desarrollo que privilegia la economía, pero no cuida su base fundamental: el llamado capital natural.
El retroceso de ecosistemas y bienes naturales lleva al calentamiento climático, a sequías y ciclones extremos, a pérdida de tierras agrícolas y de fuentes de agua, a desequilibrios bióticos que propician plagas, a enfermedades oportunistas y nuevas pandemias. Todo esto se sabe con una dosis regular de ciencia a través de manuales.
Por eso, “no estoy convencido de que el oscurantismo con sus más conspicuas manifestaciones, no sea la amenaza real; de que esto sea simplemente una amenaza de hechos económicos, del capitalismo”, advierte Gonzalo Halffter, padre del modelo de reserva de la biosfera mexicana. “Estamos en una época de anticiencia, los científicos no somos queridos, aunque no nos queman hasta ahorita; pero si las decisiones en este país van por otro lado, nos quemarán”, dice con humor negro.
Su participación se da en el Coloquio Internacional sobre Biodiversidad, Recursos Naturales y Sociedad, del Centro Universitario de la Costa Sur de la UdeG, al que asiste lo más granado de la ecología mexicana: sus colegas José Sarukhán, ex rector de la UNAM y coordinador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), y Arturo Gómez Pompa, experto en ecología tropical (galardonado en esta ocasión con el reconocimiento Naturaleza, Sociedad y Territorio, en el marco de la Feria Internacional del Libro).
“Hay toda una sociedad egoísta, hecha en el consumismo más desaforado, que desarrolla las creencias más exóticas y más intolerantes […] no solamente hay que salvar el medio ambiente, hay que salvar el medio de vida civilizado y humano que nos gusta. Tenemos que ayudar a educar a la gente. No hay manera de que los políticos cambien si no tienen una sociedad que les demande un cambio”, añade.
La inquietud es clara: de si el nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto va a disponer de los mejores hombres para hacer frente al desafío ambiental. Los tres coinciden en que aparentemente no, aunque Gómez Pompa pone el acento en la falta de hombres del poder convencidos de la necesidad de cambio —como lo fue en su momento Julia Carabias, exsecretaria de Medio Ambiente, quien atestigua el diálogo—, y sus pares, subrayan las carencias de la sociedad.
“La única posibilidad es tener acceso a los altos niveles de poder: mientras en ese nivel de alta decisión no se logre un cambio de actitud, va a ser muy difícil cambiar al país. En México tenemos alto nivel científico, en el mundo entero se reconoce, pero con esa calidad, ¿por qué estamos tan mal? Una de dos, o los científicos no saben cómo entrarle y cómo comunicarse, o los tomadores de decisiones no tienen interés en mezclarse con la ciencia para usarla como mecanismo de solución de los problemas”, destaca Gómez Pompa.
Sarukhán Kermez matiza: “están los intereses de la sociedad; esos intereses, algunos de ellos políticos y poco sensatos, la única manera de enfrentarlos es con muy buena información, pero no nada más información académica, sino con el convencimiento de las comunidades de que las cosas se pueden hacer de otra manera, de que hay formas de conservar y al mismo tiempo tener recursos para vivir, la única manera sensata y honesta que tenemos es tener la mejor información para contrarrestar esas cosas y meterle también un poco de músculo político, para hacer ver que las cosas se están haciendo mal”.
Regresa Halffter: “Arturo piensa, y con razón histórica en México, que la cabeza resuelve todo […] lo que hay que cambiar es la apreciación del problema, insisto en que la época es mala, porque es asombroso el grado de desinformación que se está enfrentando, y hay una demagogia creciente…”.
No es sólo una persona, porque funcionar depende de estructuras y de aceptación social. Por eso tampoco hay que esperar a las nuevas generaciones, “porque si no cuidamos lo que tenemos, los niños de hoy, mañana no tendrán nada qué conservar”, remata Sarukhán. Lo inaceptable es que puedan repetirse desastres ambientales y humanos por una simple vocación voluntaria e irresponsable por la ceguera.
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Claves
Algunas explicaciones del deterioro
Gobierno improvisado, con políticos ignorantes en los niveles de toma de decisiones y en los de aplicación de las políticas públicas que buscan contener el deterioro; políticas “esquizofrénicas”: áreas de gobierno combaten la deforestación, la contaminación y la pérdida de especies, y otras las estimulan a nombre de la economía y el desarrollo.
Baja inversión pública y privada en la contención de daños y la restauración ambiental. Se estima que la destrucción genera pérdidas equivalentes a 11% del producto interno bruto nacional, pero el presupuesto ambiental apenas rebasa 1%.
Ilegalidad e impunidad. Las procuradurías ambientales tienen presupuestos reducidos que apenas apuntan a una presencia simbólica en la vigilancia de los recursos naturales; las autoridades municipales y estatales ignoran su responsabilidad de combatir los delitos, aunque sean ambientales, y la Procuraduría General de la República (PGR) pone su investigación al final de la lista de sus prioridades.
Esta cultura de ilegalidad se manifiesta en la actuación de los propios gobiernos. Ejemplos en Jalisco: carreteras construidas en la costa y la región Huichola sin cumplir las normas para impacto ambiental y cambio de uso de suelo forestal; permisos para edificaciones en zonas de fragilidad ambiental, como el estadio de Atletismo al ingreso de La Primavera (para el que se destruyó un bosque con tolerancia de la Secretaría estatal del Ambiente) y la Villa Panamericana en la zona de alta recarga de agua de la región metropolitana.
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Nuevo titular de Semarnat no genera confianza en el ecólogo Arturo Gómez-Pompa
El empresario Juan José Guerra Abud, nuevo titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) del gobierno federal, no genera gran confianza en el connotado ecólogo Arturo Gómez Pompa, quien destaca la importancia de que la cabeza del sector sea calificada en los temas y se rodee de personajes con nivel técnico y sensibilidad sobre el tema ambiental.
“No lo conozco, no veo que tenga una gran relación con los temas ambientales, ni experiencia, así que insisto en que necesitamos que dos o tres funcionarios públicos estén convencidos de que el tema ambiental es totalmente prioritario, que es el gran cambio […] esperemos que tenga una buena gestión, pero si te entra la duda si los funcionarios del campo no conocen, pero le deseo bien”, subraya.
Del deterioro “hay muchos culpables, pero si uno se pone a pensar realmente cuál es el papel del gobierno, de acuerdo a las definiciones clásicas, hace lo que los ciudadanos por sí mismos no pueden hacer; por eso el Ejército realiza una acción fundamental, y creo que aquí es donde le hemos fallado, porque quien debe ser responsable del cuidado de los recursos naturales tiene que ser el gobierno, y puede organizar ese cuidado en muchas formas, favoreciendo la participación de la sociedad civil, haciendo sistemas especiales de participación, en leyes que rijan la ordenación territorial, pero hay un responsable, y ese responsable tiene que ser el gobierno”, señala en entrevista con MILENIO JALISCO.
“Cuidar el medio ambiente es una misión fundamental, y se han desentendido, y en esa desatención sacrificas otras áreas […] el gobierno busca que haya recursos, alimentos, y está demostradísimo, los ecólogos lo han demostrado: por ejemplo, deforestamos todo el sureste del país porque ese iba a ser el futuro granero de México, y cuál futuro granero, lo que quedó ahí fueron puras zonas deforestadas y los habitantes del trópico están tan pobres como siempre”, (ver Las tragedias de Uxpanapa, en Público-MILENIO, 8 de agosto de 2010).
Eso fue en los tiempos de Echeverría, pero la clase política parece evolucionar poco, aunque se tengan ya 20 años de leyes e instituciones ambientales, destaca con pesar.
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